viernes, 3 de noviembre de 2017

China, ¿potencia o imperio?


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 China, ¿potencia o imperio?

 


Las Relaciones Internacionales se encuentran en constante devenir. Los cambios propios de un mundo multipolar y caracterizado por una profunda interdependencia e inestabilidad, son cada vez más vertiginosos y no dejan de sorprender a analistas y expertos en el tema. El auge del gigante chino, con su amplia esfera de influencia en casi todos los rincones del planeta, especialmente en aquellos que poseen recursos naturales considerados estratégicos y de los cuales depende su creciente economía, es un ejemplo de que muy por encima de la ideología, son los negocios y el comercio los que predominan y dirigen el rumbo de las relaciones entre gobiernos y demás actores del sistema internacional.
En África, la presencia china es muy importante, para el año 2000 crearon el Foro de Cooperación China-África, cuyo objetivo principal era el de estrechar relaciones de diálogo y establecer nuevos mecanismos de cooperación entre la nación asiática y países de este continente. El impacto ha sido evidente y en palabras del mismo presidente Xi Jinping: “En 2013, el comercio chino-africano superó los 200 mil millones dólares por primera vez, por lo que el mayor socio comercial de China es África”, muy superior al que mantiene este continente con la Unión Europea o los mismos EEUU. Para el año 2015, en una de las cumbres de dicho foro, se impulsaron programas de colaboración que incluían préstamos libres de interés y políticas preferenciales, acrecentando así el poder e influencia de este gigante sobre esta valiosa zona del planeta. Un aspecto trascendente a destacar, es que China ha buscado involucrarse más de cerca con países clave para EEUU en África, como por ejemplo Djibouti, con una ubicación estratégica en la entrada del Mar Rojo (Cuerno de África), país en que el gobierno norteamericano desde el 2001 cuenta con la base militar de Camp Lemonier y donde China el pasado 1 de agosto de 2017 inauguró su primera base naval fuera de su espacio soberano.
América Latina no es la excepción, para muestra un botón. En el segundo gobierno de Oscar Arias Sánchez (2006-2010), Costa Rica rompió relaciones con Taiwán y estrechó con la República Popular de China en temas de cooperación y comercio. Hecho de gran relevancia no sólo en términos económicos por lo que significa el mercado chino para un país como este, sino también en términos geopolíticos, lo cual no debió agradar mucho a los Estados Unidos. Producto de esa nueva relación entre ambas naciones, el gobierno Chino donó a Costa Rica un estadio de primer mundo, inaugurado en 2011 y valorado en unos 110 millones de dólares. Actualmente, este gigante tiene una presencia que va desde México hasta Chile y según datos del Banco Mundial, la inversión extranjera de China en América Latina, pasó en 2010 de 31 720 millones a 113 662 millones de dólares en 2016, mientras que la revista Foreign Affairs, planteó en 2015 que el comercio entre China, Latinoamérica y el Caribe alcanzará 500 mil millones de dólares y las inversiones 250 mil millones en los próximos 10 años.
Ahora es el turno para el Sur de Asia. La República Islámica de Pakistán se ha convertido por su posición estratégica en una ficha indispensable para el ajedrez geopolítico y geoeconómico chino. Aquí se han juntado necesidades que de una forma muy inteligente y realista ambas partes están resolviendo a través de las alianzas político-económicas. Por un lado, China requiere con carácter de urgencia una salida al Océano Índico, ya que actualmente, todo lo referente a su comercio marítimo debe de pasar por el Estrecho de Malaca, ubicado entre la costa occidental de Malasia y la isla indonesia de Sumatra, con una extensión de 850 kilómetros, lo que por razones geoestratégicas es una evidente debilidad en caso de un eventual conflicto militar, mientras que Pakistán por su parte, es un país sediento de inversión para crear mayores fuentes de empleo así como infraestructura para el desarrollo.
Anunciado en el mes de abril del año 2015 como parte de la iniciativa china de la “Ruta de la Seda Marítima del Siglo XXI”, el megaproyecto del Corredor Económico Chino-Pakistaní, con alrededor de 3 000 kilómetros, es una iniciativa en la que China ha invertido hasta el día de hoy la cifra de 57 000 millones de dólares. La misma, considerada ya como una de las obras de infraestructura más grandes del mundo, pretende conectar el puerto de Gwadar en el suroeste de Pakistán con la región autónoma de Xinjiang en el noroeste de China, a través de ductos petrolíferos, gasíferos, junto con una basta y extensa red de vías ferroviarias y autopistas, dinamizando evidentemente, las economías de ambas naciones y catapultando el motor del desarrollo en la región.
Pero el tema económico es solamente una de las caras de la moneda, no se puede pasar por alto el valor geopolítico así como el mensaje que está dejando a otros países dicho proyecto. Cabe recordar, que las tensiones regionales están a flor de piel y la unión de estos dos países lanza una señal importante para aquellos que se encuentran alrededor y con los cuales uno u otro tiene algún tipo de conflicto. Para Pakistán por ejemplo, desde este punto de vista, la unión y amparo de China representa un ajuste estratégico en lo referente a la correlación de fuerzas y actual conflicto que tiene con su vecino y también potencia emergente, India.
Es menester recordar, que el diferendo entre ambos es por el tema de la soberanía de la zona de Cachemira, lugar por el que pasará esta gran obra. Ante dicha realidad, India no se quedó atrás y en 2016 realizó un acercamiento con Vietnam, el primero en 15 años, con el argumento de que India no titubeaba a la hora de expandir su presencia y que estaban profundamente interesados en ampliarla en la región Indo-Pacífica, en una indiscutible maniobra para buscar un nuevo equilibrio de fuerzas y a la vez desafiar el poder chino en su propio “patio trasero”, como explican expertos. Producto de este acercamiento entre Nueva Deli y Hanói, surge una cooperación estratégica que hasta el momento ha estado en tela de juicio por parte de algunas naciones asiáticas debido a la falta de claridad con que se han manejado y a la apertura de créditos por parte de la India a Vietnam para la compra de equipo militar.
De manera que, se visualizará cómo el equilibrio de fuerzas en la región sufrirá un reacomodo, en especial conforme el corredor vaya avanzando y existiendo mayor presencia china tanto en el plano económico así como también en el político y militar. Este último, debido a que la seguridad pasa a convertirse en un pilar fundamental de la nueva alianza, en razón del resguardo que debe darse a la iniciativa (el libre flujo de mercancías no puede detenerse y debe garantizarse) así como por el riesgo que implica el terrorismo, la sublevación de grupos islamistas radicales de la región o la hostilidad de naciones vecinas.
También deja un fuerte mensaje para potencias como Estados Unidos y Rusia. En especial para esta primera, ya que Pakistán ha sido un aliado norteamericano en la zona y el hecho que ahora estreche relaciones con su enemigo comercial número uno, es una bofetada y evidente pérdida de influencia (¿derrota?) en la parte sur de Asia. Todo esto en una coyuntura internacional (actual conflicto con Corea del Norte) donde la proyección de poder y la búsqueda de más aliados en esas latitudes es pieza fundamental de su política exterior, pero que con la poca capacidad que ha demostrado el presidente Trump para actuar de forma coherente por un lado y el desgaste producto de las últimas aventuras militares en las que han incursionado, sumado a la derrota diplomática en Siria por otro, ponen cada vez más en entredicho su liderazgo e imagen como potencia capaz de ejercer influencia y hacer valer sus intereses en cualquier parte del mundo.
Lo que sí queda bastante claro, es que China logró comprender hace ya algún tiempo, que para conquistar nuevos territorios en lo económico, competir con Occidente y ejercer influencia política sobre otras latitudes, basta con realizar inversiones millonarias en nuevos proyectos de desarrollo en aquellos países que cuenten con debilidades estratégicas, materias primas, posiciones geográficas importantes y necesidades que no tienen capacidad de resolver con sus propios medios. En el XIX congreso del Partido Comunista Chino iniciado el pasado martes 17 de octubre de 2017, se delimitaron los grandes objetivos económicos, que en conjunto con otras reformas institucionales el presidente Xi Jinping denominó como la llegada de “la nueva era” para el socialismo chino.
Entre esas metas económicas se encuentran una mayor protección a los intereses de los inversionistas extranjeros, apertura del mercado y apoyo al desarrollo de empresas privadas, en un acto claro de defensa del modelo de la globalización. Todo ello engrana de forma perfecta con su estrategia hacia el exterior y es la mezcla perfecta para llegar y hacer ofertas que sean difíciles de rechazar a sus socios potenciales, aunque ello implique para estos, ceder en temas políticos o económicos, por ende, de soberanía (muy al estilo del siglo XXI), que a su vez, si se analizan con la lupa del realismo clásico de Morgenthau y su famosa obra “Política Entre Las Naciones”, se pueden interpretar como rasgos característicos de una nueva era de imperialismo económico, que en el fondo son por ejemplo, algunas de las grandes críticas que hacen hacia el gobierno chino con la echada en marcha de este megaproyecto del corredor en Pakistán o con las millonarias inversiones que realizan en otras partes del mundo.
Mauricio Ramírez Núñez. Profesor de Relaciones Internacionales. Magíster en Estudios Latinoamericanos con énfasis en Cultura y Desarrollo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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