lunes, 16 de octubre de 2017

Democracia crítica y resistencia ética


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Democracia crítica y resistencia ética


Una contundente obra del filósofo y profesor francés, Frédéric Gros, sobre la desobediencia.
Por Iñaki Urdanibia
Hay filósofos a quienes se les encasilla en una especialidad del campo filosófico o en ser expertos en algún pensador clásico. Algo de esto puede pasar con Frédéric Gros, que no cabe duda de que es un consumado conocedor y editor de la obra de Michel Foucault: ahí está su Michel Foucault ( editado en la colección de PUF, Que sais-je?, 1996, y reeditado, y aumentado, en varias ocasiones) o su coordinación de Foucault, le courage de la vérité ( PUF, 2002), en la que junto a un par de intervenciones suyas se pueden leer las de Philippe Artères, Francisco Paolo Adorno, Judith Revel, Mariapaola Fimiani y Jean-François Pradeau, sin olvidar su magnífica antología de textos del autor de Vigilar y castigar; como mayor muestra todavía de esta calidad de experto: ha sido el editor de las obras del filósofo en la prestigiosa colección de la Pléiade y de sus Lecciones en el Collège de France. Sería injusto, no obstante, dejar en eso – que desde luego no es poco- el quehacer de Gros, o encasillarle como mero filósofo “foucaultiano”, ya que a partir de 2006 el profesor de Sciences Po de Paris, en que publicó États de violence. Essai sur la fin de la guerre ( Gallimard) en donde analizaba cómo los límites de la guerra y la paz había dejado de ser tan claros, debido a los criterios de intervención y seguridad, situación que exigía a la filosofía acercarse al fenómeno bélico con otra mirada; comenzaba allí una carrera en que se iba elaborando una filosofía propia y que fue continuada con su Marcher, une philosophie ( Carnets du Nord, 2009 / hay traducción en Taurus), en donde se hacía elogio de la lentitud del paseante, y la observación del cielo y el paisaje; nada que ver con la marcha deportiva, y todo con la compañía de distintos paseantes como Rimbaud, Rousseau, Thoreau, Nerval, Hölderlin…en un entusiasta elogio del flâneur. En su Le Principe Sécurité ( Gallimard, 2012) centraba su mirada en la galaxia securitaria que extiende sus tentáculos a la alimentación, a la energía, a las fronteras… hasta convertir tal criterio en uno de los dispositivos políticos fundamentales, extendido por periodistas y otros publicistas encantados de vivir tan bien y de elogiar la falta de peligro que nos aseguran los gobernantes con sus medidas, etc.; hasta el año pasado se atrevió a penetrar en el campo de la narrativa con su Possédées ( Albin Michel, 2016 ), novela situada a principios del siglo XVII, en el pueblito de Loudun en donde las alucinaciones de unas monjas se extienden como una plaga, lo que hace que la Iglesia las considere como poseídas, debiendo ser sometidas a exorcismos y otras prácticas desdemonizadoras. Caso en el que se da un cruce entre los niveles religiosos, políticos y judiciales, y que fue un caso que dio mucho que hablar a cineastas, historiadores y ensayistas.
Pues bien, ahora acaba de publicar su Désobeir ( Albin Michel / Flammarion, 2017), ensayo que , si la cosa no estaba clara ya, es un muestra neta e inequívoca de la trayectoria personal de Gros en el campo de la filosofía. La obra es francamente potente y ya desde el inicio la solidez de los expuesto brilla con fuerza.
El punto de partida es que siempre hay razones para rebelarse, y lo que resulta extraño es que no se den mayores muestras de desacuerdo con el alarmante panorama presente, que el ensayista centra en tres puntos: en primer lugar, el ahondamiento de las injusticias sociales y las crecientes desigualdades de fortuna que supone una pauperización amplia y un enriquecimiento de unos pocos, lo que hace que se pueda hablar de nuestro presente como la edad de la indecencia, que viene a suponer la existencia de dos humanidades. A continuación, ha de tenerse en cuenta la degradación progresiva del medioambiente, que conduce al agotamiento de la naturaleza, lo que debería suponer un frenazo para evitar la marcha hacia el caos y la extinción ( asunto tratado con tino por Hans Jonas y Günther Anders)y, por último, la presencia del “capitalismo” difuso, complejo, proteiforme, que hace que el trabajo quede desplazado del centro de la producción para dar paso a la especulación…situación a la que si no se le pone freno, supondrá una nefasta herencia para quienes nos sucedan en el planeta. Ante este desolador panorama parece que la postura es de brazos cruzados y la mirada hacia otro lado, posición que se asemeja a la de los meros espectadores del desastre. Es a partir de esta constatación que va a despegar el análisis de la cuestión de la desobediencia a partir de la de la obediencia, señalando las causas de la pasividad y de la obediencia y diferenciando entre sumisión, consentimiento, conformismo, etc, y sus opuestos: derecho de resistencia, objeción de conciencia, la rebelión, etc.
La propuesta de Gros va a ser la democracia crítica, enfocada además de cómo pluralidad, decisiones mayoritarias…también como una tensión ética en el corazón de cada cual, ya que en cada cual reside un sí político ( soi), esa intimidad política en la se da una potencia de juzgar, una capacidad de pensar y una facultad crítica; estas capacidades puestas en acción será lo que da lugar ala disidencia cívica, que hace que desobedecer sea una verdadera declaración de humanidad, que se inicia en el propio seno de la propia identidad.
Para alcanzar tales propuestas Gros va a buscar la compañía de una serie de pensadores y de relatos literarios o hechos históricos, mas no los toma sin chistar sino que hurga en las diferentes interpretaciones que de tales se han dado, al tiempo que esboza sus hipótesis para ir delimitando el campo de estudio. Así en el comienzo de la travesía va a recurrir a un relato que aparece en Los hermanos Karamazov en donde Dostoievski expone el encuentro en la Sevilla del siglo XV del inquisidor con Cristo; el primero le reprende por haber vuelto y le detiene reprendiéndole por haber otorgado a los humanos una carga que son incapaces de soportar, ante ello el camino emprendido por la Iglesia para facilitar las cosas es el camino de unos encargados de exigir obediencia con lo que el pueblo lo único que ha hacer es obedecer con lo que se le quita la carga y la responsabilidad. A partir de esta oposición entre el miedo a la libertad, que exige hacerse cargo de las propias decisiones asumiendo la responsabilidad de los hechos, y la necesidad de obedecer, se va a ir en busca de otros caminos que irán perfilando la postura de Gros. En la onda del cristianismo este deber de obediencia vendría marcado por el principio de autoridad y por las diferencias dictadas por la naturaleza ( postura aristotélica), que haría que a pesar de ser todos víctimas del pecado original – san Agustín dixit- algunos están mejor dotados para pensar y mandar, no quedando a los demás otro camino que obedecer al tiempo que respetan a la autoridad, de los bien dotados.
El balanceo que recorre no pocas páginas de la obra es el que se da entre dos vías: la de Kant que en sus textos ilustrados habla del uso público de la razón, del logro de la mayoría de edad, y del sapere aude, que sin embargo puede traducirse en un critica lo que quieras, en tu fuero interno, pero obedece por el bien de la comunidad, y frente a ella la de Thoreau que juzga la obediencia como la forma más lograda de la crítica y de la libertad; así como Descartes buscaba las evidencias mirando y reflexionando acerca de su propio yo, Thoreau pondrá en práctica la crítica en su forma de vida del mismo modo que anteriormente lo había hecho Diógenes de Sínope.
También diseca el autor la postura de Etienne de la Boétie, n su Discurso de la servidumbre voluntaria que su amigo Montaigne consideraba un «tratado contra la tiranía», cuando los tiros del de Sarlat iban más bien enfocados contra quienes no solo obedecían sino que sobreobedecían con lo cual su apoyo al tirano se convertía en una servidumbre ( algunos hechos relacionados acerca del comportamiento de no pocos sujetos –sujetados- en la URSS de Stalin, dan muestra de que la tiranía sufrida se traslada para que cada cual la aplique a otros…no por mero afán de delatar, ni se servir a la patria, al estado, o…).
Como no podía ser de otro modo hablando del tema de que se trata no podía faltarla figura de Antígona, ejemplo de rebeldía de feminismo y de desobediencia a las leyes dictadas por Creón; no acepta de todos modos tal cual la interpretación consagrada por el uso y por distintos estudiosos de la tragedia de Sófocles ( Hegel, Hölderlin…y no pocos dramaturgos). Tras algunas hipótesis que harían de la mujer una defensora de la tradición y de los lazos familiares frente a las normas de la ciudad, Gros señala a Antígona como ejemplo de desobediencia que le conduce a la soledad, y – en su caso- a la muerte. Y es que como también se subraya, acudiendo al seminario foucaultiano de Los anormales, la desobediencia ha sido considerada como propia de tipos anti-sociales y delincuentes, que han de ser reprimidos ya que ponen en riesgo la unidad de la comunidad, consagrada por el supuesto e hipotético contrato social.
Se repasan casos extremos de obediencia: como el del jerifalte nazi Eichmann, juzgado en Jerusalem en 1961, que tanta tinta ha hecho correr y que ha dado pie a diferentes versiones acerca de la entidad del personaje: desde un monstruo ( lo cual valdría para desculpabilizar al sistema y a sus dirigentes superiores) – postura defendida por el fogoso fiscal del juicio y de los biógrafos sensacionalistas que se dejaron llevar por el ambiente calentito de la época- o los tonos grises de un vulgar funcionario que obedecía las órdenes con lo cual es se quitaba responsabilidad, echándosela al sistema ( postura que con matices sería de Hannah Arendt y la de su primer marido Günther Andres), que llevada al límite supondría una exculpación del acusado al culpabilizar al todo, del que él no sería más que una simple, decisiva eso sí, pieza en el mecanismo aniquilador. Gros excava y muestra que aun teniendo en cuenta ambas posturas no se ha de eximir de culpa al acusado ya que él mismo confesó en algunos momentos estar en posesión de ciertos criterios morales que le producían repugnancia ante lo que estaba haciendo; de todos modos, la caracterización de Hannah Arendt ( que perdió no pocos amigos por sus posturas acerca de “ la banalidad del mal”, “la estupidez “ del acusado, o la complicidad de los Consejos judíos en la culminación exitosa de la empresa exterminadora del nacionalsocialismo) al señalar al acusado de un imbécil, esto no le exculpa ya que la imbecilidad consiste, en su caso, en no pensar en lo que hace, en suspender su propio juicio…y obviamente de eso no hay más culpable que él mismo. En términos parecidos – obediencia debida- se manifestó al ser juzgado el responsable del centro de tortura S21 camboyano.
Como ya he señalado de entrada Gros va a defender la disidencia cívica ( que supone más que unas normas que seguir, « la experiencia de una imposibilidad ética. Desobedece porque no puede continuar obedeciendo » ( los subrayados son del autor). La conciencia que tiene quien adopta esta postura es que obedeciendo no ha hecho otra cosa que negarse interiormente …no puede continuar obedeciendo a no ser que se anule a sí mismo.
Tras el rastreo sagaz de los puntos, autores, hechos y posturas nombradas y algunas más y las clarificaciones pertinentes, la constatación de que obedeciendo desobedecemos a nosotros mismos es una acomodación a los valores del gregarismo, al calorcillo de los demás, por temor a quedarse aislado…la propuesta proba y cabal sería la de ser conscientes de que « se tiene verdaderamente miedo a la libertad, la que obliga, la que crea tensión y duda, y desencadena en cada uno de nosotros este movimiento de desobediencia que comienza por nosotros mismos [ y] pensar es desobedecer, desobedecer a las certezas, a su confort, a sus hábitos, y si se desobedece es con el fin de no ser “traidores a nosotros mismos”» Y la reivindicación queda claramente expuesta al tener en cuenta que « existe alguna cosa como ese sí-soi – indelegable, que se ha de descubrir como irremplazable para pensar, juzgar, desobedecer que nos da acceso a lo universal»…modo de superar toda verdad adquirida, toda convicción fosilizada, que en el fondo es la que hace, o estabiliza, la comunidad. Y como señala Frédéric Gros : « ese sí indelegable, es la apuesta de la filosofía. Desde Sócrates, es la apuesta insensata, tenaz, relanzada hasta Foucault, pasando por Montaigne, Descartes o Kant ».

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