jueves, 23 de noviembre de 2017

México desperdició dos décadas con el TLCAN


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México desperdició dos décadas con el TLCAN

 


Desde la creación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) México se transformó de ser una economía productora de petróleo a una manufacturera. Hoy en día, las exportaciones petroleras representan solamente el seis por ciento del total, mientras que la de los automóviles y autopartes superan el 30 por ciento.
Dicha transformación es envidiable en América Latina, donde la gran mayoría de los países siguen siendo exportadores de commodities. Si bien la manufactura le da un mayor valor agregado a la economía, comparado con la extracción de commodities, México desperdició oportunidades para dar un gran salto. A qué me refiero, a la falta de productividad que está muy ligada a la inversión.
Hace 35 años las economías de Corea del Sur y México eran muy similares, reflejado en un PIB per cápita de alrededor de seis mil dólares por persona. Hoy en día Corea presume un PIB per cápita de 28 mil dólares por persona y México registra un valor de 9 mil dólares (ojo, Corea no tiene petróleo). ¿Qué pasó? La respuesta es la falta de inversión productiva.
Durante la década de los 90s México sufrió la famosa crisis del Tequila, generada por la fuga de capitales ante acontecimientos políticos adversos. Esa misma década México firmó el TLCAN con EUA y Canadá.
Después de la recuperación económica de dicha crisis (que fue relativamente rápida), el sector externo se convirtió en el motor del crecimiento del país. El comercio entre México y EUA se triplicó en un corto periodo de tiempo. Los bajos salarios en México se convirtieron en la ventaja competitiva de la nación. Creció el empleo, la industria y regiones como el Noreste del país se beneficiaron ampliamente.
Entra la década del 2000 y el precio del crudo llega a niveles históricamente altos lo cual beneficiaba a los recursos del gobierno federal. Era la oportunidad de destinar recursos hacia la inversión productiva, es decir, en tecnología, inversión en capital físico y humano e innovación. Sin embargo, lo que aumentó fue el gasto corriente, mismo que se incrementó en casi 6 puntos del PIB.
En este mismo periodo de tiempo, Corea del Sur invirtió grandes cantidades de recursos en la educación superior, en tecnología e infraestructura. El resultado es obvio. Mientras México es líder en un país maquilador, Corea del Sur es un país productor y sobre todo de tecnología, es decir, el valor agregado hacia la economía es mayor. La inversión como proporción del PIB en México durante las últimas dos décadas es de 20 por ciento del PIB, muy por debajo de países como China (45 por ciento) y la India (35 por ciento). No es de sorprendernos que el crecimiento de estos países es de seis y siete por ciento, respectivamente, mientras México sigue creciendo al dos por ciento anual (el promedio de las últimas 3 décadas).
Así, es importante recalcar que, si bien México se benefició del TLCAN, transformando su economía, atrayendo inversión extranjera, y creando empleos, se desperdició la oportunidad de invertir para incrementar la productividad y aprovechar la coyuntura para ser un país tecnológicamente avanzado.
La realidad es que la incertidumbre que México sufre hoy en día ante una posible cancelación del TLCAN, y la dependencia del país del comercio de EUA (en 25 años México no ha diversificado su comercio aún y con la firma de varios tratados de comercio con otros países), es culpa de las malas estrategias económicas del gobierno central durante muchas décadas.

Lo triste es que no hay cambio de rumbo. Este año se ha recortado a la fecha 20 por ciento el gasto público en inversión directa (ya se destina más en gastos financieros cubriendo el pago de deuda), y a CONACYT le recortaron 37 por ciento de su presupuesto. Eso sí, los recursos hacia SEDESOL aumentaron en seis por ciento anual, ¿será por temas electorales? El autor es el director general y fundador de GF GAMMA y catedrático en el ITESM campus Monterrey. Cuenta con un doctorado en Finanzas y maestría en Economía Financiera por la Universidad de Essex en el Reino Unido, y una Licenciatura en Economía por el ITESM (campus Monterrey).

Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.

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