jueves, 18 de agosto de 2016

El curso actual del capitalismo y las perspectivas para la sociedad humana civilizada


El curso actual del capitalismo y las perspectivas para la sociedad humana civilizada 





Jueves 18 de agosto de 2016 por CEPRID


François Chesnais

Herramienta

Traducción de Francisco T. Sobrino.

Una fase específica de la historia económica y social sudamericana ha llegado a su fin. Esta fase fue testigo de la exportación de materias primas o productos semiprocesados en gran cantidad y a altos precios, que permitieron a sus economías tener tasas de crecimiento considerables y a sus gobiernos financiar una serie de programas sociales sin cambiar la distribución de la riqueza. El “modelo”, como así se lo llamó, dependía de la tasa de crecimiento y la demanda de commodities en otras partes de la economía mundial, especialmente en China. El fin de lo que terminó siendo un paréntesis de quince años despertará una agudización de las confrontaciones políticas y sociales en todas partes, cuyo preludio son hoy los acontecimientos en Brasil. Me complace contribuir a la discusión en Herramienta, en la cual tratar de explicar lo que considero que es un momento crucial en la historia mundial, en el que el capitalismo está alcanzando sus límites absolutos.

La crisis económica y financiera global pendiente

La crisis económica y financiera en curso dio fin a una fase muy larga de una acumulación que tuvo periódicamente altibajos (en 1949 para los EE.UU., y en 1974-1976 y 1981-1982 en todo el mundo), pero sin embargo ininterrumpida que se remonta hacia 1942 en el caso de los EE.UU., y hacia 1950 en el caso de Europa y Japón. El dinamismo inicial de la muy fuerte acumulación se debió a las grandes inversiones que se requerían para reconstruir la base material de las economías capitalistas luego de la larga depresión de la década de 1930, y las destrucciones masivas de la Segunda Guerra Mundial, así como también explotar las tecnologías creadas en la década de 1920 y por supuesto, como un resultado de la guerra.

Esta crisis comenzó como una crisis financiera, tras la cual se puso al descubierto una profunda crisis de sobreacumulación y sobreproducción, compuesta por una tasa decreciente de ganancias. La crisis estaba en ciernes desde la segunda mitad de la década de 1990, y se demoró por la creación masiva de crédito y la plena incorporación de China a la economía mundial. Dado que los EE.UU. son el principal centro financiero mundial, y donde el sistema de crédito había sido impulsado hasta su “límite extremo” (Marx, 1983, III: 568); fue allí que la crisis, en su dimensión financiera, estalló en julio de 2007 y alcanzó su paroxismo en septiembre de 2008. El crac que comenzó a fines de 2008 fue de naturaleza global y no sólo una “Gran Recesión” norteamericana, golpeando inicialmente a las economías industrializadas. Los países emergentes, que pensaron que permanecerían mayormente inmunes a sus efectos, más tarde perderían esta ilusión. En 2008 el capitalismo mundial, dirigido por los EE.UU., determinó que la configuración combinada de las relaciones internas y políticas impidieran que la crisis destruyera el capital ficticio y productivo de la misma manera que ocurrió en la década de 1930. La velocidad y la escala de la intervención gubernamental en 2008 por parte de los EE.UU. y los principales países europeos para apoyar al sistema financiero, y también, en forma temporal y en un menor grado, a la industria automovilística, expresan la presión directa de los bancos en defensa de la riqueza financiera y de las automotrices estadounidenses y europeas para proteger su posición contra los competidores asiáticos. Pero también expresaron una considerable cautela política, tanto local como internacionalmente. El aparato estalinista-cum-capitalista y la élite social chinos compartieron estas preocupaciones y financiaron grandes inversiones a la manera keynesiana. China depende altamente de las exportaciones y su élite también tiene un genuino temor del proletariado.

Las medidas políticas promulgadas en 2008-2009 para contener la crisis ayudan a explicar la persistencia y el ulterior crecimiento de una masa de capital ficticio en la forma de títulos sobre el valor y el plusvalor implicados en innumerables operaciones especulativas, al mismo tiempo que una situación irresuelta de sobreacumulación y superproducción de una amplia gama de industrias. El continuo recurso de los gobiernos y los bancos centrales del G7 a la inyección de masivas cantidades de dinero nuevo en sus economías (quantitative easing, o “alivio cuantitativo”) ha provocado que enormes sumas nominales de capital ficticio ronden por los mercados financieros mundiales, volviéndolos altamente inestables.

La convergencia de muchas crisis y la situación de la clase obrera

La duración de la crisis mundial y la ausencia en la burguesía de un horizonte económico que no sea el de cortas recuperaciones cíclicas anuncian la convergencia y en última instancia la fusión de los efectos económicos y sociales de una prolongada crisis económica con los efectos, de dimensiones portentosas, del cambio climático. La primera advertencia sobre los peligros del cambio climático se remonta a la década de 1980, y obligó a las Naciones Unidas a crear el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC en inglés). El calentamiento global ha sido medido en forma cada vez más precisa y sus consecuencias fueron documentadas por los sucesivos informes del IPCC (1990, 1995, 2001, 2007 y 2014). Pero no han sido tomados en cuenta. El “escepticismo” sobre el cambio climático financiado por los lobbies petroleros ha cedido su lugar al reconocimiento formal y retórico por los gobiernos. Hace cinco años, The Economist publicó una síntesis muy bien informada anunciando que “se acabó la lucha para limitar el calentamiento global a niveles tolerados aceptables”.1 Las cuatro principales conferencias internacionales que han tenido lugar desde entonces han sido básicamente costosas y cínicas operaciones de comunicación, con el objeto de engañar a los no informados. La convergencia y la fusión final de la crisis económica y la ambiental plantean simultáneamente dos cuestiones relacionadas: la del futuro del capitalismo y la de las perspectivas de vida para decenas de millones de personas en determinadas partes del mundo y para la existencia social civilizada en todo él.

Luego de la incorporación de China, hasta para los EE.UU. es cierto el fundamental comentario metodológico de Trotsky de que “una potente realidad con vida propia, creada por la división internacional del trabajo y el mercado mundial [...] impera en los tiempos que corremos sobre los mercados nacionales” (Trotsky, 1930: 3). La liberalización y la globalización también han desatado a “las fuerzas ciegas de la competencia” con un grado de brutalidad no sufrida antes y por cierto, no durante las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Para todas las burguesías locales, la pérdida del margen de control de la política económica que poseían cuando las economías nacionales tenían un cierto grado de autonomía es un importante componente de la crisis política que están sufriendo. Esto obliga a las principales potencias a compensar las nuevas situaciones no deseadas o agudizadas de dependencia económica del exterior por medios políticos y militares en el ámbito de su esfera de influencia. El malestar ante la globalización tal como lo expresa políticamente el neoconservadurismo estadounidense ayuda a comprender que la invasión de Irak, no es sólo por el control del petróleo. La política de Rusia en Siria es de la misma naturaleza. Detrás de la crisis de la Unión Europea también se halla la idea de que los gobiernos pueden recobrar el control de ciertos parámetros políticos y económicos.

Para la clase obrera las consecuencias de la liberalización y globalización del capital son aún más graves. La experiencia histórica acumulada de los trabajadores ha sido exclusivamente la de la lucha contra el capital en el ámbito de las fronteras nacionales. Las organizaciones de la clase obrera, los sindicatos y los partidos políticos pudieron “centralizar las múltiples luchas locales, que en todas partes poseen el mismo carácter, en una lucha nacional, en una lucha de las clases” (Marx y Engels, 2008: 36). Pero en las palabras de Marx y Engels, esta lucha era “quebrantada de nuevo a cada instante a través de la competencia entre los propios trabajadores” creada por los capitalistas en el mercado laboral. Hoy, los capitalistas pueden enfrentar entre sí a los trabajadores de diferentes países y continentes. El logro más grande del capital durante los últimos 40 años ha sido la creación de una “fuerza laboral mundial”, a través de la liberalización de las finanzas, el comercio y la inversión directa y la incorporación de China e India en el mercado mundial. A esto frecuentemente se lo llama la “gran duplicación de la reserva de trabajo mundial”,2 de la reserva industrial mundial potencial, con palabras de Marx. Su existencia crea las condiciones para aumentar la tasa de explotación y la configuración del ejército de reserva industrial en cada economía nacional. Las tecnologías de la información y la comunicación han llevado a una fragmentación cada vez mayor de los procesos de trabajo, a la que ahora se agrega el verdadero ingreso en la era de la robotización.

La vacilante acumulación del capital

Un modo de producción es al mismo tiempo una forma específica de la organización de las relaciones sociales de producción, junto a las correspondientes relaciones de distribución, y un modo de dominación social organizado institucional y políticamente. Cuando el modo de producción qua relaciones sociales de producción comienza a vacilar y a paralizarse, y la reproducción ampliada se desacelera fuertemente, la experiencia histórica muestra que los componentes dominantes de las clases altas tendrán como su único objetivo y horizonte la preservación a toda costa de sus privilegios y su poder apoyados en determinadas instituciones. Rechazarán todo pedido de reforma, aunque provengan de miembros de sus propias filas. Así sucedió con la corte de la monarquía absoluta en Francia, con ministros como Turgot y nuevamente en la corte de la Rusia zarista. Ese fue el caso también cuando las híbridas relaciones sociales sui generis de producción de la Unión Soviética llegaron a su límite. La burguesía está hoy en esta situación. No tiene entre sus filas a un Roosevelt. Las expresiones de su crisis incluyen la extensión y la profundidad de la corrupción, el muy bajo nivel de debate político, el cinismo de las corporaciones y la parálisis de los gobiernos frente al cambio climático. La conferencia de Davos en 2016 eligió centrarse en la crisis de los bancos europeos y cuestiones similares, en lugar de discutir el informe que expresaba en términos diplomáticos: La preocupación sobre los efectos de la desintermediación digital, la robótica avanzada y la economía colaborativa sobre el crecimiento de la productividad, la creación de empleos y el poder de compra. Es evidente que la generación del milenio experimentará en la próxima década un cambio tecnológico mayor que lo que hubo en los últimos 50 años, no dejando intacto a ningún aspecto de la sociedad global. Los grandes adelantos científicos y tecnológicos, desde la inteligencia artificial hasta la medicina de precisión, se plantean transformar nuestra identidad humana.3

Un importante elemento de la situación actual es la ausencia de prerrequisitos exógenos, de los que anteriormente se disponía para una renovada acumulación a largo plazo. La reactivación de las “ondas largas” en el sentido que les daba Trotsky, y que reconocía de una manera complicada Mandel, la determinaban factores exógenos, como las guerras mundiales, las masivas ampliaciones del mercado debido a una expansión territorial (la “frontera” en la historia estadounidense) o la creación de nuevas industrias como resultado de importantes adelantos tecnológicos. Las condiciones políticas para una guerra mundial (una preparación ideológica del tipo de la que llevó a cabo el nazismo luego de 1933) no existe hoy en día. De modo que para la burguesía, el problema es hallar un factor capaz de impulsar la acumulación otra vez, luego de varias décadas. Desde que se incorporó a China en el mercado mundial, ya no quedan “fronteras”. La única posibilidad son las nuevas tecnologías. Solamente éstas, con una inversión extremadamente alta y sus efectos en los empleos, son capaces de impulsar una nueva onda larga de acumulación, asociada con la expansión a través de nuevos mercados. El rol de las Tecnologías de la Información y la Comunicación en la reconfiguración radical de la organización del trabajo y en la vida cotidiana es indudable. La gran cuestión es si ellas tienen las consecuencias en la inversión y en el empleo, capaces de impulsar una nueva onda larga de la acumulación. Sus impactos generalizados en el ahorro de fuerza de trabajo, junto a su efecto en incrementar el valor del capital constante invertido, sugieren lo contrario; en particular, si no está a la vista una “Cuarta Revolución Industrial”, o sea, un aumento radical de las tecnologías que surgieron en la “Tercer Revolución Industrial”, como la llamaban los teóricos neoschumpeterianos. La opinión dominante entre los economistas y sociólogos estadounidenses es que los factores que impulsaron el crecimiento económico durante la mayor parte de la historia norteamericana, se han gastado en gran medida. Dicen que se ha llegado a una “meseta tecnológica”, y apuntan a los “resultados más fáciles”, que tuvieron un rápido crecimiento, incluyendo el cultivo de muchas tierras antes no trabajadas, o de descubrimientos tecnológicos “trascendentales”, en especial en el transporte, la electricidad, las comunicaciones masivas, la refrigeración y los servicios sanitarios, y finalmente la educación masiva. Lo que las tecnologías de la información y la comunicación ofrecen al capital y al estado en la forma de “macro datos” es una capacidad sin precedentes para el control social y político. No ofrecen ninguna solución para el desempleo masivo4 y aumentan la composición orgánica del capital.

Una temprana reflexión sobre el futuro del capitalismo

En su introducción a la edición por Penguin del tomo III de El capital, Mandel (1981: 78) desarrolla una serie de elaboraciones teóricas sobre el “destino del capitalismo”. Al contrario que Sweezy, Mandel discute la teoría de Grossman sobre el colapso capitalista en forma respetuosa y seria. Esto lo lleva a analizar las consecuencias de lo que él llama en esa época el “robotismo”. Las nuevas tecnologías todavía estaban en su infancia cuando escribía esto, pero para Mandel ellas ya tenían potencialmente consecuencias portentosas. Teniendo en cuenta los pronósticos que hemos discutidos antes, es importante leerlas y discutirlas: La extensión de la automatización más allá de un determinado límite conduce, inevitablemente, primero a una reducción del volumen total del valor producido, luego a una reducción del volumen total del plusvalor producido. Esto desata una “crisis del colapso” combinada en forma cuádruple: una enorme crisis de reducción en la tasa de ganancia; una enorme crisis de realización (el aumento en la productividad del trabajo que implica el robotismo expande la masa de valores de uso producida a un ritmo aún más alto que el ritmo de reducción de los salarios reales, y una creciente proporción de estos valores de uso se vuelve invendible); una masiva crisis social; y una inmensa crisis de “reconversión” [en otras palabras, de la capacidad del capitalismo para adaptarse] a través de la desvalorización; la formas específicas de la destrucción del capital amenazan no sólo a la supervivencia de la civilización humana, sino también la supervivencia de la humanidad o de la vida en nuestro planeta (ibíd.: 87).

Poco después, para que se lo entienda mejor, Mandel escribe: Es evidente que esa tendencia hacia la modernización del trabajo en sectores productivos con el más alto desarrollo tecnológico debe, necesariamente, ser acompañado por su propia negación: un aumento en el desempleo masivo, en la ampliación de sectores marginalizados de la población, en la cantidad de quienes “abandonan” y de todos a quienes el desarrollo “final” de la tecnología capitalista los expulsa del proceso de producción. Esto significa que a los crecientes desafíos a las relaciones capitalistas de producción en el ámbito de la fábrica se suman crecientes desafíos a todas las relaciones y valores burgueses básicos en la sociedad de conjunto, y estos también constituyen un elemento importante y periódicamente explosivo de la tendencia del capitalismo al colapso final (ibíd.).

Y luego agrega: No necesariamente es un colapso a favor de una forma superior de organización social o civilización. Precisamente como una función de la propia degeneración del capitalismo, los fenómenos de decadencia cultural, de retrogresión en las esferas de la ideología y el respeto a los derechos humanos, multiplican al mismo tiempo la sucesión ininterrumpida de crisis multiformes, con las que esa degeneración nos enfrentará (ya nos está enfrentando). La barbarie, como un posible resultado del colapso del sistema, es una perspectiva mucho más concreta y precisa hoy que lo que fue en las décadas de 1920 y 1930. Hasta los horrores de Auschwitz e Hiroshima parecerán moderados comparados con los horrores con los que una continua decadencia del sistema confrontará a la humanidad. Bajo estas circunstancias, la lucha por un desenlace socialista asume el significado de una lucha por la propia supervivencia de la civilización humana y la raza humana (ibíd.: 89).

Mandel modera su perspectiva ciertamente catastrófica con un mensaje de esperanza, adaptado de la problemática de El programa de transición: El proletariado, como lo ha mostrado Marx, reúne todos los prerrequisitos objetivos para dirigir exitosamente esa lucha; y hoy, eso sigue siendo más cierto que nunca. Y tiene al menos el potencial para adquirir los prerrequisitos subjetivos también, para una victoria del socialismo mundial. Si ese potencial se hará verdaderamente realidad dependerá, en último análisis, de los esfuerzos conscientes de los marxistas revolucionarios organizados, integrándose con las periódicas luchas espontáneas del proletariado para reorganizar la sociedad siguiendo los lineamientos socialistas, y conduciéndolo a objetivos precisos: la conquista del poder estatal y la revolución social radical. No veo más motivos para ser pesimista hoy en cuanto al resultado de esa empresa, que los que había en la época en que Marx escribió El capital (ibíd.: 89 y s.).

Que una revolución social radical es la solución, es algo más cierto que nunca, pero la amenaza de las crisis ecológicas, algo que era imprevisible para Marx, como también el legado político del siglo XX, no nos inducen a ser tan optimistas como trataba ser Mandel en 1981. En la tradición revolucionaria a la que adherí, el socialismo era una “necesidad” en dos sentidos de la palabra: el de ser la única respuesta decisiva y duradera, no sólo para la situación de la clase obrera y los sumergidos, sino para la satisfacción de las necesidades humanas; y el de ser el resultado del movimiento del desarrollo capitalista. La burguesía no dejaría la escena sin luchar y los procesos contrarrevolucionarios como el nacimiento del estalinismo o el maoísmo podrían ocurrir, pero “la historia está de nuestro lado”. Los marxistas revolucionarios eran la “expresión consciente” de procesos económicos y sociales fundamentales. Esta visión del mundo estaba enraizada en la lectura de los numerosos párrafos de Marx y posteriormente, en los de los principales revolucionarios marxistas que parecían respaldarlo; en particular, Lenin, y en el caso de Trotsky, por una lectura unilateral de las dos primeras secciones delPrograma de Transición, y con muy poca discusión de sus numerosos textos que expresaban preocupaciones enraizadas en los sucesos de la década de 1930 pero que contenían reflexiones más generales, como en sus escritos sobre el fascismo y el nazismo. Rosa Luxemburgo era objeto de sospechas, no sólo debido a sus advertencias sobre el posible curso de la revolución de octubre, sino por la angustia contenida en el grito de “socialismo o barbarie”. El hecho de que en sus últimos años esta angustia también pasó a ser la de Trotsky, jamás fue discutido.

Los procesos políticos de fines de la década de 1980 y principios de la de 1990, con consecuencias mundiales (en particular, el hecho de que no sucediera la revolución política en la URSS), y las divisiones organizativas vacías de perspectivas me volvieron cada vez más receptivo al pensamiento de filósofos de la Europa central. El primero fue Mészáros, con la siguiente afirmación de su libro originalmente publicado en 1995: Todo sistema de reproducción metabólica social tiene sus límites intrínsecos o absolutos que no se pueden traspasar sin cambiar el modo de control prevaleciente en uno cualitativamente diferente. Cuando en el curso del desarrollo histórico se llega hasta esos límites se hace imperativo transformar los parámetros estructurales del orden establecido –o en otras palabras, sus “premisas prácticas” objetivas– que normalmente circunscriben el marco general de ajuste de las prácticas reproductivas factibles bajo esas circunstancias (Mészáros, 2000: 163).5

Y a este párrafo le sigue la siguiente afirmación de que en el caso del capitalismo, el margen para el desplazamiento de las contradicciones del sistema se torna aún más estrecho y sus pretensiones de un estatus indesafiable de la causa sui se hacen palpablemente absurdas, a pesar del poder destructivo antes inimaginable a disposición de sus personificaciones. Porque a través del ejercicio de tal poder el capital puede destruir a la humanidad en general –que es precisamente a lo que parece estar en verdad encaminado (y con ello, de seguro, también a su propio sistema de control)– pero no selectivamente a su antagonista histórico [la clase obrera] (ibíd.: 166 y s.).

El otro autor que me ha alentado a investigar el concepto de los límites absolutos de la producción capitalista es el filósofo alemán Robert Kurz. Como Mandel, en una lectura de Marx que ha levantado muchas controversias,6 él apunta a los efectos en el ahorro de trabajo y en la mejora de la productividad de las tecnologías relacionadas con la tecnología de la información y la comunicación, y sus consecuencias en la agudización de las contradicciones de la producción capitalista.

Dado el nivel de las contradicciones que han alcanzado, nos enfrentamos desde ahora con la tarea de reformular la crítica de las formas capitalistas y en la de su abolición. Esta es simplemente la situación histórica en la que estamos, y sería fútil llorar sobre las batallas perdidas del pasado. Si el capitalismo llega ante los que son objetivamente sus límites históricos absolutos, sin embargo es cierto que, por falta de una consciencia crítica suficiente, la lucha por la emancipación también puede fracasar. El resultado sería entonces no una nueva primavera de la acumulación, sino como lo dijo Marx, la caída de todos en la barbarie.7

El advenimiento de una nueva barrera inmanente más formidable y sus consecuencias

En ausencia de los factores capaces de lanzar una nueva fase de acumulación sostenida, la perspectiva es la de una situación en la que las consecuencias del lento crecimiento y la endémica inestabilidad financiera, junto al caos político que ellos alimentan en ciertas regiones hoy y potencialmente en otras, convergería con los impactos sociales y políticos del cambio de clima. El concepto de barbarie, asociado con las dos guerras mundiales y el Holocausto y más recientemente con los genocidios contemporáneos también se hará aplicable entonces a ellos. El precedente de la vinculación de la cuestión ecológica con la caída de nuestra sociedad en la barbarie se lo debe atribuir otra vez a Mészáros: En alguna medida Marx ya era consciente del “problema ecológico”, es decir, los problemas de la ecología bajo el dominio del capital y los peligros implícitos en él para la supervivencia humana. De hecho, fue el primero en conceptualizarlo. Habló sobre la contaminación e insistió en que la lógica del capital –que debe perseguir las ganancias, de acuerdo con la dinámica de la auto-expansión y la acumulación del capital– no puede tener ninguna consideración para los valores humanos e incluso para la supervivencia humana [...]. Por supuesto, lo que no se puede hallar en Marx, es una explicación de la mayor gravedad de la situación en la que nos encontramos. Para nosotros la supervivencia humana es una cuestión urgente (Mészáros, 2001: 99).

Cuando hablamos de amenaza a la supervivencia humana, por supuesto, queremos decir una amenaza a la civilización tal como la conocemos hasta ahora. Los seres humanos sobrevivirán, pero si no derriban al capitalismo, vivirán, a nivel mundial, en una sociedad del tipo de la que describió Jack London en su gran novela distópica, El talón de hierro. Hasta que tenga lugar el cambio revolucionario, estamos atrapados por las relaciones y las contradicciones específicas del modo capitalista de producción. Un modo de producción caracterizado por “el movimiento infatigable de la obtención de ganancias, el afán absoluto de enriquecimiento” (Marx, 1983: I, 187), no puede tomar en cuenta un mensaje que exige un fin al crecimiento, tal como se entiende tradicionalmente, y un uso negociado y planificado de los recursos restantes.

La acumulación del capital ha tomado la forma del desarrollo de industrias específicas. La combinación de la crisis global económica y la crisis ecológica del capitalismo es simultáneamente la de las relaciones sociales de producción y de un determinado modo de producción material, el consumo, el uso de la energía y los materiales o, nuevamente toda la base material en la que ha tenido lugar la acumulación, en particular durante los últimos 60 años, y las industrias asociadas con él –las energéticas, las automovilísticas, las infraestructuras viales y la construcción en particular, que conducen a modelos de ciudades intensivas en energía y de la producción de agroquímicos. La prolongación de este modo bajo el capitalismo implica formas cada vez más destructivas de minería, perforación petrolera (por ejemplo, la perforación de pozos a través de espesas capas de sal en aguas ultraprofundas en el Ártico), la producción agrícola (el uso altamente intensivo de ingredientes químicos y la expansión de la agricultura mediante la deforestación) y los recursos oceánicos. Esas formas representan “el esfuerzo del capital para revertir la desaceleración de la productividad a través de una serie de desesperadas batallas por las últimas migajas de los últimos restos baratos de la naturaleza” (Moore, 2014: 37). El agente de esta destrucción es la figura contemporánea del “capitalista, o sea como capital personificado, dotado de conciencia y voluntad” (Marx, 1983, I: 187), a saber, la gran corporación industrial y minera y quienes la poseen y controlan.8

Ahora es evidente que el calentamiento global y el agotamiento ecológico se han convertido en una “barrera inmanente” para el capital, y no, como todavía se lee en obras anteriores de estudiosos estadounidenses, en una barrera exterior. En su libro, que recibí cuando estaba terminando con esta conclusión, Moore escribe que “los límites al crecimiento que enfrenta el capital son suficientemente reales: son ‘límites’ coproducidos mediante el capitalismo. El límite ecológico mundial del capital es el propio capital” (Moore, 2015: 295). Esta coproducción se remonta a la época del capital mercantil, y en la época más reciente ha sido moldeada por la globalización y la financiarización. Esta es una barrera que no puede, como se expone en el tomo III de El capital, capítulo 15, ser resuelta temporalmente a través de “la desvalorización periódica del capital ya existente” o superándola en virtud de “medios que vuelven a alzar ante ella esos mismos límites, en escala aún más formidable” (Marx, 1983: III, 320 y s.). La barrera está allí para permanecer. Foster ha tomado el concepto del límite o barrera absoluta del capital y lo ha desarrollado en relación con el medio ambiente, agregando detallados comentarios a los textos pertinentes de Marx. Considera que el “precipicio ecológico que se aproxima” (Bellamy Foster, 2013: 1) como algo que cada vez está más cerca. El agotamiento de los recursos es irreversible, o sólo reversible en un largo tiempo, que podría tomar siglos. Tan profundamente intensivo en carbón es el actual régimen energético imbricado con los modos de producción y de vivir forjados por el capitalismo, que el ritmo del calentamiento global está fuera de control, al menos en la actualidad. En el “mejor escenario” (un escenario sin procesos de realimentación), la cuestión que se plantea es sobre la “adaptación” y de este modo, está determinada por las clases y la división entre países ricos y países pobres, que serán las que decidirán quiénes serán más perjudicados en el mundo.

Como subrayó Mandel más arriba, el hecho de que el capitalismo haya alcanzado sus límites absolutos no significa que cederá el paso a un nuevo modo de producción.9 Las élites y los gobiernos controlados por ellas prestan más atención que nunca a la preservación y reproducción del orden capitalista. De modo que a su progresivo hundimiento junto a los efectos previsibles e imprevisibles del cambio climático se sumarán guerras y regresiones ideológicas y culturales, tanto las provocadas por la mercantilización y la financiarización de la vida cotidiana como las que toman la forma del fundamentalismo y el fanatismo religioso de los tres monoteísmos. La mortalidad a causa a las guerras locales, las enfermedades, y las condiciones sanitarias y nutricionales debidas a la gran pobreza continúan siendo contadas en decenas, sino centenares, de millones.10 Los impactos del cambio climático aumentan en determinadas partes del mundo (el delta del Ganges, gran parte de África, las islas del Pacífico Sur) y ya ponen en peligro las mismas condiciones de reproducción social de los oprimidos (este tema fue central en Chesnais y Serfati, 2003). Necesariamente, ellos resistirán o procurarán sobrevivir lo mejor que puedan. Las consecuencias serán violentos conflictos sobre los recursos acuíferos, guerras civiles, prolongadas por la intervención extranjera en los países más pobres del mundo, enormes desplazamientos de refugiados causados por las guerras y el cambio climático (Dyer, 2010). Quienes dominan y oprimen al orden mundial consideran esto como una amenaza a su “seguridad nacional”. En un informe reciente del Departamento de Defensa de los EE.UU. se afirma que el cambio climático global tendrá implicancias de amplio alcance para los intereses de la seguridad nacional del país.11 Moore escribe que “el giro hacia la financialización, y la cada vez más profunda capitalización en la esfera de la reproducción, ha sido una forma poderosa de posponer la rebelión inevitable. Esto ha permitido sobrevivir al capitalismo. Pero, ¿por cuánto tiempo más?” (Moore, 2015: 305). Hay otras preguntas, que no son muy diferentes: “nosotros”, ¿podremos liberarnos, derribar al capitalismo para establecer una “sociedad humana en relación con la naturaleza” totalmente diferente? Y si no podemos, ¿sobrevivirá la sociedad civilizada? Pues un modo de producción que está colapsando nos arrastrará a todos en su caída.

Las generaciones más jóvenes de hoy y quienes las seguirán se enfrentan y cada vez más se enfrentarán con problemas extraordinariamente difíciles. Hay importantes batallas en algunos países, pero también en todos los demás, una cantidad innumerable de luchas auto-organizadas a nivel local que demuestran su plena capacidad para enfrentar esos problemas. Visto desde el punto de vista de la lucha por la emancipación social, su única perspectiva es la que se resume en la palabra que dijo Marx durante su última conversación registrada que tenemos, precisamente una conversación con un joven periodista estadounidense: “lucha”.

“Durante la conversación, surgió en mi mente una pregunta relativa a la suprema ley de la vida. Mientras descendía a las profundidades del lenguaje, y se elevaba a las alturas de la solemnidad, durante un instante de silencio, interrumpí al revolucionario y filósofo con estas decisivas palabras, ‘¿Qué es?’. Parecía como si por un momento su mente diese marcha atrás mientras contemplaba bramar al mar ante él, así como a la inquieta multitud en la playa. ‘¿Qué es?’, había preguntado yo; a lo que en un tono profundo y solemne, replicó: ‘¡Lucha!’ Al principio creí haber oído el eco de la desesperación; pero por ventura, era la ley de la vida”.12 Los levantamientos en diferentes partes del mundo y las igualmente importantes innumerables luchas locales, muchas de las cuales son simultáneamente económicas y ecológicas, muestran que quienes participan en ellas lo comprenden. El inmenso desafío es el de centralizar esta latente energía revolucionaria en todo el mundo en formas políticas que no repitan las que tuvieron los desastrosos resultados del siglo pasado, y así crear realmente una fuerza que podría concebir y establecer las relaciones de la emancipación humana, y capaz también de detener el actual curso ecológico.

Notas:

1 “Adaptándose al cambio climático”, The Economist, 25/11/2010. “Aunque se resisten a decirlo en público, la improbabilidad absoluta de ese logro ha hecho que muchos científicos del clima, defensores del medio ambiente y dirigentes políticos hayan llegado a la conclusión en que, como dijo Bob Watson, quien presidió el IPCC y ahora es el principal científico en el Departamento Británico del Medio Ambiente, Alimentos y Asuntos Rurales, ‘dos grados es una quimera’”.

2 Freeman (2010) estima un aumento en el tamaño de la “reserva de trabajo mundial”, de aproximadamente 1,46 mil millones a 2,93 mil millones, usando la expresión mucho más clara de la “duplicación efectiva de la fuerza de trabajo mundial asociada actual”.

3 Ver: http://reports.weform.org/global-risks-2016/.

4 Un estudio cuidadosamente investigado (Fey y Osborne, 2013) estima que el 47 por ciento de los empleos estadounidenses se encuentran “en riesgo” de ser automatizados en los próximos 20 años.

5. Las posiciones políticas de Mészáros a fines de la primera década del 2000, apoyando el “Socialismo del siglo XXI” de Chávez no descalifican a su obra teórica.

6 Particularmente en su interpretación en la temprana obra de la teoría del valor y el concepto del trabajo abstracto. Esto es muy marginal en el libro de 2011 sobre la crisis. Ver su presentación del libro en francés (http://www.palim-psao.fr/article-theorie-de-marx-crise-et-depassement-du-capitalisme-a-propos-de-la-situacion-de-la-critique-social-108491159.html), y el resumen de las principales discusiones en una revista francesa (https://lectures.revues.org/7102).

7 Ver: http://www.palim-psao.fr/article-theorie-de-marx-crise-et-depassement-du-capitalisme-a-propos-de-la-situation-de-la-critique-social-108491159.html.

8 Mientras termino este texto, llegan noticias de la posiblemente más grande crisis ecológica provocada bajo el capitalismo por la corporación minera brasileña Vale, sobre el río Doce.

9 La visión optimista es la de Amin (2016) con su teoría de una transición al socialismo que durará un siglo o incluso varios.

10 Moore (2002: 301-322) ha sintetizado datos históricos, que muestran que la transición del feudalismo al capitalismo mercantil desde el período medieval tardío hasta el siglo XVII fue económica y social pero también ecológica en sus manifestaciones, extendiéndose desde las hambrunas recurrentes, la Peste Negra, y el agotamiento de los suelos, hasta las revueltas campesinas y la intensificación de las guerras.

11 Ver: http://www.defense.gov/pubs/150724-Congressional-Report-on-National-Implications-of-Climate-Change.pdf.

12 John Swinton, “A conversation with Marx”, The Sun, Nueva York, 6 de septiembre de 1880. Agradezco a Pierre Dardot y Christian Laval (2012), quienes terminaron su libro sobre Marx de esta misma manera [la conversación también fue en Wheen, 2015. Nota del trad.].

Bibliografía

Amin, Samir,Russia and the Long Transition from Capitalism to Socialism.Nueva York: Monthly Review Press, 2016.

Bellamy Foster, John, “The Epochal Crisis – The Combined Capitalist Economic and Planetary Ecological Crises”. En: Monthly Review 65/5 (octubre de 2013).

Chesnais, François / Serfati, Claude, “Les conditions physiques de la reproduction sociale”. En: Harribey J.-M. / Löwy, Michael(eds.), Capital contre nature. París: Presses Universitaires de France / Actuel Marx Confrontation, 2003.

Dardot, Pierre / Laval, Christian, Marx, Prénom: Karl. París: Gallimard, 2012.

Dyer, Gwynne, Climate Wars. The Fight for Survival as the World Overheats.Melbourne: Scribe Publishers, 2010.

Fey, Carl, Osborne, Michael, “The Future of Employment: How Susceptible are Jobs to Computerisation?”. En:www.oxfordmartin.ox.ac.uk/downloads/academic/the_future_of_employment.pdf/(último acceso: 17/9/2013).

Freeman, Richard, “What Really Ails Europe (and America): The Doubling of the Global Workforce”. En: www.theglobalist.com (último acceso: 5 de marzo de 2010).

Kurz, Robert, Vies et mort du capitalisme. Chroniques de la crise. París: Éditions Lignes, 2011.

Mandel, Ernest, “Introduction”. En: Marx,Karl, Capital. Tomo III. Harmondsworth: Penguin, 1981.

Marx, Karl, El capital. Traducción de W. Roces. México: Siglo XXI, 1983.

– / Engels, Friedrich. El manifiesto comunista. Trad. de Miguel Vedda. Buenos Aires: Herramienta, 2008. Mészáros, István, Más allá del capital. Caracas: Vadell, 2000.

–, The Alternative to Capital’s Social Order. From the “American Century” to the Crossroads. Socialism or Barbarism. Nueva York: Monthly Review Press, 2001.

Moore, Jason W, “The Crisis of Feudalism: An Enviromental History”. En:Organization and Environment 15/3 (septiembre de 2002).

–, “The Capitalocene, Part. I: On the Nature & Origins of Our Ecological Crisis”. En: http://www.jasonwmoore.com/Essays.html (último acceso: 11/5/2016).

–, Capitalism in the Web of Life, Ecology and the Accumulation of Capital. Nueva York: Verso, 2015. Trotsky, León, La revolución permanente (1930). En: http://www.espartaco.cjb.net (último acceso: 11/5/2016).

Wheen, Francis, Karl Marx. Buenos Aires: Debate, 2015.

Escrito especialmente para su publicación en Herramienta.

François Chesnais. Investigador-militante marxista, economista, profesor emérito en la Universidad de París 13-Villetaneuse. Es parte del Consejo científico de ATTAC-Francia, director de Carré Rouge y miembro del Consejo asesor de Herramienta, con la que colabora asiduamente. Autor de una gran cantidad de artículos, ensayos y libros, entre los que elegimos mencionar La Mondialisation du capital y Les dettes illégitimes. Quand les banques font main base sur les politiques publiques. Es también uno de los autores de la obra colectiva Las finanzas capitalistas. Para comprender la crisis mundial, publicado por Ediciones Herramienta. E-mail: chesnaisf@free.fr.

A cien años del “imperialismo…” de Lenin


nodo50.org

A cien años del “imperialismo…” de Lenin

 

 

Alejandro Teitelbaum
Argenpress/CEPRID
En el año centenario del “Imperialismo fase superior del capitalismo” escrito por Lenin en 1916, ya se han publicado sobre el mismo algunos ensayos más o menos académicos, algunos interesantes y otros no tanto.
Nosotros preferimos oponer el pensamiento de Lenin, no al de sus contradictores que fueron sus contemporáneos (tarea sin duda importante), sino a quienes actualmente ponen en cuestión sus ideas. Pretendemos así contribuir al debate necesario en los medios de izquierda, donde, a nuestro modo de ver, impera una profunda confusión ideológica.
Esta última cuestión, nada trivial si se tiene en cuenta la ausencia de una propuesta alternativa coherente a la crisis económica, política, económica, social y ambiental que padece el mundo, me impulsó a escribir un libro al respecto (*), en el que, entre otras cosas, pongo como contrafigura de las ideas de Lenin sobre el imperialismo a Hannah Arendt, regularmente citada y celebrada por no pocos intelectuales autodefinidos como de izquierda. He aquí el párrafo pertinente del libro.
Escribe Arendt: “El imperialismo debe comprenderse como la primera fase de la dominación política de la burguesía, más que como la última etapa del capitalismo”. No es el lugar para argumentar una evidencia: que El imperialismo…de Lenin conserva plena vigencia y actualidad. Hace algunos años –en 2006– escribimos un artículo publicado en Argenpress, en Rebelión y en otros sitios con el título “Actualidad de ‘El imperialismo, fase superior del capitalismo’, de Vladimir I. Lenin”.
He aquí algunos párrafos: “Lenin escribió “El Imperialismo…” en Zurich entre enero y julio de 1916, es decir hace 90 años, aunque se publicó por primera vez en Petrogrado recién en abril de 1917. El trabajo de Lenin sigue siendo un instrumento indispensable para el análisis de la sociedad capitalista contemporánea. Aunque muchos se obstinan en llamar “mundialización neoliberal” al sistema socioeconómico actualmente dominante, como si se tratara de una enfermedad pasajera y curable del capitalismo, dicha “mundialización neoliberal” no es otra cosa que el sistema capitalista real, es decir el resultado de la evolución del capitalismo hasta su etapa actual, imperialista y guerrerista. La actual guerra de agresión emprendida por Israel contra Palestina y El Líbano con el apoyo político y logístico (bombas de enorme poder destructivo) que le proporciona Estados Unidos, no es una “reacción desproporcionada de Israel”: es la quinta guerra imperialista (si no contamos la invasión a Panamá en 1989) en sólo 15 años: guerra del Golfo, guerra contra Yugoslavia, guerra de Afganistán y guerra contra Irak. Esta agresión ha sido cuidadosamente planificada con el mentor estadounidense, su objetivo es el control de toda la región y tiene en la línea de mira Siria e Irán. El capitalismo en su etapa imperialista necesita guerras a repetición con fines geoeconómicos y geopolíticos expansionistas y para dar salida a sus crisis periódicas, que tienden a hacerse permanentes, mediante la producción de armamentos y la reconstrucción de cada posguerra. Es la “destrucción creativa” de que hablaba Schumpeter.
El sistema actual no es simplemente una etapa indiferenciada de un “sistema mundo moderno” que existiría desde hace 500 años (Wallerstein). Es la expresión contemporánea, cualitativamente diferente, del capitalismo. Es una falacia la idea de Wallerstein (La Jornada, México 01/06/2003) de que Bush es un accidente “militarista macho” y que el gran capital (por lo menos aquel representado por gente como Bill Gates y Soros) quiere un sistema capitalista estable que Bush no les brinda, que puede ejercer su hegemonía con eficiencia económica y ser capaz de crear un orden mundial que garantice un “sistema mundo” que funcione con fluidez, así sea para permitir una desproporcionada tajada de acumulación de capital. No hay un capitalismo enfermo de la mundialización neoliberal y de guerrerismo y otro capitalismo “posible” o utópico, estable y eficiente que pueda funcionar con fluidez, libre de las crisis, del militarismo y la guerra y de brotes neofascistas.
Escribía Lenin en 1916: “El capitalismo se ha transformado en un sistema universal de opresión colonial y de estrangulación financiera de la inmensa mayoría de la población del planeta por un puñado de países “avanzados”. Este “botín” se reparte entre dos o tres potencias rapaces de poderío mundial, armadas hasta los dientes (Estados Unidos, Inglaterra, Japón) que, por el reparto de su botín arrastran a su guerra a todo el mundo” (El imperialismo…Prólogo a las ediciones francesa y alemana de julio de 1920, párrafo II).
En la frase plena de ambigüedad “otro mundo es posible” que se ha hecho tan popular, está latente la idea de que “otro capitalismo es posible”, si se contienen los “excesos” del “neoliberalismo” y se introducen algunas reformas para lograr “un mundo mejor”.
Lenin ya respondió en 1916 a este pseudo reformismo en el libro que comentamos, cuando escribió en el Capítulo IX (La crítica del imperialismo): “Las cuestiones esenciales en la crítica del imperialismo son las de saber si es posible modificar con reformas las bases del imperialismo, la de saber si hay que seguir adelante desarrollando la exacerbación y el ahondamiento de las contradicciones engendradas por el mismo o hay que retroceder, atenuando dichas contradicciones.
Como las particularidades políticas del imperialismo son la reacción en toda la línea y la intensificación del yugo nacional como consecuencia del yugo de la oligarquía financiera y la supresión de la libre concurrencia a principios del siglo XX, en casi todos los países imperialistas aparece una oposición democrática pequeñoburguesa al imperialismo…En los Estados Unidos, la guerra imperialista de 1898 contra España provocó una oposición de los “antiimperialistas”, los últimos mohicanos de la democracia burguesa, los cuales calificaban de “criminal” dicha guerra y consideraban como una violación de la Constitución la anexión de tierras ajenas…Pero mientras toda esa crítica tenía miedo de reconocer el lazo indisoluble existente entre el imperialismo y los fundamentos del capitalismo, mientras temía unirse a las fuerzas engendradas por el gran capital y su desarrollo, no pasaba de ser una “aspiración inofensiva”.
Como resultado de la concentración y acumulación del capital se formaron los grandes oligopolios y monopolios cuya base financiera se consolidó desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX con la fusión del capital industrial y el capital bancario.
“Lenin escribió en “El Imperialismo…”: “Traducido al lenguaje común esto significa: el desarrollo del capital ha llegado a un punto tal que, aunque la producción de mercancías siga “reinando” como antes y siga siendo considerada como la base de toda la economía, en realidad se halla ya quebrantada, y las ganancias principales están destinadas a los “genios” de las combinaciones financieras” (Capítulo I, La concentración de la producción y los monopolios). Y más adelante comienza citando a Marx: “Los bancos crean en escala social la forma, y nada más que la forma, de la contabilidad general y de la distribución general de los medios de producción”, escribía Marx hace medio siglo en El Capital.
Los datos que hemos reproducido referentes al incremento del capital bancario, al aumento del número de oficinas de cambio y sucursales de los bancos más importantes, de sus cuentas corrientes, etc., nos muestran concretamente esa “contabilidad general” de toda la clase de los capitalistas y aún no sólo de los capitalistas, pues los bancos recogen, aunque no sea más que temporalmente, toda clase de ingresos monetarios de los pequeños propietarios, de los funcionarios, de la reducida capa superior de los obreros, etc.”. (Capítulo II, Los bancos y su nuevo papel).En el Capítulo III (El Capital financiero y la oligarquía financiera) Lenin agregaba: “El capital financiero, concentrado en pocas manos y que goza del monopolio efectivo, obtiene un beneficio enorme, que se acrece sin cesar, de la constitución de sociedades, de la emisión de valores, de los empréstitos del Estado, etc.”.
Esta descripción que hizo Lenin en 1916 tiene ahora plena vigencia…”. Con la frase: “El imperialismo debe comprenderse como la primera fase de la dominación política de la burguesía, más que como la última etapa del capitalismo”, Arendt parece ignorar que el comienzo de la dominación política (y económica) de la burguesía no es un producto del imperialismo sino que puede situarse entre los siglos XVII y XVIII (las revoluciones burguesas) se consolidó con las guerras de conquista coloniales y la explotación de los recursos (humanos y materiales) de las colonias y delos países periféricos. Y que el imperialismo como “mundialización” de la dominación económica y política del capitalismo monopolista (la reproducción ampliada del capital a escala mundial) es un fenómeno posterior, pues comenzó a manifestarse entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, como sostuvo Lenin, basándose en un estudio riguroso de los hechos y no en una mera especulación.
Pero Arendt no se queda en esta afirmación, manifiestamente contraria a los hechos históricos, y en el Prólogo a la sección de su libro dedicada al imperialismo– claramente inspirada en algunos aspectos de la obra de John Hobson El imperialismo: un estudio, (1902) escribe: “Rara vez pueden ser fechados con tanta precisión los comienzos de un período histórico y raramente fueron tan buenas las posibilidades de los observadores contemporáneos para ser testigos de su preciso final como en el caso de la era imperialista. Porque el imperialismo, que surgió del colonialismo y tuvo su origen en la incongruencia del sistema Nación-Estado con el desarrollo económico e industrial del último tercio del siglo XIX, comenzó su política de la expansión por la expansión no antes de 1884, y esta nueva versión de la política de poder era tan diferente de las conquistas nacionales en las guerras fronterizas como del estilo romano de construcción imperial. Su fin pareció inevitable tras “la liquidación del Imperio de Su Majestad” que Churchill se había negado a “presidir” y se tornó un hecho consumado con la declaración de la independencia india. El hecho de que los británicos liquidaran voluntariamente su dominación colonial sigue siendo uno de los acontecimientos más trascendentales de la historia del siglo XX. De esa liquidación resultó la imposibilidad de que ninguna nación europea pudiera seguir reteniendo sus posesiones ultramarinas.
La única excepción es Portugal, y su extraña capacidad para continuar una lucha a la que han tenido que renunciar todas las demás potencias coloniales europeas puede ser más debida a su atraso nacional que a la dictadura de Salazar; porque no fue sólo la mera debilidad o el cansancio debido a dos asesinas guerras en una sola generación, sino también los escrúpulos morales y las aprensiones políticas de las Naciones-Estados completamente desarrolladas, los que se pronunciaron contra medidas extremas, la introducción de “matanzas administrativas” (A. Carthill) que podían haber destrozado la rebelión no violenta en la India y contra una continuación del “gobierno de las razas sometidas” (lord Cromer) por obra del muy temido efecto de boomerang en las madres patrias. Cuando finalmente Francia, gracias a la entonces todavía intacta autoridad de De Gaulle, se atrevió a renunciar a Argelia, a la que siempre había considerado tan parte de Francia como el département de la Seine, pareció haberse llegado a un punto sin retorno. Cualesquiera que pudieran haber sido los términos de esta esperanza si la guerra caliente contra la Alemania nazi no hubiese sido seguida por la guerra fría entre la Rusia soviética y los Estados Unidos, se siente retrospectivamente la tentación de considerar las dos últimas décadas como el período durante el cual los dos países más poderosos de la Tierra pugnaron por lograr una posición en una lucha competitiva por el predominio en aquellas mismas regiones aproximadamente que habían dominado antes las naciones europeas. De la misma manera, se siente la tentación de considerar a la nueva y difícil distensión entre Rusia y América como el resultado de la aparición de una tercera potencia mundial, China, más que como la sana y natural consecuencia de la destotalitarización de Rusia tras la muerte de Stalin. Y si evoluciones posteriores confirmaran estas incipientes interpretaciones, significaría en términos históricos que hemos vuelto, en una escala enormemente ampliada, al punto en el que comenzamos, es decir, a la era imperialista y a la carrera de colisiones que condujo a la primera guerra mundial. Se ha dicho a menudo que los británicos adquirieron su imperio en un momento de distracción, como consecuencia de tendencias automáticas, aceptando lo que parecía posible y resultaba tentador, más que como resultado de una política deliberada. Si esto es cierto, entonces el camino al infierno puede no estar empedrado de intenciones como las buenas a que alude el proverbio. Y los hechos objetivos que invitan a retornar a las políticas imperialistas son, desde luego, tan fuertes hoy, que uno se inclina a creer mínimamente en la verdad a medias de la declaración, en las vacuas seguridades de buenas intenciones por parte de ambos bandos, de un lado, los “compromisos” americanos con un inviable statu quo de corrupción e incompetencia y, de otro, la jerga seudorrevolucionaria rusa acerca de las guerras de liberación nacional. El proceso de construcción nacional en zonas atrasadas, donde a la ausencia de todos los prerrequisitos para la independencia nacional corresponde un chauvinismo creciente y estéril, ha determinado unos enormes vacíos de poder en los que la competición entre las superpotencias resulta tanto más fiera cuanto que parece definitivamente desechado con el desarrollo de las armas nucleares el enfrentamiento directo”. Los subrayados son nuestros.
Hobson en su obra hace una distinción entre el colonialismo que se aplica a territorios poblados de inmigrantes de la sociedad de origen como es el caso de Australia, Canadá y Nueva Zelandia y el imperialismo “la anexión pura y simple de territorios sin voluntad de integración”, como ocurrió a fines del siglo XIX.Hasta aquí Arendt lo sigue al pie de la letra, que la lleva a hablar de “la expansión por la expansión”. “La expansión por la expansión” de los imperialistas no es un hallazgo de Arendt sino que está inspirado en las tautologías heideggerianas como la “cosidad de la cosa” o que “el acontecimiento acontece”. Arendt –para ser más fiel a su maestro– podría haber dicho que la expansión del imperialismo se debe a que el imperialismo se expande porque es expansivo. Pero Hobson hizo también un estudio económico del imperialismo y de sus móviles reales, que fueron los intereses financieros y la búsqueda de beneficios y no un simple móvil (¿psicológico?) de “la expansión por la expansión”.
El trabajo de Hobson es muy importante para el estudio del imperialismo, pero tiene sus límites, señalados por Lenin en El imperialismo…y por otros autores, por ejemplo el no haber distinguido la ocupación de territorios para la explotación de los recursos naturales y humanos, propio del colonialismo y la exportación de capitales (inversiones) característico del imperialismo. Que hemos llamado más arriba “reproducción ampliada del capital a escala mundial”.
Quizás fueron estas limitaciones de Hobson en el análisis del imperialismo de la economía capitalista en general que lo llevaron, pese a las profundas críticas que hizo al mismo, a proponer para ciertos casos una especie de “buen imperialismo” consistente en que las naciones imperialistas podrían ejercer una suerte de fideicomisos en las naciones “más atrasadas”. Esta idea del “buen imperialismo” parece haber estado en la cabeza de Arendt cuando escribe: … “El proceso de construcción nacional en zonas atrasadas, donde a la ausencia de todos los prerrequisitos para la independencia nacional corresponde un chauvinismo creciente y estéril, ha determinado unos enormes vacíos de poder…” Que habría que llenar con un “buen imperialismo”. Vale la pena recordar que las potencias occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, se han ocupado de crear “enormes vacíos de poder “desintegrando varios países, ahora sumidos en el caos, como son los casos de Irak, Libia, Siria y Afganistán. Arendt habla de “la incongruencia del sistema Nación-Estado con el desarrollo económico e industrial del último tercio del siglo XIX”. Arendt no comprendió la congruencia de un sistema mundial imperialista donde hay Estados-naciones desarrollados que tienden a reproducir sus capitales locales a escala mundial (que así devienen capitales transnacionales), ocupando, dominando, sojuzgando, oprimiendo y explotando a otros pueblos y otros Estados. Contando para ello con su potencial económico, financiero, militar, político e ideológico.
La idea del “buen imperialismo” también parece haber sido adoptada por Arendt cuando escribe que los británicos liquidaran voluntariamente su dominación colonial y… “Cuando finalmente Francia, gracias a la entonces todavía intacta autoridad de De Gaulle, se atrevió a renunciar a Argelia”, de “los escrúpulos morales y las aprensiones políticas de las Naciones-Estados completamente desarrolladas”, de la “jerga seudorrevolucionaria rusa acerca de las guerras de liberación nacional”. De modo que guiadas por sus “escrúpulos morales” Gran Bretañaliquidó “voluntariamente” su dominación colonial y Francia “renunció “a Argelia, después de cometer reiterados crímenes contra la humanidad, entre ellos las matanzas de Sétif y Guelma el 8 de mayo de 1945 para “celebrar”, la victoria contra el nazismo (entre más de 1000 y 40000 muertos, según las fuentes). Arendt se olvidó de decir también que Francia “renunció “a Indochina en Dien Bien Phu. Para Arendt, las guerras de liberación nacional fueron “jerga revolucionaria rusa”.
Todo esto la lleva a formular la tesis de que el “verdadero” imperialismo que subsiste en el tiempo está originado en regímenes totalitarios y no puede tener base de sustentación en el largo plazo en Estados democráticos como, por ejemplo, Estados Unidos.
Que la teoría del “buen imperialismo” de las potencias occidentales, llenas de “escrúpulos morales” y de que el imperialismo sólo puede sustentarse en el largo plazo en un régimen totalitario y no puede durar mucho tiempo en una democracia no es, de nuestra parte, una extrapolación abusiva de la obra de Hannah Arendt, lo demuestran los párrafos siguientes del trabajo del conocido ensayista David Harvey “El “nuevo “imperialismo: acumulación por desposesión” (http://www.cronicon. net/paginas/ Documentos/No.22. pdf):… “En todos estos casos, el viraje hacia una forma liberal de imperialismo (asociada a una ideología de progreso y a una misión civilizatoria) no resultó de imperativos económicos absolutos sino de la falta de voluntad política de la burguesía para resignar alguno de sus privilegios de clase, bloqueando así la posibilidad de absorber la sobreacumulación mediante la reforma social interna. Actualmente, la fuerte oposición por parte de los propietarios del capital a cualquier política de redistribución o de mejora social interna en EUA no deja otra opción que mirar al exterior para resolver sus dificultades económicas. Este tipo de políticas de clase internas forzaron a muchos poderes europeos a mirar al exterior para resolver sus problemas entre 1884 y 1945, y esto imprimió su particular tonalidad a las formas que adoptó entonces el imperialismo europeo. Muchas figuras liberales e incluso radicales se volvieron imperialistas orgullosos durante estos años, y buena parte del movimiento obrero se persuadió de que debía apoyar el proyecto imperial como un elemento esencial para su bienestar. Esto requirió, sin embargo, que los intereses burgueses comandaran ampliamente las políticas estatales, los aparatos ideológicos y el poder militar.
En mi opinión, Hannah Arendt interpreta este imperialismo eurocéntrico correctamente como “la primera etapa del dominio político de la burguesía y no la última fase del capitalismo”, como había sido descripta por Lenin”.
Y más adelante prosigue Harvey:…”En ausencia de una fuerte revitalización de la acumulación sostenida a través de la reproducción ampliada, esto implicará una profundización de la política de acumulación por desposesión en todo el mundo, con el propósito de evitar la total parálisis del motor de la acumulación. Esta forma alternativa de imperialismo resultará difícilmente aceptable para amplias franjas de la población mundial que han vivido en el marco de (yen algunos casos comenzado a luchar contra) la acumulación por desposesión y las formas depredadoras de capitalismo a las que se han enfrentado durante las últimas décadas.
La treta liberal que propone alguien como Cooper es demasiado familiar para los autores postcoloniales como para resultar atractiva. Y el militarismo flagrante que EUA propone de manera creciente, sobre el supuesto de que es la única respuesta posible al terrorismo global, no sólo está lleno de peligros (incluyendo el precedente riesgoso del “ataque preventivo”) sino que también está siendo gradualmente reconocido como una máscara para tratar de sostener una hegemonía amenazada dentro del sistema global. Pero tal vez la pregunta más interesante se refiere a la respuesta dentro de EUA. En este punto, una vez más, Hannah Arendt plantea un contundente argumento: el imperialismo no puede sostenerse por mucho tiempo sin represión activa, o incluso tiranía interna. El daño infligido a las instituciones democráticas internas puede ser sustancial (como lo aprendieron los franceses durante la lucha por la independencia de Argelia). La tradición popular dentro de EUA es anticolonial y antiimperialista y durante las últimas décadas han sido necesarios muchos ardides, cuando no el engaño declarado, para disimular el rol imperial de Norteamérica en el mundo, o al menos para revestirlo de intenciones humanitarias grandilocuentes. No resulta claro que la población estadounidense vaya a apoyar en el largo plazo un giro abierto hacia un imperio militarizado (no más que lo que terminó avalando la guerra de Vietnam)”.
Sin desconocer los méritos de Harvey, se manifiesta en su trabajo una evidente contradicción: por un lado da la razón a Arendt y por el otro su análisis del imperialismo se basa fundamentalmente en el que hizo Lenin, aunque con algunas concesiones al subjetivismo como cuando habla de la falta de voluntad política de la burguesía para resignar alguno de sus privilegios de clase, bloqueando así la posibilidad de absorber la sobreacumulación mediante la reforma social interna. Y cuando da rienda suelta a su imaginación al escribir acerca de que “la tradición popular dentro de EUA es anticolonial y antiimperialista” contradiciéndose con lo que escribió algunos párrafos más arriba: “Muchas figuras liberales e incluso radicales se volvieron imperialistas orgullosos durante estos años, y buena parte del movimiento obrero se persuadió de que debía apoyar el proyecto imperial como un elemento esencial para su bienestar”.
Este último es un dato objetivo que corresponde a la realidad del sistema mundial imperialista. Como lo describió hace algunos años Ronald Mc Kinnon, profesor titular del Departamento de Ciencias Económicas de la Universidad de Stanford, en un artículo publicado en el Boletín del Fondo Monetario Internacional (Fondo Monetario Internacional, Finances et Developpement junio 2001) refiriéndose a cómo una buena parte del pueblo estadounidense vive a expensas del resto del mundo: “Durante el último decenio, el ahorro de las familias (en los Estados Unidos) ha disminuido más de lo que el ahorro público (expresado por los excedentes presupuestarios) ha aumentado en el mismo período. El enorme déficit de la balanza de pagos (exportaciones versus importaciones) de las transacciones corrientes de Estados Unidos, de alrededor de 4,5% del producto nacional bruto de 2000, refleja ese desequilibrio del ahorro. Para financiar un nivel normal de inversión interior –históricamente alrededor del 17% del producto nacional bruto– Estados Unidos ha debido utilizar ampliamente el ahorro del resto del mundo. “Malas” reducciones de impuestos –las que reducen el ahorro público sin estimular el ahorro privado– podrían incrementar esa deuda con el extranjero. Desde hace más de veinte años (es decir desde antes de 1980), Estados Unidos recurre ampliamente a las reservas limitadas del ahorro mundial para sostener su alto nivel de consumo– el de la administración federal en los años 80 y el de las familias en los años 90. Las entradas netas de capitales son actualmente más importantes que en el conjunto de los países en desarrollo. Es así como Estados Unidos, que era acreedor del resto del mundo a comienzos de 1980, se ha convertido en el más grande deudor mundial: unos 2 billones 300 mil millones de dólares en 2000.Los balances de las familias y de las empresas en Estados Unidos muestran el efecto acumulado de los préstamos privados obtenidos en el exterior desde hace diez años. La deuda de las empresas es también muy elevada con relación a su flujo de caja. Sin embargo, no tienen por qué inquietarse. Estados Unidos se encuentra en una situación única y es que disponen de una línea de crédito prácticamente ilimitada, en gran parte en dólares, frente al resto del mundo. Los bancos y otras instituciones financieras de Estados Unidos están relativamente al abrigo de las tasas de cambio: sus activos […] y sus pasivos son en dólares. En cambio, otros países deudores deben acomodarse a las disparidades de las monedas: los pasivos internacionales de sus bancos y de otras empresas son en dólares y sus activos en moneda nacional”.
No hay pues, un “nuevo imperialismo”, sino un imperialismo que se adapta a las circunstancias, entre otras, a las relaciones de fuerzas, pero que mantiene su esencia depredadora, agresiva, militarista, explotadora y totalmente contraria a los derechos fundamentales del ser humano. Por cierto que a la gran mayoría del pueblo estadounidense no le agrádala idea de poner sus muertos en las guerras de agresión. Para evitar tal inconveniente, la doctrina militar estadounidense se ha enriquecido con la estrategia del “cero muerto” (zero killer: ok [1]), consistente en evitar el uso de tropas de tierra y recurrir a bombardeos aéreos masivos, perfeccionados con el bombardeo por medio de drones (aviones no tripulados dirigidos electrónicamente –como un videojuego– desde los Estados Unidos), con los consiguientes “daños colaterales”.
Consistentes éstos en la destrucción indiscriminada de las infraestructuras civiles y en la masacre, también indiscriminada, de la población del país agredido. Hannah Arendt, para formular sus tesis, ha debido omitir por completo en su trabajo mencionar la política imperialista de Estados Unidos en América Latina en los últimos 170 años, que incluye anexiones, comenzando por la de una parte de México en 1845, promoción de golpes de Estado para instalar y sostener dictaduras sanguinarias, invasiones armadas, presiones económicas, etc.
Y guardar silencio sobre el hecho de que en África en el momento dela descolonización y de los movimientos de liberación nacional surgieron líderes como Patrice Lumumba, Kwame Nkrumah, Amílcar Cabral, Jomo Kenyatta y más tarde Thomas Sankara, que bregaron por una vía independiente para sus pueblos, contraria a los intereses de las ex metrópolis de sus grandes empresas. Todos ellos fueron derrocados o asesinados, como fueron los casos de Lumumba, Cabral y Sankara, y reemplazados por dirigentes dictatoriales, corruptos y fieles a las grandes potencias neocoloniales. Quizás haya sido también superfluo para Arendt recordar que las potencias europeas, como culminación de las guerras coloniales que emprendieron en África en el siglo XIX, en la Conferencia de Berlín de1885 se distribuyeron dicho continente como una tierra de nadie, creando fronteras artificiales, y se la redistribuyeron después de la guerra 1914-1918. Todavía se sufren los resultados de esas fronteras artificiales con las guerras interétnicas, fomentadas por las grandes potencias para seguir saqueando los recursos naturales del continente.
Otras “perlas” de Arendt en su análisis del imperialismo.… “la era del llamado imperialismo del dólar, la versión específicamente americana del imperialismo anterior a la segunda guerra mundial, que fue políticamente la menos peligrosa, está definitivamente superada. Las inversiones privadas –“las actividades de un millar de compañías norteamericanas operando en un centenar de países extranjeros” y “concentradas en los sectores más modernos, más estratégicos y más rápidamente crecientes”-crean muchos problemas políticos aunque no se hallen protegidas por el poder de la nación, pero la ayuda exterior, aunque sea otorgada por razones puramente humanitarias, es política por naturaleza precisamente porque no está motivada porra búsqueda de un beneficio. Se han gastado miles de millones de dólares en eriales políticos y económicos en donde la corrupción y la incompetencia los han hecho desaparecer antes de que se hubiera podido iniciar nada productivo, y este dinero ya no es el capital “superfluo” que no podía ser invertido productiva y beneficiosamente en la patria, sino el fantástico resultado de la pura abundancia que los países ricos, “los que tienen” en comparación con “los que no tienen”, pueden permitirse perder. En otras palabras, el motivo del beneficio, cuya importancia en la política imperialista del pasado llegó a ser sobreestimada frecuentemente, ha desaparecido ahora por completo; sólo los países muy ricos y muy poderosos pueden permitirse soportar las grandes pérdidas que supone el imperialismo”.(Arendt, Los orígenes del totalitarismo. Prólogo a la segunda parte: Imperialismo, pág. 13. Editorial Taurus, 1998).Un verdadero himno al carácter humanitario y desinteresado del capital monopolista transnacional y una crítica inmisericorde (por cierto en no pocos casos justificada) en lo que se refiere a los dirigentes corruptos, pero totalmente falsa en cuanto concierne a los pueblos presuntamente “beneficiarios”, víctimas del imperialismo y de sus cómplices locales.
Y en la página siguiente, esta frase con cierto tufillo malthusiano: “Las tasas de crecimiento demográfico en los países menos desarrollados son ahora dobles de las de los países más avanzados”, y cuando este factor bastaría para que fuera imperativo asistirles con excedentes alimenticios y con excedentes de conocimiento tecnológico y político, es ese mismo factor el que invalida toda ayuda. Obviamente, cuanto mayor sea la población, menor ayuda per cápita recibirá, y la verdad de la cuestión es que después de dos décadas de programas de ayuda masiva, todos los países que para empezar no han sido capaces de ayudarse a sí mismos”…En la página 273 Arendt escribe: … “Lo que el populacho (“mob”, en el original inglés) quería y lo que Goebbels expresó con gran precisión era acceder a la Historia incluso al precio de la destrucción”. Y dos páginas más adelante: “El gran intento de Marx de reescribir la historia del mundo en términos de luchas de clases fascinó incluso a aquellos que no creían en su tesis, pero que se sentían atraídos por su intención de hallar un medio por el cual empujar hasta el recuerdo de la posteridad a los destinos de los excluidos de la historia oficial”.
(*) El papel desempeñado por las ideas y culturas dominantes en la preservación del orden vigente. Editorial Dunken, Buenos Aires, diciembre 2015.
[1] Algunos sostienen que la expresión OK (okey) se originó hace mucho tiempo cuando después de una acción militar de tropas estadounidenses, si no había habido muertos del lado estadounidense se decía “OK” para significar “zero killer”

¿Paz en Colombia?


nodo50.org

¿Paz en Colombia? - [CEPRID]

 

 

Javier Giraldo
CEPRID
Si bien hay una euforia de paz que se traduce en eslóganes o en frases de cliché que se repiten por todas partes, cuando se profundiza un poco en lo que hay detrás de esos eslóganes o en los aspectos que esas frases superficiales eluden, aparecen muchas preocupaciones.
Colombia ha vivido en los últimos 4 años una búsqueda de acuerdo de paz entre el gobierno y la guerrilla de las FARC, luego de 60 años de conflicto armado que ha dejado muchos millones de víctimas y ha llevado a la degradación progresiva de la guerra en muchos aspectos. Este proceso ha ido revelando progresivamente los laberintos, a veces sin salida, en que es necesario internarse para buscar acuerdos de paz. El país ha vivido ya 33 años de procesos de paz fracasados durante el último ciclo de violencia, sin contar las negociaciones, acuerdos y eliminaciones de ex combatientes de ciclos anteriores que se identifican con las mismas causas. Una larga tradición demuestra que los acuerdos no se cumplen y que los combatientes rebeldes son eliminados tras el desarme, pero no sólo ellos sino las fuerzas sociales y políticas que les son cercanas.
Hace pocos días se firmó en La Habana un documento que define el penúltimo de los 6 puntos de la agenda acordada al comienzo de los diálogos, incluyendo ya el compromiso de un cese de fuego bilateral y supuestamente definitivo. Sin embargo el país se encuentra profundamente polarizado por el crecimiento y poder creciente de posiciones políticas de extrema derecha. Parece que reviven las posiciones de la Guerra Fría, potenciadas por el monstruoso poderío económico de un empresariado multinacional que defiende rabiosamente sus intereses excluyentes con medios muy poderosos.
Si bien hay una euforia de paz que se traduce en eslóganes o en frases de cliché que se repiten por todas partes, cuando se profundiza un poco en lo que hay detrás de esos eslóganes o en los aspectos que esas frases superficiales eluden, aparecen muchas preocupaciones. Algunos analistas más críticos llaman la atención sobre ciertas contradicciones como las siguientes:
1) Se percibe un doble lenguaje: en uno de ellos se afirma que el proceso no se ha enfocado como una rendición de rebeldes delincuentes sino como un reconocimiento de una guerra que tenía raíces sociales y en la cual los dos polos cometieron crímenes; el otro lenguaje, usado por el gobierno fuera de la mesa de diálogos, tiene todo el enfoque de la rendición, la derrota y el sometimiento a una legalidad y una estructura de poder supuestamente democrática. El gobierno y la clase dominante repiten que el proceso es fruto de un triunfo militar del Estado que ha doblegado a la guerrilla y la ha obligado a sentarse a la mesa de negociación.
2) Aunque en los formalismos de la mesa de negociaciones se aceptó discutir las raíces del conflicto, sobre todo en los temas de tierra y democracia, predominó la negativa rotunda del gobierno a tocar en lo más mínimo el modelo económico y el modelo político, quedando todas las propuestas relativas a esas raíces del conflicto como “salvedades” o “constancias” de lo que fue imposible discutir. El gobierno repite que no negocia el modelo vigente y que sólo invita a la guerrilla a que, una vez dejadas las armas, se presente a los debates electorales para solicitarle a la sociedad que apoye sus propuestas de reformas. Esto sería normal si hubiera democracia, pero el gobierno sabe que mientras no reforme el sistema electoral, uno de los más corruptos del mundo, y el sistema de propiedad de los medios masivos de información, ni la guerrilla ni ningún movimiento de oposición podrá conquistar triunfos democráticos.
3) Muchas polémicas interminables llevaron finalmente a los rebeldes a aceptar la simetría de trato a los combatientes de ambos lados, desconociendo la gravedad enormemente mayor de los crímenes de Estado y las características del delito político y del derecho a la rebelión. También tuvieron que aceptar la inmunidad de los ex presidentes frente a la justicia y la ruptura de las responsabilidades de mando, ambos principios consagrados en el Estatuto de Roma cuyo desconocimiento refuerza y amplía la impunidad rutinaria.
4) El desarrollo de los diálogos ha producido perplejidad en las capas más conscientes de la sociedad, al comprobar que el Estado ha recurrido simplemente a la negación de los obstáculos más grandes para la paz, considerándolos como inexistentes o realidades del pasado ya superadas: el paramilitarismo, la doctrina militar del enemigo interno y de la seguridad nacional y la criminalización de la protesta social. Nadie puede entender tampoco que las negociaciones no hayan llevado a un acuerdo sobre la reducción de la fuerza armada del Estado sino más bien a anunciar que esa fuerza se va a aumentar y a reforzar. Todo el mundo se pregunta: ¿si es verdad que se acaba la guerra, por qué el monstruoso gasto militar no se va a acabar sino a aumentar?
5) El recurso a la justicia transicional, que ha sido el punto de llegada en el tema de las víctimas del conflicto, uno de los aspectos más polémicos y que más tiempo han consumido en las negociaciones, no deja tranquilos a numerosos analistas de ambos lados. Se pactó una Jurisdicción Especial para la Paz, diseñada por un grupo de juristas de alto nivel, dentro de los criterios básicos de la justicia transicional. Supuestamente el derecho nacional no operará allí sino sólo los tratados internacionales; habrá magistrados también extranjeros; los que confiesen crímenes internacionales, sean guerrilleros, militares, empresarios u otros, tendrán penas alternativas y no de prisión, y los que no confiesen serán condenados a prisión. La fórmula ha sido elogiada por muchos aunque se critica la violación flagrante de algunos artículos del Estatuto de Roma para favorecer a los gobernantes. Sin embargo dicha fórmula alberga dos principios que pueden dar al traste con las escasas expectativas de justicia: los principios de priorización y de enfoque hacia los máximos responsables. Ya hay aplicaciones en curso de esos principios por parte de la justicia colombiana, frente a modalidades concretas de genocidio, que anuncian la utilización corrupta de esos dos principios, como mecanismos privilegiados de impunidad. Esto hace mirar el acuerdo de justicia con reservas.
6) En general, las motivaciones de disuasión que han sido utilizadas para promover los acuerdos de paz, descansan en gran parte en la imposibilidad práctica de lograr cambios sociales por medio de la lucha armada, dado el poder monstruoso y apabullante de las armas estatales respaldadas por el poderío imperial de mayor alcance destructivo en la historia reciente de la humanidad: los Estados Unidos. Brilla por su ausencia, sin embargo, toda consideración ética de los clamores y sufrimientos que llevaron a levantarse en armas a los combatientes contra el Estado. El discurso político predominante es pragmático y egoísta y muestra indiferencia arrogante por posibilidades reales de justicia. Los discursos del Presidente Santos en el exterior han insistido, ante todo, en una paz que beneficiará a los empresarios e inversionistas transnacionales, quienes podrán intensificar su extracción de recursos naturales, pero entre tanto su gobierno reprime con una violencia cruel las protestas sociales de las comunidades afectadas por la destrucción ecológica y social que han causado y siguen causando esas empresas multinacionales.
Desde la extrema derecha se condena el proceso porque favorece la impunidad de los rebeldes, seguramente responsables de no pocos crímenes de guerra, pero desde el movimiento popular se teme más a la impunidad de los poderosos y de los agentes del Estado y del paramilitarismo, cuyos crímenes de guerra, de lesa humanidad y genocidios superan enormemente en cantidad y en crueldad los crímenes de la insurgencia y su impunidad se traduce en la continuidad de un poder represivo que seguirá afectando a los sectores más desprotegidos de la sociedad y bloqueará con violencia las reformas sociales que se reclaman con urgencia.
A pesar de los esfuerzos formales por construir un Estado de Derecho, sobre todo desde la Constitución de 1991, el poder real lo sigue ejerciendo una minoría poderosa articulada a intereses transnacionales, llegando a configurar un Estado esquisofrénico en el cual lo formal se apoya en lo legal y lo real se apoya en las mil redes clandestinas de violencia paraestatal cuya relación con el Estado es negada rotundamente por los funcionarios del régimen y los medios masivos de información.
La primera experiencia reciente de justicia transicional la realizó un gobierno de extrema derecha –el del Presidente Álvaro Uribe- en 2005, mediante la ley 975 llamada paradójicamente “Ley de Justicia y Paz”. Hubo entonces una negociación con los paramilitares, quienes a todas luces apoyaron su candidatura a la presidencia. Luego de negociaciones con los líderes paramilitares más connotados, obtuvo su sometimiento a una justicia indulgente en que la pena máxima fluctuaba entre 5 y 8 años aunque los crímenes atroces en cada caso sumaran muchos millares. Supuestamente se desmovilizaron 32.000 paramilitares autores de 42.000 crímenes atroces pero sólo fueron condenados a las penas mínimas 22 de ellos y casi todos están en libertad desde 2015. A esa estrategia de negociación con grupos que no podían identificarse como delincuentes políticos puesto que eran agentes clandestinos del mismo Estado, el ex Presidente Uribe añadió otras estrategias para que el paramilitarismo continuara activo: la configuración de un paramilitarismo legalizado, vinculando a varios millones de personas a tareas de guerra mediante redes de informantes y cooperantes y remodelando los estatutos de las compañías privadas de seguridad para vincularlas a tareas bélicas como auxiliares de la fuerza armada oficial. El paramilitarismo ilegal, en grandes franjas, retornó muy pronto a sus acciones criminales con sus mismos objetivos, a saber: persecución a todo movimiento social o de protesta mediante escritos de clara inspiración contrainsurgente, anticomunista y fascista; respaldo incondicional al gobierno y a sus fuerzas armadas; apoyo a las empresas transnacionales cuya destrucción ecológica denominan “progreso”, y sustento financiero en las redes más poderosas del narcotráfico. El gobierno ha acuñado para ellos nuevas siglas que los inscriben en la delincuencia común ajena a toda relación con el Estado. Hoy se articulan y coordinan con calculada astucia las franjas legales y las ilegales del paramilitarismo, cobijadas por un lenguaje que las cubre con la negación rotunda de su existencia.
Desde el comienzo de las negociaciones actuales, las FARC habían afirmado que jamás se someterían a la justicia colombiana, dada su extrema corrupción, su responsabilidad en la impunidad monstruosa de los crímenes más atroces del Estado y del paramilitarismo y su desvergonzada parcialidad y dependencia del régimen, conceptos que comparten grandes franjas de población que consideran la justicia como éticamente colapsada. Muchas fórmulas se propusieron para buscar imparcialidad, incluyendo la creación de una corte penal regional apoyada por regímenes progresistas de América Latina. Y mientras la insurgencia buscaba estructuras judiciales más independientes, los agentes del Estado eran atormentados por la evaluación de lo ocurrido en otros países que emitieron leyes audaces de impunidad para militares y funcionarios, leyes que fueron posteriormente invalidadas por tribunales internacionales. El ex Presidente César Gaviria lanzó una carta pública pidiendo que se blindaran de manera definitiva las medidas de impunidad, para protegerlas de un eventual desconocimiento posterior por tribunales internacionales o por las mismas cortes nacionales, por ello el Acuerdo incluye también unos mecanismos de blindaje hacia el futuro, no sea que tribunales internacionales o nacionales puedan desconocer lo acordado. Esos blindajes no dejan de ser frágiles y en su análisis se descubre con mayor contundencia la dependencia del derecho respecto a la política y a los vaivenes de los poderes de turno.
En el momento en que escribo aún no se ha firmado el Acuerdo definitivo, pero ya se piensa que el proceso es irreversible y que en pocas semanas se convocará a la ceremonia solemne de la firma. Se ha concertado ya un calendario de entrega de las armas a las Naciones Unidas y de concentración provisional de los guerrilleros en 23 zonas rurales mientras comienzan a implementarse los diversos puntos de los acuerdos. Como lo reconoce el cerebro de las negociaciones de parte del gobierno, lo que se firmará no es propiamente la paz sino un cese de fuego. La paz habrá que comenzar a construirla, principalmente en las zonas en que la guerra ha sido más intensa. La polarización es muy grande en este momento y muchos opinamos que, mientras no se solucionen las raíces más profundas del conflicto, como son la extrema desigualdad, la concentración de la propiedad de la tierra, la falta de democracia y la criminalidad estatal tendiente a reprimir toda protesta social y a destruir todo movimiento de base que busca modelos alternativos y justos de sociedad, el conflicto se puede reactivar sin que sean previsibles sus consecuencias.
Es necesario anotar, que el Acuerdo no se va a firmar, por el momento sino con la guerrilla de las FARC. La otra guerrilla que tiene importancia numérica e histórica: el Ejército de Liberación Nacional, no ha logrado aún llegar a acuerdos mínimos de agenda para iniciar el diálogo con el gobierno, aunque ha dado pasos significativos.
http://www.javiergiraldo.org/

Colombia.- Las claves del plebiscito y el nuevo ciclo político


nodo50.org

Colombia.- Las claves del plebiscito y el nuevo ciclo político

 

 

Horacio Duque
Desde Abajo
Algunos dan por ganado el Plebiscito por la paz. Desconocen olímpicamente el contexto social en que se desplegara la campaña por el SI, que es de crisis popular generalizada. El pueblo se muestra apático y, por momentos, adverso a la refrendación del Acuerdo de paz. Casi 53 colombianos de cada 100 dice que rechazaran el Plebiscito.
El triunfalismo mostrado por la izquierda que anuncia 10 millones de votos por el SI es una ruta equivocada y delirante para convencer a la ciudadanía sobre las bondades de la paz acordada en La Habana.
Hay que poner los pies sobre la tierra y entender que no será fácil ganar el plebiscito.
No hay que caer en el juego de la ultraderecha que sabe muy bien como hacer la maniobra de darnos por ganadores al iniciar la campaña para después empujar la caída en las encuestas. Sucedió con Clara López como candidata a la alcaldía de Bogotá, en meses recientes.
Con el pronunciamiento [1] de la Corte Constitucional sobre la Ley que convoca a un plebiscito extraordinario para legitimar y refrendar el Acuerdo final de paz se da apertura a una coyuntura política inédita en el campo político nacional, pues un evento de tal magnitud no se daba en la sociedad colombiana desde hace 58 años [2].
Colombia está inmersa hoy en un profundo proceso de transformaciones, que se inició con las negociaciones de paz entre el gobierno de Santos y las Farc, desde el año 2012 y que ha implicado un amplio cuestionamiento a los ejes centrales del ciclo estatal anterior de la Seguridad democrática y la guerra al terrorismo y la democracia representativa, así como a sus actores principales, los partidos políticos en el poder, dando lugar a un momento de amplia reconfiguración política.
Este proceso remueve estructuras estatales y proyecta reformas constitucionales de gran alcance y está ligado a la emergencia de nuevos sujetos en el campo político que irrumpen desde la sociedad civil, es decir, desde los márgenes de la política institucional, posicionando nuevas propuestas y universos simbólicos en el campo político, así como nuevas formas de articulación democrática ampliando sus límites y otorgándole un contenido distinto.
Estamos en un tramo de amplia agitación pública y de debates focalizados en los contenidos de los acuerdos consolidados en la Mesa de diálogos de La Habana para poner fin al conflicto social y armado referidos a los temas agrarios, de participación política, erradicación de cultivos de uso ilícito, derechos de las víctimas, justicia restaurativa, acuerdos especiales, cese bilateral y definitivo del fuego y hostilidades, dejación de las armas, amnistías, indultos y movilización política de la guerrilla.
Es probable que al finalizar el mes de septiembre se den las votaciones correspondientes por el SI o el NO, una vez se reúnan los requisitos pertinentes que tienen que ver con la aprobación de la ley que convoca el plebiscito, la reglamentación que expida el Consejos Nacional Electoral para las campañas respectivas y la implementación de las estrategias pedagógicas para que los ciudadanos se enteren de los detalles de lo convenido por el Estado con la guerrilla de las Farc.
Vendrán días de intensa batalla política e ideológica entre los partidarios y enemigos de los consensos de paz de La Habana.
Por lo pronto ya han ocurrido varios gestos y pronunciamientos sobre la materia. Fatal la incitación con el mensaje de las banderas negras uribistas [3]. Puro fascismo que recuerda las violentas camisas negras de Mussolini. El de Uribe es un caso psiquiátrico y reflejo de un desequilibrio generalizado con proyecciones bastante peligrosas para el contexto social y político del plebiscito, pues se trata de un sujeto con mucho peso específico que arrastrara amplios núcleos de la sociedad, especialmente en las periferias y las regiones, adversos a la pacificación. 53 de cada cien colombianos piensa que lo de Santos es un disparate y una aventura que nos empuja al caótico escenario de Venezuela, designado por ellos como el modelo comunista castrochavista. Un “significante vacío” que convoca con eficacia, para evitar las cuentas alegres de los izquierdistas. Un “significante vacío” que arrastra caudalosas masas en el Eje cafetero, en Medellín, en el eje Ibagué-Neiva, en los Llanos, en la Costa Caribe, en Cúcuta (con la avalancha de los venezolanos en los supermercados), en Bogotá y el Centro del país. Hay mucha gente asustada, mucha clase media en pánico que se opone, y hay mucho pueblo apático, azotado por la crisis económica, que está a punto de reventar con la carestía, el desempleo, el hambre y la pobreza. Que está indignado con la corruptela de los gamonales santistas, causantes del desastre de los niños de la Guajira, de la bancarrota de la salud y de la quiebra de la educación pública, carcomida por la mediocridad y la indolencia de las burocracias docentes.
Para empeorar, es nefasto el mensaje enviado a la opinión pública y al pueblo con la designación como jefe del plebiscito al artífice de la implantación del modelo neoliberal y del bombardeo a las Farc en la Uribe. Vendrá la cuenta de cobro.
Anunciar 10 millones de votos por el SI es delirante [4]. Son cuentas alegres de pésimos estrategas que piensan con el deseo y no miden el terreno movedizo en que se desplaza el proceso político del plebiscito. Cautela señores y señoras. Menos retórica y más prudencia. Decir que el plebiscito ya gano es parte de una estrategia internacional de expertos que saben cómo se comporta la curva de estas falsas expectativas. Brexit, Rajoy y Trump, son interesantes lecciones para no caer en la trampa ni en fantasías de vendedores de ilusiones.
La cosa esta cuesta arriba y, porque se quiera o no, el escenario del plebiscito ha sido capturado por las campañas presidenciales que lo contaminan y desvían hacia el terreno perverso de la politiquería de los caciques y caimanes del negocio electoral, con los daños inevitables en la legitimación de la paz.
El plebiscito no puede ser un simulacro democrático, un juego de la politiquería barata.
El tema del plebiscito y la refrendación de la paz, amerita una ruta analítica más profunda y coherente [5].
Debería ser la oportunidad para replantear el modelo de democracia imperfecta que prevalece acá, para superar las limitaciones de un modelo clientelista, corrupto y excluyente que se sostiene sobre la manipulación, la demagogia y el engaño a los ciudadanos.
Los retos analíticos del plebiscito
En ese sentido son muchos los retos analíticos planteados por este dispositivo político.
Me refiero inicialmente a algunos temas de mayor calado como por ejemplo:
El mapeo y reconstrucción analítica más amplio sobre la diversidad de espacios, sujetos e instituciones políticas que existen en la actualidad en el país.
El reto es hacer un mapeo de espacios, fuerzas e instituciones pero no desde un ángulo meramente descriptivo, sino mediante una reconstrucción analítica que vaya revisando el tipo de discursos, de estrategias, es decir, de prácticas e ideas políticas que despliega cada uno de estos sujetos
Hay que estudiar no sólo la pluralidad de sujetos, prácticas, ideas e instituciones sino las dinámicas de interrelación, a través de la idea de campos de conflicto, que se plantea como una especie de método para estudiar la política en las peculiares condiciones del país, hoy.
Por un lado, hay que hacer una reconstrucción histórica analítica, por tanto, selectiva, del campo político en Colombia, en diferentes momentos de la historia reciente del país, para mostrar y explicar los cambios que se están produciendo con el proceso de paz.
En ese sentido, se trata de una reconstrucción de campos políticos con perspectiva histórica, que es la que permite explicar el cambio. Al reconstruir analíticamente el campo político en diferentes momentos en Colombia otro elemento importante tiene que ver con una ampliación del horizonte de análisis. Por un buen tiempo, la ciencia política se concentró en estudiar las instituciones políticas. Por mucho tiempo predominó un enfoque institucionalista que acompañó el tiempo de las reformas neoliberales, funcionando también en buena medida como legitimación de esos cambios.
Por eso el enfoque de un análisis del ciclo político en ciernes implica una ampliación del campo analítico, que corresponde de mejor manera a la diversidad de espacios, sujetos y prácticas políticas que se despliegan en el país.
Esta ampliación del horizonte o del campo de análisis, a través de esta noción de campo político que incluye mayor diversidad y pluralidad, implica el desplazamiento hacia una combinación de ciencia política y sociología política; ya que significa mirar hacia la diversidad social y el tipo de estructuras sociales y otros ámbitos de la vida social a partir de los cuales también se organiza la vida política y las prácticas políticas que tienen influencia importante en los ámbitos institucionales del Estado.
En esta reflexión que avanzamos a propósito del plebiscito nos formulamos varias cuestiones:
¿Cuáles son las características del nuevo campo político instalado en Colombia con el funcionamiento de la Mesa de conversaciones de La Habana? ¿Cuáles son las propuestas y orientaciones objetivadas por los actores en torno a la reconfiguración del sistema político? ¿Cómo se articulan los nuevos y viejos aspectos del sistema democrático en la propuesta de un nuevo modelo político de democracia ampliada? ¿Cuáles son las representaciones simbólicas en torno a la democracia y las (re)significaciones planteadas por los movimientos sociopolíticos emergentes? Desde la percepción de los propios actores ¿Cuáles son las características de los nuevos sujetos políticos–los movimientos sociales, populares y étnicos-, cuál es el derrotero de los partidos políticos y de la democracia? En definitiva ¿qué cambios están ocurriendo en el campo político colombiano con el proceso de paz?
Sirve recordar acá que durante las últimas décadas, las preocupaciones en torno a la democracia en Colombia, particularmente con la Constitución de 1991 y sus atropellados desarrollos, se han centrado fundamentalmente en la gestión pública e institucional de los gobiernos de turno y en la necesidad de mantener la estabilidad política; así como en el comportamiento de los partidos políticos como factores críticos de la gobernabilidad. A partir de ello, se produjeron intensos procesos de reforma institucional tendiente a mejorar la gestión pública y política del Estado.
En esa línea, en Colombia se inició un proceso de reformas institucionales con la Carta del 91 orientadas a fortalecer la gobernabilidad del Estado y mejorar la calidad del sistema democrático/liberal, que también incluyeron el reconocimiento formal a los movimientos sociales, indígenas y afros. Sin embargo, estas reformas resultaron ciertamente limitadas, en muchos casos, meramente enunciativas y formales, no se orientaron a resolver el problema central del sistema democrático nacional, que era su creciente desvinculación de las necesidades y expectativas de la sociedad.
De esta manera, se consolidó un sistema político elitista y excluyente funcional a los intereses de los grupos de poder ligados a los partidos predominantes, mientras la sociedad civil se debatía en un conjunto de necesidades irresueltas y demandas fragmentadas de carácter corporativo.
No obstante, de manera simultánea, se producía la emergencia de nuevos sujetos colectivos portadores de nuevos referentes discursivos e identitarios, como los movimientos de mujeres, los ambientalistas, los actores territoriales y fundamentalmente los pueblos indígenas y afrodescendientes y sindicatos agrarios, que fueron incursionando en el campo político electoral regional con renovadas formas de representación social y política.
Una nueva hegemonía política
Con el proceso de paz en curso, ciertamente, en Colombia se ha iniciado el proceso de construcción de una nueva hegemonía, entendida como un “complejo entrecruzamiento de fuerzas políticas, sociales y culturales” (Grmasci), de ahí que la situación política se torne muy compleja e involucre no sólo aspectos coyunturales sino también estructurales.
Ante estas nuevas configuraciones políticas y sociológicas, resulta apremiante una lectura atenta de los rasgos y connotaciones que adquiere la democracia, la acción colectiva y las emisiones discursivas de los sujetos, en la medida en que es ahí, en el territorio de las prácticas, donde se gestan las “nuevas” significaciones de la política y sus nuevos derroteros
Una relectura de la democracia
Ahora bien, con el fin de abordar el alcance y orientación de los cambios suscitados en el campo político por el proceso de paz, pretendemos retomar algunas categorías conceptuales que trascienden una visión de la política y del poder limitadas a la práctica institucional, y proponemos una (re)lectura del concepto de democracia como elemento articulador del campo político actual.
A partir de ahí, focalizamos nuestra atención, a propósito del plebiscito, en cinco dimensiones de análisis que se encuentran interrelacionadas:
Un análisis de la dinámica política a partir de los campos de conflicto que han dado lugar a la emergencia de nuevos sujetos, discursos y representaciones simbólicas en la disputa por el poder.
Un estudio minucioso del proceso de objetivación de lo político plasmado en los textos de los acuerdos parciales de paz y en el nuevo marco normativo e institucional como la Ley del plebiscito y el Acuerdo Legislativo de paz, a partir de las iniciativas de los actores sociales y políticos que propiciaron dichos cambios.
Un seguimiento a las formas de organización y acción política: partidos, movimientos sociales y movimientos políticos, sus repertorios de movilización, y las características que adquieren en este proceso.
Una relectura de la democracia en el marco de su profundización y ampliación a otros formatos de ejercicio del poder y de la política, situados en las interfaces entre el Estado y la sociedad.
Consideramos que los cambios acontecidos y que vedran en el campo político no se restringen al ámbito político institucional ni a la sustitución de unos grupos de poder por otros, sino que abarcan el conjunto de dimensiones señaladas y sus interacciones.
Proponemos, con ocasión de la campaña y votaciones del plebiscito, realizar una lectura multidimensional de los aspectos más relevantes de la realidad sociopolítica que permiten un abordaje integral del proceso, recoger sucesos que se encontraban desconectados, así como demostrar la complejidad de las relaciones sociales y de los fenómenos emergentes; lo que supone abordar las luchas políticas, estrategias y procesos del campo político sin descuidar las transformaciones propiamente institucionales.
Priorizando el concepto de campo político y no así el de sistema, para ampliar la visión de lo político hacia la sociedad civil, hacia las formas de existencia de la política y el poder fuera de las fronteras institucionales, desde donde devienen maneras complementarias o alternativas de darse lo político como las asambleas, las cumbres, las mingas, los cabildos, los sindicatos, las comunidades indígenas, donde se generan y recrean prácticas y habitus políticos, que dan cuenta de la coexistencia de diversos modos de ejercicio democrático –de la demodiversidad–.
El campo de conflicto
Por otro lado, identificamos la categoría de conflicto –campo de conflictividad– como central para la reconstrucción del proceso ya que permite no sólo la constitución y visibilización de los actores estratégicos, sus luchas y discursos, sino también las contradicciones y fracturas sociales, así como la dinámica de la democracia. Por los aspectos anotados, la categoría de conflicto nos aleja de una visión esencialista del sujeto y de la idea del postconflicto patrocinada desde las esferas oficiales.
Estos son los desafíos teóricos y prácticos que planeta el Plebiscito que camina.
Notas:
[1] Ver sobre dicho pronunciamiento de la Corte Constitucional el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/29KtNG8
[2] Sobre el plebiscito de 1957 ver el siguiente reporte periodísticohttp://bit.ly/29Vr2F6
[3] Sobre la posición del ex presidente Uribe Vélez en el Plebiscito ver el siguiente artículo de su autoría http://bit.ly/29TT9ak
[4] Ver al respecto el siguiente reporte periodístico http://bit.ly/2ab4anw
[5] La ruta analítica planteada en este texto se apoya en las reflexiones de Luis Tapias, Raúl Prada y María T. Zegada a propósito de las transformaciones ocurridas en Bolivia en los años recientes. Verhttp://bvsde.org.ni/clacso/publicaciones/democracia-margenes-bolivia.pdf