miércoles, 16 de noviembre de 2016

Constitución contra participación. Artículo de Josemari Lorenzo Espinosa

Constitución contra participación. Artículo de Josemari Lorenzo Espinosa




Constitución contra participación

 
El próximo día 6, los españoles conmemoran (algunos incluso celebran) el día de su Constitución. Lo hacen por el referéndum del 6 de diciembre de 1978. Cuando los herederos del franquismo, puestos de acuerdo, sometieron al pueblo con un texto constitucional. Que pronto va cumplir cuarenta años. Hace casi cuarenta años, siete hombres redactaron este texto, que luego fue aceptado por el Parlamento. Con alguna honrosa excepción. Entre las cuales nosotros nos acordamos, sobre todo, de Ortzi. Luego, el mismo texto, fue votado por los ciudadanos, a pesar de sus evidentes contradicciones y precariedades.
 
Los siete magníficos ponentes, eran casi unos desconocidos, para la mayoría. No sobresalían especialmente, por su carisma, o sus cualidades políticas o profesionales. Pero tenían una “virtud”. Eran obedientes al partido que les había puesto en sus listas y a los líderes del partido, que les habían designado la alta encomienda, de dar cuerpo legal al Estado postfranquista. Había tres representantes del tardo-franquismo de UCD, (Herrero de Miñón, Cisneros, Pérez Llorca), uno del felipismo socialdemócrata antimarxista (Peces-Barba), otro del PCE carrillista, a punto de pasarse al PSOE (Solè Turà), un regionalista catalán (Miquel Roca). Que, con los años, defendería a la hija del rey. Y un franquista (Fraga), que apenas necesita presentación. Pero del que se debe decir, al menos, que había salido indemne de su cohabitación con Franco. Y, después, de la responsabilidad por la masacre del tres de marzo en Gasteiz.
 
A pesar de que estos siete firmaron el anteproyecto, la Constitución se cocinó, en realidad, entre los caldos y manteles de algunos célebres figones madrileños. Y las directrices y componendas constitucionales, se consumaron principalmente entre los dos partidos mayoritarios, la UCD y el PSOE. Y mas concretamente en negociaciones secretas, de Abril Martorell con Alfonso Guerra. Siempre en contacto directo con sus jefes Suárez y González. Los siete magníficos se limitaron a dar cuerpo jurídico, a los acuerdos de salida controlada del franquismo, amañados entre los grandes, desde los llamados Pactos de la Moncloa (1977). Firmados, entre otros inolvidables, por el PNV de Ajuriaguerra.
 
Mas de la mitad
 
Pero la lista de encomendados tenía mas defectos de fábrica. El primero, y mas escandaloso, que entre los 7 ponentes, no hubiera ninguna mujer. Lo que resulta bastante impresentable cuando, en justa proporción, deberían de haber estado cuatro, al menos. Si tenemos en cuenta que en aquel momento había censadas unos 19 millones de éllas. Sobre un total de 37 millones. O sea, algo mas de la mitad. ¿Curioso…?
 
Sobre todo lamentable. En aquellas mentalidades, pertenecientes al patriarcalismo franquista, que hicieron la transición, y que votaron a su favor, la mujer seguía siendo poco mas que el descanso del guerrero. Y, desde luego, menor de edad política.
 
Tampoco había ningún negro, ningún obrero o campesino, ningún homosexual, ningún nacionalista vasco, catalán o gallego, ningún anarquista, ningún objetor de conciencia, ningún ex-preso político, ningún desahuciado por hipotecas, ningún pensionista, ningún parado, ningún interino, ningún estafado por los Bancos…etc. etc.
 
Es decir, un amplio espectro social. Mas de la mitad del censo, con problemas muy graves, no tenía ningún representante directo entre los redactores de la Constitución. Lo cual, a lo mejor explica bastante por qué, tantos años después, persistirían corrergidos y aumentados los mismos grandes problemas sociales y económicos.
 
La democracia de los partidos
 
¿A quién representaban entonces, los siete?. Obviamente, no a la complejidad social y real, del momento. No a las demandas de verdadera democracia, exigida por los ciudadanos. Ni a las reivindicaciones nacionalistas de los territorios ocupados, desde el s. XVIII o XIX. Tampoco a un interés por abordar y corregir las graves injusticias económicas y sociales, del capitalismo. Representaban, sobre todo, a los partidos que les habían encomendado el trabajo. Representaban a quienes esperaban salir de la dictadura, con una reforma aparente del Estado. Olvidándose de la ruptura democrática necesaria, para cambiar las cosas.
 
Como es evidente, el cuadro que componían los padres de la gran ley dejaba bastante que desear, en cuanto a una verdadera representatividad. La ponencia constitucional fue de todo, menos democrática. Sus miembros, habían sido elegidos por los partidos, para formar en las listas cerradas. Es decir, el procedimiento habitual, y defectuoso del partidismo electoral. Que no es otra cosa que una perversión de la democracia representativa. No por nada, en el primer Congreso “democrático”, el que aprobó la Constitución, había todavía 76 parlamentarios que habían sido antes procuradores en Cortes con la dictadura franquista.
 
La democracia de los partidos consiste en elegir, por razones de fidelidad, a los candidatos. Encerrarlos en un papel en fila india, detrás de un líder. Y luego, obligar al elector a votarlos a todos. De modo que, lo que votan (los que votan) es a una lista. Amañada y cerrada. De la que apenas saben, o les suena, algo de dos o tres nombres. Y a eso lo llaman democracia representativa. Cuando solo es una perversión de la verdadera representatividad.
 
Con esa “representatividad” se engendró la Ley, que se conmemora el seis de diciembre. Y todo lo que luego vino. Nadie se sorprenderá, por tanto, al saber que la ponencia constitucional actuó en el mas absoluto secreto. Sin público, sin periodistas, sin debates que transcendieran, sin informar de nada a los interesados. Ni siquiera al Congreso, que tenía su propia Comisión Constitucional. Mas bien de adorno. Esto es, manteniendo a los demás en la minoría de edad política, que habían tenido en el régimen anterior. Y solo comunicándose con sus superiores de partido.
 
La sociedad muda
 
¿Qué pasa con todo esto? Pues que la democracia constitucional, derivada de la Constitución, con el tiempo, con el demasiado tiempo transcurrido, se ha convertido en democracia constituida. Lo cual se opone directamente a democracia participativa. Y si añadimos las intervenciones de los gobiernos y las sentencias antidemocráticas del Tribunal constitucional, tenemos un buen ejemplo de como además, una Constitución puede transformarse en dictadura.
 
La democracia constitucional del 78, es una democracia capitalista. Y no puede ser verdadera democracia. No lo es, en la medida en que ha sido constituida por una minoría no representativa. Y, lo poco de participativo que pudo tener, desapareció con rapidez a medida que el tiempo y la pirámide demográfica se actualizaban. Y hoy, en 2016, arrastra el escándalo, que a nadie parece importar mucho, de no haber sido votada por mas del 64% del censo electoral. Ellos constituyen la mayor parte de lo que Vázquez Montalbán llamaba “la sociedad muda de los votantes“.
 
Los nacidos después de 1960 no han podido votar la Constitución. Ni entonces, ni nunca. Y entre estos, están gentes tan célebres como el Jefe del Estado, la vicepresidenta del gobierno o muchas de las actuales señorías parlamentarias. O sea, algunos de esos que hablan siempre de “la democracia que nos hemos dado“. Aunque, en realidad, es la que les han dado sus padres.
 
La democracia constitucional (de la que, por cierto, se ha derivado el casposo patriotismo constitucional, de los franco-conversos) se opone frontalmente a la democracia participativa. Por el hecho de que depende de un texto férreo e inamovible. Intocable y consensuado, hace cuarenta años, en secreto y por una minoría. Y redactado y aprobado por lo que hoy es una gerontocracia. E impuesto, sin mas, a las siguientes generaciones. Ya que nunca ha sido consultado a mas del 64% del censo. Un alto porcentaje, sin derecho a voto constitucional, que ha ido subiendo cada vez mas, hasta llegar a ser la mayor parte de la sociedad muda.
 
Rechazos constitucionales
 
Además de lo citado, que de por si es escandaloso, hay otro asunto sobre la aceptación real del documento del 78. La aprobación de la Constitución, a la salida de un régimen dictatorial y después de 40 años sin poder votar, no fue entusiasta precisamente. Lo que tenía que haber sido una fiesta de la democracia participativa, con un abrumador SI al texto, se quedó en un renqueante aprobado. Los datos de aceptación del referéndum, no fueron demasiado memorables. Ni deberían ser tan celebrados ahora.
 
Los votos Sies, fueron solo el 59 % del censo electoral. De unos 26,6 millones de electores, solo 15,7 aprobaron la Constitución. Se abstuvieron casi 8 millones. Y mas de 2 dijeron NO directamente, votaron en blanco o nulo. Todo esto, después de una campaña brutal de auténtica presión en la television, la prensa, los carteles etc. Donde el discurso político del poder recordaba, multiplicado por cien, las coacciones ideológicas del franquismo.
 
El modelo electoral se había convertido desde la Transición y el 15-J en un show circense, copia del modelo americano de majoretts con banda de música. Al que se atraía al elector, como a una fiesta, sin niguna información crítica ni debate político alguno. Solo para vaciarle la conciencia política, que le quedaba. Y para aplaudir el discurso cerrado y jaleado de los candidatos. Saliendo en la foto de los dientes.
 
El caso vasco fue aún mas significativo. El rechazo, en la CAV, fue algo mas que una cifra. La abstención (propugnada entre otros por el PNV, a pesar de los piropos constitucionales de algunos, como Manuel Irujo) junto a los noes, nulos y blancos, sumaba casi 1,1 millones. Cuando el censo, en el tercio vascongado, era de algo mas de 1,552 millones. Y en Nafarroa, mas de 361 mil. En el conjunto vasco (CAV mas Nafarroa) el rechazo fue importante: la abstención total fue del 55% y los Noes, nulos y blancos el 14%. Lo que deja solo un 31% de votos a favor. Y entre las provincias que mas rechazaron el muro constitucional, en el Estado, estaban las gallegas y las vascas.
 
Claro que la caverna mediática sigue diciendo que como los navarros no son vascos y que los votos nulos o en blanco, así como las abstenciones, no cuentan….Pues, “ajo y agua”. Otra cosa es que, algunos como el PNV, después de no querer la Constitución cambiaran de idea y se abrazaran al “provechoso” Estatuto. Con todas sus fuerzas.
 
En todo caso digan lo que digan, los que leen las cosas desde España, de lo que no pueden presumir, ni entonces ni ahora, es de un apoyo incondicional, ni vasco, ni español, a su llave maestra.
 
Elegida una sola vez
 
En todo este proceso, el paralelismo con Franco es sorprendente y tentador. El generalísimo fue también elegido. Aunque casi nadie lo sepa. Lo fue una sola vez. En 1936, en un barracón militar en Salamanca, por sus compañeros de armas. Y con eso le bastó. Le eligieron. una sola vez, para dirigir una guerra y se quedó para siempre, en su eterna postguerra.
 
Con la Constitución pasa algo parecido. Fue votada una sola vez. Y fue elegida por menos del 60% de los llamados a filas. Sin embargo, se ha quedado a vivir entre nosotros. Contra nosotros. Y, sobre todo, contra las generaciones presentes. Que entonces eran las futuras.
 
Se ha quedado, tal vez para siempre, como quería, y seguro que quiere todavía, Felipe Gónzalez. Lo dijo Alfonso Guerra, exultante, “la izquierda ha conseguido la Constitución mas progresista de Europa”. Y Simón Sánchez Montero, mito del PC antifranquista: “La Constitución culmina mi lucha por las libertades”. Mientras Santiago Carrillo pedía el SI, bajo pena de ex-comunión a los comunistas. Y González, uno de los principales beneficiarios, de aquel 6 de diciembre, declaraba entusiasmado, después del referéndum: “Ojalá dure cien años“.
 
Nadie hablaba de la cruel crisis de identidad, por la que estaban atravesando entonces los militantes del PSOE o del PCE. Después de tantos años de cárcel y proscripción. Que tuvieron que aceptar el pacto de sus líderes, con la derecha reformista. Que se vieron obligados a reconocer al sistema capitalista, y aceptar la monarquía, instaurada por Franco, como “motor del cambio” y ponerla al frente del Estado y de las fuerzas armadas. Que tras oponerse a la integración española en el Mercado Común capitalista, apoyaron los deseos de la oligarquía de la globalizacion. O que recibieron órdenes para enfrentarse, sin contemplaciones, a las reclamaciones de independencia de los pueblos sometidos. Cuando hasta entonces desfilaban, o se fotografiaban, detrás de pancartas por la Autodeterminación.
 
Qué es España?
 
La Constitución salvó el sistema capitalista español y la monarquía, legados del franquismo. Garantizó la continuidad de los negocios, la explotación de los trabajadores y la desigualdad social. Entregó la Jefatura del Estado a la casa de Borbón, para siempre. Y también aseguró la inquebrantable unidad de España. Al controlar el mapa autonómico desde la centralidad politica y la encomienda al Ejército.
 
La preocupación enfermiza por salvar a España, se reflejó en los debates parlamentarios. La palabra España se repitió 1.286 veces, según el Diario de Sesiones, en el debate constitucional del Congreso. Seguida a mucha distancia, por la de Euskadi-País Vasco con 387 o Catalunya con 366. Y solo es una prueba de la escasa seguridad que el concepto España, ofrecía a sus señorías. Y de la necesidad de reafirmarlo en cada intervención.
 
La Constitución no define qué es España. Se limita a reconocer su “existencia”, pero no define su “ser”. El art. 1 afirma que España “se constituye en un Estado social y democrático de derecho..” Pero esto es una función. No una definición. No define qué es España, en cuanto nación.
 
Parece que evita, a propósito, por su dificultad evidente, la definición nacional de España. Aunque constata que existe como Estado. Y de este reconocimiento de estatalidad, que no nacionalidad, pasa sin justificación al concepto de “soberanía nacional“, adjudicándolo sin mas al pueblo español. Y, una vez que ha colado el concepto de soberanía nacional, además de un Estado, España se convierte en una patria: “la patria común e indivisible de todos los españoles“. Pero todas las definiciones de España, que aparecen en la Constitución, son funcionales. Ninguna es esencial. Luego, según la Ley, España existe, pero no es.
 
La consecuencia de esta inseguridad es el apoteósico art. 2. Donde se reafirma “la unidad de la nación española“, aunque también se admite la existencia de otras nacionalidades (sin citarlas por su nombre), pero sin derechos nacionales. Lo que representa, de un lado, el reconocimiento tácito de la ocupación y anulación de los derechos nacionales, de otros pueblos del Estado. Y de otro, un caso improbable de doble nacionalidad.
 
Si los integrantes de las nacionalidades reconocidas, en este art. 2, tienen una calificación nacional (que se oculta en la ley) por este reconocimiento. También tienen otra por su obligación de ser españoles. No es extraño que Solé Tura, uno de los ponentes, dijera de este artículo 2, que simbolizaba el conjunto de contradicciones con que estaba hecha la Constitución.
 
En todo caso, la Constitucion refleja el miedo a la disolución natural de España, o de lo que sea, para dar paso a los territorios nacionales históricos y naturales. Impedidos desde el s. XVIII (Catalunya) y el XIX (Euskadi). Porqué si no existiera este problema de indefinición y contradicciones constitucionales, se habría de encomendar a las FFAA ( en el artículo 8) la defensa de la integridad territorial, en un momento en que se quería mantener al Ejército franquista, lo mas alejado posible de la intervención política.
 
Tiene futuro la Constitución?
 
Si fuese verdad, como dice la Constitución, que el pueblo es soberano la respuesta sería fácil. La Constitución no tiene ningún futuro. Porque el “pueblo soberano” acabará con ella, mas pronto que tarde. Pero esto, en las circunstancia actuales, es pura demagogia. Como la que se encuentra en el discurso electoral de cualquier partido.
 
Lo cierto es que la Constitución es una fuerza colosal legalizada, que se ha escapado durante cuarenta años de la voluntad y decisión ciudadana, para quedar en manos de los principales partidos. Que son los únicos constitucionalistas interesados, como es lógico dada su condición de principales beneficiados.
 
En las múltiples elecciones, que hemos tenido que soportar durante 2016, los programas de los partidos políticos estatales no permiten esperar nada bueno. Desde el PP que ha sido el mas votado y no contempla ninguna reforma de la Ley. Hasta Ciudadanos, que apenas mencionaba algunas variaciones tácticas. Sobre todo, para reforzar el centralismo español y sujetar a las autonomías. Ninguno de lo dos consentirá, de ninguna manera, reformas de calado que afecten a los intereses de la derecha. Bien defendidos en la Constitución.
 
El progrma del PSOE apuntaba, como mucho, a un tímido progreso en la reforma territorial. Pretendiendo llamar Estado Federal, a lo que ahora es Estado autonómico. Sin que eso signifique el reconocimiento factual de las naciones ocupadas. Tampoco las mejoras asistenciales, que proyectaba, hubieran significado algún cambio importante en la estructura social o económica del Estado.
 
Podemos, por su parte, señalaba la necesidad de algún cambio. Pero siempre en la línea de mantener el texto como la base de convivencia. Y reconociendo, agradecido, la labor de los constituyentes del 78. Aspectos previstos, en la formación de Pablo Iglesias, como la reforma de la Justicia, una nueva ley electoral, la lucha contra la corrupción o el reconocimiento del derecho a decidir, eran otros tantos intentos de continuidad del capitalismo asistencial y la descentralización territorial, acordados en la Transición.
 
Tan solo Izquierda Unida planteaba la necesidad de cambiar las leyes antiguas y de proponer una nueva Constitución. Esta vez con mayor participación popular y un debate a fondo de todas las cuestiones que nos afectan. Pero sin tener la fuerza necesarial, para poder influir en el resto de formaciones.
 
El panorama, por lo tanto, es pesimista respecto a la posibilidad de acabar con un texto constitucional, que no representa nada de lo que dicen sus defensores. Por ahora, es impensable que las cosas cambien mucho, salvo que las fuerzas de izquierda y los independentistas (si queda alguno) estén dispuestos a algo mas que a viajar en el AVE, hasta Madrid y cobrando dietas.
 
Josemari Lorenzo Espinosa
 
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