martes, 18 de octubre de 2016

La lista de Schindler y la Historia.

La lista de Schindler y la Historia.

A pesar su importancia, de su complejidad y de su apasionante belleza intrínseca, la Historia es una de las ciencias menos valoradas del mundo moderno. Para la mayoría de las personas se trata de una aburrida sucesión d listas en las que sólo cambia su contenido: reyes, batallas, imperios y otros datos que en general no nos interesan lo más mínimo porque “ocurrieron hace mucho tiempo” y no suelen resultar útiles para ganarse la vida. Por desgracia, muchos historiadores comparten esa roma visión de su propia especialidad y son incapaces de ir más allá de los dogmas que petrificaron su idea de lo que se cree que ocurrió en el pasado, aunque aparezcan nuevas pruebes que pidan a gritos otro ángulo de observación. Así, ayudan a imponer un pasado reconstruido de acuerdo con ciertos intereses.

Otra vía útil para la recreación textual de nuestros antepasados es la publicación de novelas históricas en las que se deforman los hechos de manera sistemática con la excusa de dotar a los personajes de un mayor dinamismo narrativo. El efecto adquiere mayor fuerza en las películas basadas en esas novelas, que suelen retorcer aún más el suceso, alejándolo de la realidad y conduciéndolo al terreno de lo mítico. El público, en general ignorante, traga esa interpretación y se convence de que así sucedió de verdad; más tarde utilizará las fabulaciones de los autores para defender, como si fuera un experto, esa visión del hecho histórico y será difícil que se acepte una versión distinta, aunque sea verídica. Ejemplo de esto es una de las películas más famosas del mundo: La lista de Schindler, que Steven Spielberg rodó en 1944 y que le reportó siente Oscar, además de consagrarle definitivamente en Hollywood. Este largometraje está basado en el libro de Thomas Kenneally, en el que se especifica claramente que se trata de una novela “cuyos nombres, personas, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o han sido utilizados ficticiamente”. Y así es, porque utiliza hechos reales para recrearlos como mejor le parece. El problema es que Spielber hizo lo mismo al traducir el libro a imágenes y se olvidó un epílogo documental para dar verosimilitud a una cinta llena de tergiversaciones que, sin embargo, suele considerarse fiel reflejo de un momento histórico.
Las líneas generales sobre las que transcurre son verídicas: la dominación nazi de Polonia y sus efectos en la población civil, y en especial aquellas personas que , internadas en los campos de concentración, sirvieron como mano de obra esclava en las fábricas del Tercer Reich. Sobre este marco se relata la historia de Oskar Schindler, un empresario avispado y vividor cuyos contactos con el régimen le permitieren hacer fortuna y vivir muy bien a su sombra. Se cuenta que gracias a su bondad y su conciencia, en torno a un millar de judías se salvaron de morir en el complejo de campos de Aushwitz-Birkenau porque los incluyó en una lista de trabajadores especializados insustituibles que trabajaban en su fábrica. En la práctica, estos judíos (una lista inicial de unas ochocientas personas, engrosada después hasta superar las mil doscientas) le habían sido asignados como esclavos, aunque él los tratara con humanidad y, finalmente, consiguiera liberarlos en los últimos días de la guerra mundial.

Éste es el mito. EN la realidad, la fábrica d Schindler no fabricaba inocentes ollas de aluminio como aparece en la película, sino material bélico para el ejército alemán. Además, él no era el dueño de la empresa, sino un simple testaferro de la colectividad judía, que le encargó la administración por sus buenas relaciones personales con altos cargos nazis. En el largometraje se relata como su coordinador de personal añade nombres a una lista de trabajadores judíos (en la novela no acceden gratuitamente a ella, sino que compran su ingreso con diamantes) a fin de garantizarles un mejor trato y la literal supervivencia en el KZ Plaszow (Campo de Concentración de Plaszow). Este campo se describe como el particular coto de caza humana del sádico comandante nazi Amon Goth (no deja de ser curioso que la traducción de este nombre sea Dios Amón: rival egipcio de Jehová, el dios judío), quien dispara por diversión a los escuálidos y torturados internos desde el balcón de su hermosa mansión ubicada en lo alto de una colina. En realidad, y de acuerdo con las fotos aéreas tomadas por los aliados, la mansión de Goth se encontraba detrás de una colina dentro del KZ y su balcón miraba hacia el lado opuesto a los barracones de los internados, por lo que difícilmente pudo tener puntería de esta forma.

En cuanto a los datos del auténtico  Oskar Schindler que hoy poseemos, no se parecen tanto a los del concienciado personaje que interpreta Liam Neeson. Sabemos, si, que amasó una considerable fortuna con sus negocios, pero no la empleó en facilitar la huida de judíos desesperados, sino que la dilapidó en sus diversiones favoritas, especialmente el juego y la bebida. De hecho, en octubre de 1993 se publicó una entrevista con su viuda, Emile, quien calificó a su marido de “inútil y estúpido” porque “él no salvó a nadie como cuenta el libro”, en referencia a la novela de Kenneally, sino que había sido ella quien había ayudado a los judíos. Y lo cierto es que esta mujer acabó viviendo de la caridad de la agradecida judería argentina después de que su marido la abandonara en el país sudamericano para no tener que afrontar sus cuantiosas deudas. En privado, llegó a referirse a él como Socar Schwindler, con W (en alemán, timador).

Cuando uno toma conciencia de estas manipulaciones queda una duda terrible: Cuántas coas más de las que le han contado no sucedieron exactamente así. Teniendo en cuenta que la época y aportó en la realidad bastantes sucesos horrorosos, ¿qué necesidad veía Spielberg de recargarlos e intentar engañar a su público, describiendo como reales sucesos que no lo fueron? Albergaría sus razones, pero un caso como éste demuestra que no podemos fiarnos de las interpretaciones históricas para el gran público, aunque nos hablen de unos sucesos que creemos conocer más o menos bien. Por lo general, el ser humano contemporáneo, obsesionado por sus preocupaciones personales y deseosos de liberarse de sus obligaciones y responsabilidades diarias, no tiene tiempo ni ganas de comprobar que lo que le cuentan es así.



Se podría decir que con los medios de comunicación pasa un tanto de lo mismo. Fuel el propio escritor británico George Orwell, que vivió la tragedia de la Guerra Civil Española in situ, quien recordaría más adelante que “desde muy temprano me di cuenta de que no hay acontecimiento que sea relatado correctamente en un diario, pero en España por primera vez vi crónicas periodísticas que no guardaban relación alguna con los hechos: ni siquiera la que implica una mentira ordinaria”.

 Extraído del libro "La historia oculta del Mundo" - Paul H. Coch
antonio fernandez antonio fernandez
tonyfdezryes@gmail.com

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