sábado, 21 de mayo de 2016

¿Qué entender por una normalización de las relaciones entre Cuba y EEUU?


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¿Qué entender por una normalización de las relaciones entre Cuba y EEUU?

 

 

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Desde que el 17 de diciembre de 2014 los presidentes de Cuba y los Estados Unidos realizaron de manera simultánea los históricos anuncios sobre el restablecimiento de las relaciones diplomáticas y el inicio del proceso hacia la “normalización” de los vínculos bilaterales, han sido muy disímiles las interpretaciones y análisis sobre cómo sería esa hipotética “normalización”.
En ese sentido, lo primero que resulta oportuno aclarar, es que Cuba y los Estados Unidos jamás han tenido relaciones normales. En el siglo XIX la Mayor de las Antillas era una colonia de España, imposibilitada por su metrópoli a tener relaciones de normalidad con el vecino del norte.
Por otro lado, desde fecha muy temprana quedó establecida la esencia de la confrontación Cuba-Estados Unidos: hegemonía versus soberanía, raíz fundamental que ha impedido hasta nuestros días una relación normal entre ambos países.
Los documentos históricos existentes demuestran que las pretensiones de anexar o dominar a Cuba estuvieron presentes en los padres fundadores de la nación norteamericana, incluso desde antes de alcanzada la independencia de las Trece Colonias. Ya en 1767 Benjamín Franklin había recomendado al lord William Petty II, conde de Shelburne y Secretario de Estado para los asuntos coloniales de Inglaterra, fundar un asentamiento en Illinois para que, ante un posible conflicto armado, sirviera de puente para descender hasta el golfo de México y luego tomar Cuba o México mismo.[i] También en una fecha tan prematura como 1783, John Adams, segundo presidente de Estados Unidos, había hecho la siguiente declaración: «Cuba es una extensión natural del continente norteamericano y la continuidad de los Estados Unidos a lo largo de ese continente torna necesaria su anexión».[ii]
Para 1823, la llamada política de la fruta madura se convertiría en la piedra angular de la política exterior de los Estados Unidos hacia Cuba hasta finales de siglo. Mientras no existieran las condiciones para apoderarse de Cuba, era preferible que la isla permaneciera bajo el dominio de España, antes de que su soberanía fuera transferida a una nación mucho más poderosa, especialmente Inglaterra, la reina de los mares en aquellos años. Asimismo, Estados Unidos rechazó con vehemencia la posibilidad de una expedición colombo-mexicana que llevara la independencia a Cuba y Puerto Rico en la década del 20[iii] y se negó a reconocer la beligerancia de los cubanos durante las gestas independentistas de la segunda mitad del decimonónico. Estados Unidos consideró que estas opciones políticas para Cuba, también podían poner en riesgo sus ambiciones expansionistas.
Finalmente en 1898 Estados Unidos intervino en el conflicto cubano-español y convirtió a la Isla en la primera probeta de ensayo neocolonial del imperialismo norteamericano. La Enmienda Platt, impuesta por la fuerza a los constituyentes cubanos de 1901, bajo la amenaza de ocupación permanente, garantizó a Estados Unidos el control político sobre la Mayor de las Antillas. En pocos años Washington logró también el control económico y financiero de Cuba. Ningún gobierno de la Isla podía sobrevivir por mucho tiempo sin contar con el reconocimiento de los Estados Unidos. De ahí que resulta también imposible hablar de relaciones normales entre Cuba-Estados durante la llamada República Neocolonial burguesa de 1902 a 1959.
Entonces, cuando triunfa la Revolución cubana en 1959, es cierto que la administración republicana de Dwight D. Eisenhower reconoció —no sin cierta reticencia— al nuevo gobierno el 7 de enero, pero al mismo tiempo se trazó como meta fundamental evitar la consolidación de la revolución social en Cuba y con esto, que los intereses estadounidenses en la Isla fueran lastimados. De ahí la poca cooperación y animadversión que mostraron las autoridades norteamericanas hacia los nuevos líderes cubanos desde el propio momento del triunfo, a pesar de la valoración positiva que tenían sobre varias figuras moderadas dentro del Gabinete cubano, a las cuales pensaban utilizar para evitar la radicalización del proceso y garantizar la conservación de la Isla en la esfera de influencia norteamericana.
A pesar de que la aprobación formal del «Programa de acción encubierta contra el régimen de Castro», ocurrió en marzo de 1960, la decisión del «cambio de régimen» había sido tomada desde el propio año 1959. Dos altos funcionarios del Departamento de Estado de los Estados Unidos, el subsecretario para Asuntos Políticos, Livingston T. Merchant y el secretario adjunto para Asuntos Interamericanos Roy Rubbottom, reconocerían luego que desde junio de 1959 se «había llegado a la decisión de que no era posible lograr nuestros objetivos con Castro en el poder», poniéndose en marcha un programa que «el Departamento de Estado había elaborado con la CIA» cuyo propósito era el de «ajustar todas nuestras acciones de tal manera que se acelerara el desarrollo de una oposición en Cuba que produjera un cambio en el Gobierno cubano resultante en un nuevo Gobierno favorable a los intereses de EE.UU.».[iv]
La administración Eisenhower comenzó de inmediato un amplio espectro de políticas agresivas contra la Revolución Cubana con el objetivo de lograr un cambio de régimen mucho antes de establecidas las relaciones entre Cuba y la URSS y de declarado el carácter socialista de la Revolución, entre ellas: suspensión de la asignación de créditos, campañas difamatorias, violaciones al espacio aéreo y marítimo de Cuba, sabotajes a los objetivos económicos en la Isla, ataques piratas, apoyo de la CIA a la contrarrevolución interna en sus actos de sabotajes, sostén e incitación al bandidismo, intentos de asesinato contra los líderes de la Revolución, utilización de la Organización de Estados Americanos (OEA) para condenar y aislar diplomáticamente a Cuba, apoyo encubierto a una invasión desde el exterior por elementos batistianos acantonados en Santo Domingo bajo el patrocinio del dictador Trujillo, entre otros actos de agresión. Sin embargo, muy pronto la CIA y el Presidente llegaron a la conclusión de que el único modo de «solucionar» el asunto de Cuba era sobre la base de asesinar a Fidel Castro o invadir la Isla.[v]
De este modo, desde diciembre de 1959 la CIA había concebido un programa de formación de un ejército de mercenarios cubanos, algunos de ellos criminales de la dictadura batistiana, para invadir el país. Este plan fue aprobado por el presidente Eisenhower en marzo de 1960. El 6 de julio del propio año el presidente estadounidense canceló la cuota cubana de azúcar y el 19 de octubre su administración declaró el «embargo» parcial al comercio, prohibiendo todas las exportaciones, excepto de alimentos y medicinas, aunque la guerra económica contra Cuba había comenzado mucho antes.[vi] Finalmente, el 3 de enero de 1961 el Gobierno norteamericano anunció el rompimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba y el 16 de enero estableció las primeras restricciones a los viajes de los ciudadanos estadounidenses a la Isla.
De ahí en adelante, en los reducidos momentos en que Estados Unidos se planteó acercarse a Cuba con vista a explorar la posibilidad de una normalización de las relaciones, esa normalización fue siempre entendida desde la dominación, es decir que Cuba debía ceder terreno soberano en materia de política interna o externa para poder aspirar a normalizar los vínculos bilaterales con los Estados Unidos. Así fue durante las administraciones de Gerald Ford (1974-1977) y James Carter (1977-1981). Al propio tiempo, esto no implicó que Washington renunciara al cambio de régimen en Cuba por otras vías. La normalización era parte de la estrategia para socavar la Revolución desde dentro. Pero el cambio en la manera de enfocar la política ya era significativo, pues el resto de las administraciones no se habían apartado de la lógica de que había que cambiar primero el régimen para luego considerar la “normalización”.
Una verdadera normalización además de comprender relaciones diplomáticas plenas entre ambos países, debe materializarse en la eliminación de la clásica agresividad y prepotencia que ha caracterizado la política de los Estados Unidos hacia la Cuba revolucionaria; comenzando por el levantamiento de lo que ha sido su núcleo duro durante más de 50 años: el bloqueo económico, comercial y financiero. La normalización no implicaría en ese caso la ausencia de conflicto ideológico y de diferendo en determinadas esferas, sino la existencia de estos junto a los espacios de cooperación. En un escenario de normalización como este, los problemas se analizarían sobre la base del diálogo, la negociación y el respeto mutuo a la soberanía y los principios de ambos países, evitando la aplicación de medidas de corte agresivo de cualquier tipo. De esta manera, se excluirían la ejecución de medidas concretas, más allá de declaraciones simbólicas o expresiones de deseos ideológicos. Para la existencia de una normalización plena entre Cuba y los Estados Unidos, tendría que desaparecer definitivamente la esencia del conflicto: hegemonía versus soberanía. Al propio tiempo, deberá garantizarse un fuerte núcleo de cooperación, que termine prevaleciendo sobre las áreas de conflicto.
En ese difícil y complejo camino hacia la normalización, Cuba ha fijado su agenda de los puntos fundamentales que habría que resolver:
  •  Levantamiento del bloqueo económico, comercial y financiero.
  •  Devolución del territorio ocupado por la Base Naval de Guantánamo
  •  Fin de la agresión radial y televisiva contra Cuba
  •  Cese del financiamiento a la contrarrevolución y a la subversión interna.
  •  Abrogación de la Ley de Ajuste Cubano y la política de “pies secos-pies mojados”.
  •  Compensación a Cuba por los daños del bloqueo y las agresiones.
  •  Restitución de los fondos congelados robados. Un escenario de post bloqueo no bastaría para normalizar las relaciones Estados Unidos-Cuba. En mi opinión, cuando eso suceda se habrá dado un paso fundamental en el espinoso camino hacia un modelo de relación más civilizada, pero aun no podrá hablarse de normalización plena mientras permanezca ocupado ilegalmente parte del territorio cubano por una base naval estadounidense, lo cual mantiene comprometida la soberanía territorial y la seguridad nacional de la Isla. La presencia militar estadounidense en Guantánamo continúa siendo un tema muy sensible para los cubanos, una afrenta al orgullo nacional y una triste recordación no ya de la Guerra Fría, sino de los tiempos en que los cubanos sufrieron la aplicación del articulado de la Enmienda Platt. La base naval estadounidense en Guantánamo constituye un vestigio de aquella execrable enmienda.
    Por otro lado, para una normalización efectiva de los vínculos bilaterales, la política de los Estados Unidos hacia Cuba no solo tendría que cambiar en los instrumentos, sino en los fines. ¿Cómo podría garantizarse esa normalización cuando aun Estados Unidos persiste en sus objetivos estratégicos de cambio de régimen en Cuba, los cuales se manifiestan a través del financiamiento millonario a grupos que atentan contra el orden interno y constitucional de la Isla, así como a Radio y Tv Martí? ¿Cómo hablar de normalización de las relaciones cuando gran parte de la estructura de hostilidad de Estados Unidos contra Cuba, aún se mantiene en pie?
    Téngase en cuenta por otro lado, que incluso dentro de ese proceso de normalización, o de normalizaciones múltiples, en los espacios que más se ha avanzado o existe mayor cooperación y diálogo, aun no pueden hablarse de normalidad. Es cierto que Cuba y los Estados Unidos han restablecido relaciones diplomáticas, ¿pero cómo se puede sostener que ya existen relaciones normales en el plano diplomático, cuando al propio tiempo el gobierno de los Estados Unidos de forma abierta –y encubierta- continúa desarrollando programas para cambiar el régimen en la Isla, algo que ningún analista serio en ese país apoya y que se ha convertido en un negocio sucio que afecta cada vez más el bolsillo del contribuyente estadounidense? O piénsese en el terreno migratorio, uno de los campos en que más se han desarrollado conversaciones y alcanzado acuerdos. ¿Podrá decirse que ya existe una relación normal cuando se mantiene la Ley de Ajuste Cubano, el programaParole que incita a médicos cubanos a desertar de sus misiones internacionalistas y la política de Pies secos, pies mojados, instrumentos que politizan el tema migratorio e impiden la existencia de una migración legal y ordenada de cubanos hacia los Estados Unidos? Todas estas contradicciones e incongruencias en la política de Washington hacia La Habana, entre el discurso y la realidad, afectan también el logro de la normalización en otro terreno muy importante por los impactos que tienen en el resto: el de la confianza mutua.
    Cuba ha aceptado el desafío que representa el “nuevo enfoque” de la política de los Estados Unidos tratando de aprovechar con inteligencia las nuevas oportunidades que también se abren para una mejor relación entre ambos países y pueblos, así como para la economía cubana. Aunque muchos no lo ven de esa manera, la actitud de Cuba no deja de ser además de osada, una prueba de la confianza que existe sobre sus fortalezas internas, pues realmente son pocos los que abren las puertas de su casa al vecino –sobre todo a uno tan poderoso-, sabiendo que éste a la larga pretende incendiarla.
    En su discurso en el Gran Teatro de La Habana, Alicia Alonso, Obama retomó una idea que había expresado con otras palabras en la Cumbre de las Américas celebrada en Panamá, en abril del 2015: “Estados Unidos no tiene ni la intención ni la capacidad de imponer cambios en Cuba, los cambios dependen del pueblo cubano. No vamos a imponer nuestro sistema político y económico, porque conocemos que cada país, cada pueblo debe forjar su propio destino, tener su propio modelo; pero al quitar el velo de la historia debo hablar claramente sobre las cosas en las que yo creo, las cosas que nosotros como estadounidenses creemos”.
    Si este planteamiento fuera cierto, Cuba no tendría nada que objetar. Si se tratara solo de una cuestión de persuasión y de confrontación ideológica no habría nada que denunciar, pero esta es una de las idea que menos se sostiene de todo el discurso de Obama. En primer lugar, se contradice con otras declaraciones del presidente Obama y sus asesores más cercanos y, en segundo lugar, lo cual es más importante, no se corresponde con lo que está sucediendo en la práctica. Solo tres días después de la visita de Obama a Cuba, el Departamento de Estado anunció un programa de orientación de prácticas comunitarias por $ 753 989 pa­ra “jóvenes líderes emergentes de la sociedad civil cubana”. La administración Obama, según el Servicio de Investigaciones del Congreso –de enero de 2016- es la que más fondos públicos ha destinado a la subversión interna del sistema cubano en los últimos 20 años, unos 159, 3 millones de dólares entre 2009 y 2016.
    Por otro lado, a pesar de todos los pronunciamientos de Obama contra el bloqueo y de los pasos que ha dado su administración en el camino hacia su desmantelamiento, aun la relación económica y comercial entre Cuba y los Estados Unidos está lejos de ser normal. Como ha declarado el Ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez Parilla, esos pasos han sido positivos, pero limitados y con un una clara motivación política que discrimina al sector estatal de la economía cubana. Exceptuando el sector de las telecomunicaciones, las empresas estadounidenses siguen teniendo prohibido invertir en la Isla. Persisten las restricciones de exportación de los principales productos y servicios cubanos hacia el mercado estadounidense. La posibilidad de que Cuba utilice el dólar en las transacciones financieras –medida que aun no se ha puesto en práctica- no incluye a las transacciones financieras con bancos estadounidenses, ni que la Isla pueda tener cuentas de corresponsalía en los mismos. Las posibilidades de comercio entre Cuba y Estados Unidos continúan siendo unidireccionales, de los Estados Unidos hacia Cuba, pero no de Cuba hacia los Estados Unidos. ¿Acaso eso es normal? ¿Por qué Obama no ha agotado las amplias facultades ejecutivas que aun posee para convertir al bloqueo contra Cuba en una especie de cascarón vacío? ¿Hay una intención clara y sincera en los pasos que Washington ha dado en función del debilitamiento del bloqueo de buscar una normalidad de las relaciones entre ambos países?
    Como ha expresado el abogado estadounidense Robert Muse: “Para que EEUU tenga relaciones normales con Cuba, debe hacer dos cosas: en primer lugar, eliminar las medidas punitivas impuestas a ese país; y en segundo lugar, extender a Cuba los beneficios de las naciones que están en paz. Un ejemplo de esto último es la concesión de igualdad de acceso a uno que otro mercado. Esto significa ir más allá de levantar la actual prohibición estadounidense de las importaciones cubanas y la prohibición sobre las exportaciones estadounidenses a Cuba. Esto requerirá que EEUU permita a Cuba –un miembro de la Organización Mundial del Comercio (OMC) –el mismo acceso al mercado que extiende a los productos de otros países miembros de la OMC”. Por lo tanto, prefiero caracterizar esta etapa que estamos viviendo de las relaciones Estados Unidos-Cuba, como de transición hacia una modelo de convivencia más civilizada entre contrarios, o de modus vivendi entre adversarios ideológicos. Algunos consideran incluso que resulta utópico pensar que Estados Unidos algún día tendrá una relación normal con Cuba, pues ese tipo de relación no lo tiene prácticamente con ningún país en el mundo, ni siquiera con sus aliados, al ser el hegemón regional y la superpotencia líder del capitalismo global. Pero como Fidel le dijera a dos enviados de Carter en conversaciones secretas sostenidas en La Habana, 1978: “Tal vez sea idealista de mi parte, pero nunca he aceptado las prerrogativas universales de los Estados Unidos. Nunca acepté y nunca aceptaré la existencia de leyes diferentes y reglas diferentes».
    No obstante, como el camino hacia la “normalización” entre Cuba y los Estados Unidos no deja de ser también un viaje hacia lo ignoto, esa utopía resulta imprescindible para caminar.
    “Estamos listos para acompañarlos, pero respetando vuestra identidad, vuestro modelo, vuestra independencia. Para nosotros esos son principios esenciales”, expresó el presidente francésFrançoisHollande, cuando visitó Cuba en mayo de 2015. Por qué no soñar con escuchar algún día ese planteamiento de un presidente norteamericano. Y más importante que escucharlas, ver que esas palabras se corresponden con lo que sucede en la realidad. Solo llegado ese momento, podremos entonces sostener que hemos alcanzado la normalización de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos.
    Notas
    [i] Ernesto Limia, Cuba entre tres imperios: perla, llave y antemural, Casa Editorial Verde Olivo, 2014, p.276.
    [ii] Atilio A. Borón, América Latina en la Geopolítica Imperial, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2014, p.66.
    [iii] Véase Elier Ramírez Cañedo, Estados Unidos contra la independencia de Cuba: otro rostro del Bicentenario, en: Cuba en el movimiento independentista nuestroamericano, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2012, pp.231-245.
    [iv] Veáse Carlos Alzugaray, «La búsqueda de la verdad en el debate histórico: Acerca de una polémica sobre las relaciones Cuba-Estados Unidos al principio de la Revolución», en:La Jiribilla, no. 411, La Habana, pp. 24-25.
    [v] En un memorando fechado el 11 de diciembre de 1959, el jefe de la División del Hemisferio Occidental de la CIA J. C. King dice textualmente: «Analizar minuciosamente la posibilidad de eliminar a Fidel Castro (…) Muchas personas bien informadas consideran que la desaparición de Fidel aceleraría grandemente la caída del gobierno…». Reflexiones de Fidel Castro, La tiranía mundial. Los fundamentos de la máquina de matar, La Habana, 8 de julio de 2007.
    [vi] Un documento desclasificado en los Estados Unidos, fechado el 26 de enero de 1960, donde se recoge la versión de una reunión entre el presidente Eisenhower, el secretario de Estado, Herter, el embajador estadounidense en La Habana, Philip Bonsal y otros funcionarios, señala: «El Presidente dijo que Castro empieza a parecer un loco. (…) Dijo que (…) deberíamos aplicar una cuarentena a Cuba. Si ellos (el pueblo cubano) tienen hambre, botarán a Castro. (…) Preguntó cómo Cuba podría vivir si no pudiera vender su azúcar». Véase, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado: «Girón. 40 años después», Conferencia de académicos y actores históricos cubanos y norteamericanos, La Habana, 22-24 de marzo de 2001. Materiales de Información, Carpeta #2, pp. 56-57.
    * Elier Ramírez Cañedo
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