lunes, 23 de mayo de 2016

El paradigma del fin (I)


El paradigma del fin (I)











por Alexander Dugin – El grado final de generalización

El análisis de las civilizaciones y sus relaciones, confrontaciones, desarrollo e interconexiones es un problema tan complejo que se pueden obtener resultados no simplemente diferentes, sino totalmente opuestos dependiendo de la metodología y del nivel de la investigación. Por lo tanto, con el fin de obtener incluso las conclusiones más aproximadas, es necesario aplicar una reducción que aporte una serie de criterios a un único modelo simplificado. El marxismo prefiere de forma inequívoca el enfoque económico, que se convierte en un sustituto y en el denominador común para todas las otras disciplinas. El liberalismo, en esencia, aunque menos explícitamente, también lo hace.

Un método cualitativamente diferente de reducción es el ofrecido por la geopolítica que, aunque menos conocido y menos popular es, sin embargo, no menos eficaz o ilustrativo para explicar la historia de las civilizaciones.

Varias formas de enfoque étnico, incluyendo en el extremo final “la teoría racial”, ofrecen otra versión de reduccionismo. Por último, las religiones también ofrecen su propio modelo reduccionista de la historia de las civilizaciones. Estos cuatro modelos representan las rutas más populares de generalización y, aunque existen otros métodos, es poco probable que rivalicen con estos en términos de grado de claridad o sencillez.

Dado que el concepto de “civilización” sigue siendo extremadamente grande – quizás uno de los conceptos más importantes que la conciencia histórica de la humanidad ha sido capaz de generar – los métodos de reducción debe ser muy aproximados y deben dejar de lado los matices, los detalles y los factores de importancia moderada o leve. Las civilizaciones son conglomerados humanos que poseen extensión especial, temporal y fronteras culturales. Las civilizaciones, por definición, deben poseer un volumen considerable, es decir, deben durar mucho tiempo, controlar áreas geográficas significativas, y producir un estilo cultural y religioso (y a veces ideológico) especial, expresivo.

El principio del tercer milenio d.C., pide un resumen de algunos de los resultados de la historia de las civilizaciones, ya que la importancia de la fecha sugiere el alcance de algún tipo de umbral o límite. De ahí surge el deseo de traer las diferentes trayectorias de análisis de civilización a un paradigma único, universal. Por supuesto, el grado de simplificación, vulgarización, y reducción será aquí aún mayor que en los cuatro modelos reduccionistas mencionados anteriormente, pero es poco probable que esto se considere un obstáculo insalvable. Cualquier generalización (exitosa o no, justificada o no) deberá necesariamente enfrentarse a la crítica violenta de los “especialistas estrechos” que hace tiempo olvidaron los principios originales en medio de un torbellino de datos, así como de los partidarios conscientes (o inconscientes) de la generalización, quienes, puramente pragmáticos, utilizan las contradicciones en los detalles con el fin de desacreditar el conjunto.

No importa cuál, el tema del “fin de la historia” (Francis Fukuyama), el “choque de civilizaciones” (Samuel Huntington), el “Nuevo Orden Mundial” (George Bush), el “nuevo paradigma” (New Age), los “tiempos mesiánicos”, el “fin de la utopía”, el “paraíso artificial”, o la “cultura del apocalipsis”(Adam Parfrey), es cada vez más popular según nos acercamos al final del siglo, la frontera del milenio. Y todos estos temas, en diversos grados, operan con modelos reduccionistas complejos que son el resultado de la consolidación de las más restringidas metodologías de, en primer lugar, las cuatro mencionadas anteriormente.

El marxismo real

La doctrina de Marx era tan popular en el siglo XX que es difícil hablar de ello, especialmente en Rusia, donde el marxismo fue proclamado la ideología oficial durante muchas décadas. Esta cuestión es muy dolorosa y está muy saturada de ilusiones y de connotaciones para los intelectuales occidentales, para quienes las polémicas y debates sobre Marx han sido centrales en los discursos filosóficos y culturales. Marx influyó en la historia moderna como ningún otro y es difícil nombrar a un pensador comparable a él en la fama, popularidad, o circulación de sus libros. Sin embargo, llegó un momento en el que la explotación excesiva del marxismo provocó el resultado inverso, sus ideas y doctrinas resultaron ser tan universales que en un momento dado dejaron de ser recordadas, y el marxismo se convirtió en un “dogma”, un dispositivo, un sello ininteligible que llegó a ser usado e interpretado arbitrariamente. Los marxistas ortodoxos congelaron sus reflexiones en este campo y canonizaron los puntos de vista de Marx incluso en aquellos ámbitos en los que fueron claramente refutados por el curso de la historia en sí (tanto económica como políticamente). Herejes y revisionistas estiraron el marxismo un poco demasiado e incorporaron al mismo teorías que, estrictamente hablando, no tienen relevancia en un contexto marxista. Gradualmente hemos sido enfrentados con una imagen paradójica en la que el más popular y famoso pensador moderno y sus teorías han resultado ser poco claras, desconocidas, e impenetrables para la mayoría. Al final, el nudo gordiano del marxismo fue simplemente liquidado por el reconocimiento de su filosofía y su economía política como “equivocadas”. Y entonces llegó el rechazo total de esta ideología. La arrogancia excesiva y las dogmatizaciones se convirtieron en una subversión y relativización igualmente excesivas. Y la aparentemente rápida construcción del edifico del marxismo fue repentina y totalmente destruida. Por otra parte, los liquidadores más entusiastas eran precisamente aquellas fuerzas responsables de la creación de un culto alienado, dogmático, de Marx. Sea como fuere, las ideas de Marx ahora prácticamente no tienen herederos, pero no han llegado a ser menos profundas o sorprendentemente exactas en la resolución de ciertas cuestiones. De este modo se produce una situación en la que el marxismo, habiendo perdido por completo sus partidarios tradicionales, puede ser adoptado como un arma por muy diferentes fuerzas que se mantuvieron al margen del marxismo en el momento en que sus ideas prevalecieron entre el entusiasmo intelectual y político.

Tal distancia y ausencia de compromiso con uno u otro campo marxista en las etapas anteriores de su historia intelectual, permite que el marxismo sea redescubierto de nuevo, y que su mensaje sea leído de una manera que antes era imposible. Es completamente evidente que una parte inmensa de los puntos de vista histórico-culturales de Marx son irremediablemente obsoletos, y muchos aspectos de su doctrina deben ser rechazados debido a su inadecuación. Sin embargo, es más productivo considerar imparcialmente aquellos aspectos de su enseñanza que, por el contrario, son todavía completamente relevantes y pueden ayudar a entender los aspectos esenciales del paradigma de la historia en su clave económica y socio-política. Y no hay nadie igual a Marx aquí. Fue Marx quien formuló un espacioso modelo reduccionista de la historia económica capaz de explicar, con increíble autenticidad, claridad y credibilidad, las orientaciones y procesos esenciales. Por lo tanto, sería conveniente recordar los fundamentos de la comprensión marxista de la fórmula de la historia.

El enfoque de Marx de la historia es dialéctico y presupone el desarrollo dinámico de las relaciones entre los principales sujetos de los acontecimientos históricos. Junto con esto, brilla claramente a través de su teoría el dualismo fundamental de estos actores, que determina la dialéctica, formando su contenido y la base ética para la interpretación. Los dos sujetos de Marx se definen como Trabajo y Capital. Marx considera trabajo al impulso creativo de la existencia, el eje central de la vida y el movimiento, como una especie de principio positivo, solar. Usando imáginería darwinista, el marxismo sostiene que “el trabajo creó al hombre del mono”. El punto es que los medios de creación o producción son el vector principal existencial que dirige los procesos del estado horizontal, inercial, a un estado vertical, de voluntad. El trabajo, según Marx, es un comienzo positivo, un principio de “luz”. A diferencia de la ética bíblica, en la que el trabajo es entendido como el resultado de la caída y es una especie de maldición sobre Adán por transgredir los mandamientos divinos (tal actitud hacia el trabajo es verdadera para otras tradiciones religiosas), Marx afirma inequívocamente la sagrada y totalmente positiva naturaleza del trabajo, su santidad, primacía, autonomía y autosuficiencia. Pero en su estado primordial, el Trabajo, como el primer impulso de desarrollo y el momento de inicio de la historia – como la Idea absoluta de Hegel – aún no es consciente de sí mismo y no puede darse cuenta de la integridad de su naturaleza intrínsecamente brillante. Para lograrlo es necesario un largo y complejo proceso de movimiento dialéctico a través del laberinto de la historia. Aunque sean aterradoras las experiencias y las hazañas del Trabajo, será capaz de alcanzar su estado triunfante, victorioso, volviéndose consciente, feliz, y libre a través de una serie de auto-negaciones dialécticas. Según Marx, toda la historia se extiende desde el “comunismo primitivo” – el estado original en el que el Trabajo era libre, pero ni consciente ni universal – al simple comunismo, cuando, a través de los laberintos del distanciamiento, volverá a la luz de la auto suficiencia, aunque de una forma plena y universal, y finalmente consciente. El hombre se convirtió en el hombre después de encontrarse con el Trabajo. Pero se convertirá en un hombre sólo cuando sea capaz de reconocer el valor absoluto de este medio y liberarlo, a través del comunismo, de todas las impurezas del inicio negativo.

¿Cuál es el polo negativo en el marxismo? ¿Qué se opone a la naturaleza brillante del Trabajo? Marx llama a eso “explotación”, y la forma suprema e integral de esta explotación se supone que es el Capital. En el marxismo, el Capital es el nombre del mal del mundo, el principio oscuro, el polo negativo de la historia. Un largo período de “explotación”, de alienación del Trabajo de su esencia, y pruebas y tribulaciones del sol en los laberintos de oscuridad se extienden entre el “comunismo primitivo” y la aparición del hombre y el comunismo final. Esto, en esencia, es el contenido de la historia.

El Capital no surge inmediatamente, sino que se manifiesta progresivamente según se perfeccionan las herramientas y mecanismos de explotación de la luz del Trabajo por parte de las fuerzas oscuras de los usurpadores . El desarrollo del Trabajo contribuye al desarrollo de los medios de explotación. La dialéctica compleja de las dinámicas continuas entre el ratio de las fuerzas productivas y las relaciones de producción conduce a ambos polos de la historia económica a lo largo de una espiral de desarrollo. Los objetivos en conflicto y las actividades de los trabajadores y explotadores contribuyen objetivamente a la intensificación de un único proceso político-económico. Las fuerzas productivas son la estructura interna del Trabajo y de su organización. Las relaciones de producción son el modelo de interacción de esta estructura de base subordinada a la explotación. Los frutos del Trabajo son los frutos de la abundancia. El Trabajo siempre produce más de lo necesario para satisfacer las necesidades inmediatas de los trabajadores. Esta es la esencia de su principio positivo, constructivo, brillante, solar. El Trabajo produce más.

Este plus, este excedente, es extraído por el polo oscuro, el parásito de la historia. A lo largo de toda la historia económica, las relaciones de producción se reducen a la expropiación de la sustancia a partir de los portadores de más por los portadores de menos. Las mejoras en las fuerzas productivas refinan los paradigmas de explotación. Pero ya desde los primeros pasos de la historia humana, es posible detectar rasgos característicos de las dos esencias que chocan entre sí en toda su fuerza sólo al final de la misma. El trabajador primitivo es el germen del proletariado industrial. El jefe tribal es el embrión del Capital.

Pasados largos milenios de historia humana, los dos sujetos del drama mundial alcanzan su estado más puro, realizando y recapitulando finalmente todas las etapas anteriores. Desde el sistema esclavista a través de las relaciones feudales emerge el capitalismo, y esta es la etapa más importante y fundamentalmente escatológica de la doctrina marxista. Aquí toda la compleja situación social se reduce a la clara dualidad del proletariado como la clase que encarna el resultado del desarrollo histórico y económico de los elementos del Trabajo, y la burguesía que concentra en sí el polo absoluto, más total, acabado y consciente de pura explotación. El polo de luz completa su trágica trayectoria a través de los laberintos de la alienación, y el polo oscuro se acerca a la victoria completa. Proletariado y Capital. El Trabajo puro es el proletariado sin ningún tipo de propiedad (“excepto las cadenas”) y el Capital puro se transforma de lo que se tuvo a lo que se tiene, en el elemento de alienación pura o explotación absoluta.

Marx trae todos las demás problemas históricos, filosóficos, culturales, sociales, científicos y técnicos a este esquema político-económico, por considerar que son derivados y secundarios al paradigma subyacente.

Por otra parte, Marx proclama que la segunda revolución industrial, significando el alcance de su pico por parte del capitalismo, es el punto de inflexión en la historia del mundo. A partir de este momento, ambos sujetos históricos – Capital y Trabajo – se convierten, no en simples juguetes en las manos de la lógica objetiva de la historia, sino en sujetos conscientes de sí mismos y autosuficientes, capaces no sólo de cumplir con las necesidades, sino también de gobernar los más importantes procesos históricos, suministrándolos, provocándolos, diseñándolos, y asegurando su voluntad autónoma. El punto no es el individuo o el grupo, sino el sujeto de clase. El proletariado, convirtiéndose en clase, se convierte en una personalidad histórica, en Ttrabajo consciente, y el heredero del excedente en todas las etapas de su desarrollo. El Capital concentra en sí mismo lo negativo global, la extracción, la alienación, pero simplemente en un estado libre, volitivo, personal. Ahora es capaz de planificar la historia y controlarla.

En esta etapa, Trabajo y Capital se mueven en el plano de las ideas o ideología, y en adelante existen no sólo en el tejido objetivo de la realidad, sino también en el espacio ideológico del pensamiento. La llegada de estos dos personajes a la esfera del pensamiento, finalmente, deja al descubierto el dualismo esencial en este campo – existe la idea del Trabajo y existe la idea del Capital; existe la visión del mundo del excedente y la visión del mundo del negativo. Ambas visiones del mundo obtienen la mayor independencia y libertad posible de modo que toda la zona de la conciencia gira desde una esfera de la reflexión a una esfera de la creatividad y el diseño. La visión del mundo del Trabajo (la filosofía proletaria) conserva aquí su carácter creativo. Se crea y fabrica un proyecto. La perspectiva del Capital (la filosofía burguesa) sigue siendo esencialmente negativa, no usurpa la energía inherente del trabajo mental, pero reproduce el vacío, conceptualiza la inmovilidad, congela la vida y postula la realidad al tiempo que niega la tarea.

La fórmula suprema y más completa del Capital es, según Marx, la economía política liberal inglesa, especialmente las teorías del”libre intercambio” y el “mercado universal” de Adam Smith y sus seguidores. Pero aparte de su forma más clara, existen una serie de visiones del mundo construidas más matizadas, complejas y prolongadas que se ocultan detrás del pernicioso y parasitario aliento del Capital. La filosofía burguesa se convierte de ahora en adelante en el arma más efectiva de la explotación y su forma suprema. Pero, en contraste con esto, también hace emerger el cuerpo doctrinal de la clase obrera, cuyos contornos fundamentales quedan claros por la ideología comunista. Marx veía su propio trabajo precisamente en este contexto. Percibió que sus ideas constituían la base de la “filosofía proletaria” y se convertirían en una herramienta crítica del Trabajo en su escatológica batalla final contra el enemigo eterno.

Marx proclamó una especie de “Evangelio del trabajo”. Sostuvo que ahora, en el punto de inflexión de la historia político-económica, el Trabajo, al convertirse en Trabajo puro, debe inmediatamente tomar conciencia de sí mismo y de su historia, tomar completamente la función de uno de los dos polos teleológicos de la historia, e identificar el mecanismo de intercambio y alienación que se encuentra en el corazón de la explotación, exponer la negativa, vampírica, puramente negativa función del Capital (a través de la aclaración de la lógica de la producción y la expropiación de la plusvalía), y llevar a cabo la revolución proletaria que arroje al Capital al abismo del olvido, y destroce el mal del mundo desde las raíces. Después de una breve fase de formación transicional (el socialismo), vendrá el “paraíso en la tierra” y el Trabajo será totalmente liberado del principio oscuro.

Esto, en los términos más generales, es el significado del modelo político-económico marxista. Se debe reconocer que es tan convincente y fiable que no es de extrañar que las opiniones de Marx poseyeran a tanta gente en el siglo XX, convirtiéndose en una especie de religión a la que se ofrecían sacrificios sin precedentes. ¿Cómo se realizó el escenario de Marx a sí mismo en la práctica? ¿Qué resultó ser inexacto, y qué fue refutado? ¿Cómo debe ser evaluado el contenido de la historia política y económica de nuestro siglo, siempre dentro de lo previsto por la filosofía marxista de la historia?

Al entrar en el tercer milenio, podemos confirmar que el Capital venció al Trabajo, logró evitar la revolución inminente, disolver la manifestación histórica completa del Trabajo como sujeto revolucionario, y evitar la perspectiva peligrosa de la filosofía proletaria concentrándose en un sistema filosófico unificado de pleno derecho. Pero, sin embargo, el Trabajo, inspirado por Marx, intentó dar una “lucha final y decisiva” a su enemigo primordial. El Trabajo fue derrotado, pero el hecho de esta gran batalla no se puede negar. Fue el contenido principal de la historia socio-política del siglo XX, totalmente de acuerdo con Marx, sólo que con un (mal) final diferente. El mal mundial ganó. Lo negativo resultó ser más fuerte y más astuto que lo positivo. La subjetividad del Capital demostró su superioridad sobre la subjetividad del trabajo.

¿Cómo sucedió esto en la práctica?

El primer fracaso de la ortodoxia marxista se produjo en el momento de la Gran Revolución de Octubre. Este acontecimiento fue el punto de inflexión de la historia post-marxista. Por un lado, el levantamiento de los marxistas bolcheviques demostró que las ideas de Marx eran correctas y se confirmaban por la práctica. El partido proletario, los trabajadores comunistas fueron capaces de hacer una revolución, derrocar el sistema de explotación, destruir el poder del capital y la clase burguesa, y construir un estado socialista procediendo desde las disposiciones básicas del propio Marx. Por otra parte, se declaró al marxismo como ideología predominante de este estado. En otras palabras, la experiencia rusa proporcionó la primera confirmación de la corrección y la eficacia de la doctrina revolucionaria marxista. Sin embargo, en el transcurso de la revolución rusa fue descubierta una circunstancia importante: la exitosa revolución proletaria no había sucedido donde y cuando el propio Marx había predicho. El error espacio temporal no era un factor cuantitativo, sino cualitativo. Por lo tanto, se cargó con un inmenso valor doctrinal.

Marx creía que la formación definitiva del proletariado como clase y su formalización en un partido revolucionario se produciría en los países más desarrollados del Occidente industrial, es decir, exactamente donde los mecanismos burgueses habían alcanzado su desarrollo más completo y el proletariado industrial era la dominante social de todas las fuerzas productivas. Por otra parte, Marx creía que las revoluciones proletarias provocarían inmediatamente una reacción en cadena en los otros estados y sociedades. Marx estaba seguro de que la revolución socialista no podría ocurrir en otros puntos espaciales y temporales, ya que ambos sujetos históricos – el Trabajo y el Capital – en esos lugares aún no habían alcanzado la etapa en la que fuera posible una traducción completa y adecuada de lo material a lo ideal, de lo objetivo a lo subjetivo, y del estado limitado de desarrollo a un sistema adecuado. La experiencia rusa demostraba que la revolución socialista era posible y podría ser llevada a cabo con éxito en un país con un capitalismo subdesarrollado muy por detrás de la realización a escala masiva de la segunda etapa de la revolución industrial, en un país con un porcentaje muy pequeño de proletarios industriales. Después de la victoria de los bolcheviques, los procesos revolucionarios no se extendieron a Europa, sino que se detuvieron en las fronteras del antiguo Imperio ruso. El Trabajo había formado un partido político y había batido al capital en condiciones completamente diferentes a los previstas por Marx. En otras palabras, la revolución histórica en Rusia corrigió la teoría de su padre fundador.

El significado de esta corrección histórica es tal vez más concisamente captado, al referirse al fenómeno del nacional-bolchevismo, por Mikhail Agursky [1]. La revolución proletaria en Rusia demostró que el triunfo del Trabajo sobre el Capital era posible y realista, siempre que, en este acto político-económico, otras dimensiones adicionales estuvieran involucradas, tales como el mesianismo nacional (muy desarrollado entre los rusos y los judíos de Europa del Este), las tendencias sectarias místicas y quiliásticas (del pueblo y la intelligentsia), y un partido político blanquista, conspirativo y con un estilo de Orden (el leninismo, y más tarde el estalinismo). De hecho, un caso análogo aunque mucho menos radical garantizó la victoria a diferentes fuerzas anticapitalistas – el fascismo italiano y el nacional-socialismo alemán – que en la práctica lograron llevar a cabo revoluciones cuasi-socialistas. En otras palabras, el marxismo resultó ser históricamente realizable en una ejecución heterodoxa, nacional-bolchevique, que se diferenciaba del concepto estricto del propio Marx. El marxismo se hizo real en la práctica, pero sólo en combinación con otros factores y, en concreto, allí donde la doctrina política-económica de Marx estaba vinculada con tendencias culturales-religiosas bastante lejos del discurso del autor de El capital. En contraste con el éxito de la realización histórica del marxismo en una forma nacional-bolchevique, en ese momento en el Occidente burgués, cuando el capitalismo había llegado al límite de su desarrollo, es decir, cuando estaba en el umbral de la tercera revolución industrial (esto ocurrió en los años del siglo 20 ’60’s-’70), la transición al socialismo no tuvo lugar. Si la versión del marxismo heterodoxo resultó ser factible, entonces la versión ortodoxa fue refutada por la historia. El capitalismo en su forma más desarrollada logró superar los más peligrosos momentos de desarrollo, efectivamente negociados con la amenaza del levantamiento proletario, y se trasladó a un nivel de dominación aún más desarrollado, en un momento en el que la alternativa, el sujeto de oposición en sí – el proletariado como una clase, como un partido del Trabajo escatológico, revolucionario – fue disuelto, dispersado, y evaporado en el complejo sistema de la incontestable “sociedad del espectáculo” (Guy Debord). En otras palabras, la sociedad post-industrial, convertida en una realidad, finalmente reveló que las profecías de Marx literalmente entendidas no se hicieron realidad en la práctica. Esta, de hecho, es la razón de la profunda crisis del marxismo contemporáneo europeo.

Hoy en día, sabemos sobre el triste final del estado socialista que se liquidó a sí mismo como resultado de procesos puramente internos que llevaron el sistema nacional-bolchevique hasta el borde del infierno con los burgueses de la Perestroika. Y 40 años antes cayeron los otros regímenes no capitalistas de Europa, la Italia fascista y la Alemania nazi. Por lo tanto, el Capital había vencido al Trabajo en todas sus manifestaciones ideológicas a finales del siglo XX, incluyendo la forma del marxismo ortodoxo (representado por la socialdemocracia europea), la versión nacional-bolchevique de los soviéticos, y las variantes aproximadamente cercanas y comprometidas de los regímenes europeos llamados de “tercera vía”.

La victoria del Capital sobre el Trabajo, sobre todo, muestra el mayor grado de conciencia de este polo de la historia, que fue capaz de permanecer fiel a su propósito original en el largo plazo y de estar listo para sacar conclusiones del estudio de los modelos conceptuales de sus enemigos históricos en orden de dominar, en la práctica, como medidas preventivas, algunas de las metodologías y de los paradigmas revelados por el propio genio revolucionario. Después de Marx, el campo del Trabajo, a una escala político-económica mundial, se dividió en tres campos ideológicos inarmónicos, en conflicto: el socialismo soviético (nacional-bolchevismo), la socialdemocracia occidental, y (con algunas reservas) el fascismo. El campo capitalista se mantuvo esencialmente unificado y hábilmente utilizó las contradicciones entre las ideologías del Trabajo. En lugar de un solo partido comunista revolucionario proletario, en el momento crítico en la historia del Occidente burgués, aparecieron organizaciones bolcheviques radicales pro-soviéticas bajo el control del Comintern, y esto significa geopolíticamente vinculadas a Moscú como capital de la Tercera Internacional y acarreando su voluntad; los partidos socialdemócratas indígenas luchando contra las fuerzas pro-Moscú por la influencia en los círculos proletarios; y, por último, los movimientos nacional-socialistas proyectando la experiencia nacional-bolchevique de Moscú (pero en una versión mucho más suave) en su contexto nacional.

La estrategia del Capital estaba en constante oposición a las tres variaciones de las expresiones ideológicas de las fuerzas del Trabajo, las unas contra las otras, con el fin de evitar cualquier posibilidad de su consolidación en un único ente socio-político, histórico. Con este fin, la socialdemocracia y el bolchevismo se opusieron al fascismo, y el fascismo a la socialdemocracia y al bolchevismo. El pico de esta estrategia fue el “Frente Popular” en Francia en el momento de Leon Blum y la alianza entre la Unión Soviética, Inglaterra y los EE.UU. en la guerra contra los países del Eje.

Por otra parte, los socialdemócratas occidentales (como portadores de la ortodoxia marxista no nacional-bolchevique) se instalaron de forma activa en el colaboracionismo político con el establishment burgués a través de la representación parlamentaria, se corrompieron mediante la cooperación con el sistema, y al mismo tiempo se volvieron contra los “agentes de Moscú” de los partidos bolcheviques, leninistas (la línea de Karl Kautsky es la más significativa en este sentido). Y, por último, no tuvo lugar una formulación doctrinal completa del nacional-bolchevismo en una ideología consciente y coherente en el marco del Estado soviético, en la que se habrían establecido los puntos y las directrices estrictas a la hora de abordar el legado de Marx (lo que iba a ser aceptado y lo que iba a ser rechazado). En lugar de tal corrección, los ideólogos soviéticos siguieron insistiendo en que el leninismo y el marxismo ortodoxo eran adecuados, negando lo más obvio e irrefutable, y en ello perdieron la oportunidad para una reflexión consistente, coherente y esclarecedora.

En lugar de una imagen clara e inequívoca de la confrontación entre el Trabajo y el Capital en la forma del régimen socialista soviético, por una parte, y de los países capitalistas de Occidente, por el otro, surgió un mosaico parcial en el que los compromisos (desde un punto de vista político-económico) de los regímenes fascistas y de la socialdemocracia occidental colaboracionista, desempeñaron un papel extremadamente negativo. Estos componentes fascistas y socialdemócratas a medio cocer obstaculizaron irreparablemente el proceso de formación de un partido comunista proletario internacional unido, que podría haber considerado la experiencia ideológica y espiritual de la revolución rusa. Este es el factor externo. El factor interno consistió en la negativa del propio sistema soviético a extraer importantes conclusiones ideológicas – incluyendo la corrección necesaria de los puntos de vista culturales-filosóficos de Marx – y en rechazar lo que, a su vez, podría haber sido un éxito facilitando un diálogo productivo con el fascismo, especialmente en sus versiones de extrema izquierda. Por último, la misma socialdemocracia occidental, en lugar de un “frente popular” y un pacto antifascista con fuerzas y regímenes radicalmente burgueses, podría haber encontrado un entendimiento con los socialistas de orientación nacional en el marco de un bloque de Estados anti-burgués.

El bolchevismo soviético, la socialdemocracia europea, e incluso el fascismo, como movimientos esencialmente anticapitalistas, deberían haberse obligado a ponerse de acuerdo en una sola plataforma ideológica, en algún lugar a medio camino entre una revaluación explícita de Marx por parte de los ortodoxos y su evidente subestimación por parte de los fascistas. Una tal hipotética ideología, una especie de marxismo nacional absoluto y universal, podría haber tenido en cuenta otros puntos culturales, filosóficos, espirituales y nacionales, junto con el paradigma histórico brillantemente correcto de Marx, con el fin de formar una significativo nacional-bolchevismo ideal, una plataforma socio-económica efectiva en la que el principio del Trabajo se traduciría en la forma más perfecta. Pero, por desgracia, esto sólo se ha descubierto ahora que, a posteriori, es posible resumir y analizar la experiencia de una gran catástrofe histórica. Como sujeto, el Capital resultó ser no sólo más fuerte, sino más inteligente que el Trabajo. No permitió al “fantasma del comunismo” realizarse plenamente en la historia, y lo condenó a seguir siendo un mero fantasma. Esta es una trágica comrpobación. Pero desde el punto de vista de la cognición y la elaboración de un paradigma histórico sucinto, que nos permita entender claramente en qué momento de la historia nos encontramos en el movimiento actual, la importancia de esta conclusión es difícil de sobreestimar.

El paradigma geopolítico de la historia

La reducción geopolítica se conoce significativamente menos que el modelo económico, pero su contundencia y claridad, sin embargo, son totalmente comparables con el paradigma del Trabajo vs. Capital. En la geopolítica también existe un par teleológico de concepciones que son presentadas como los sujetos de la historia, pero en este caso no se ven desde el punto de la economía, sino más bien en el contexto de la geografía política. Hay dos sujetos geopolíticos: el Mar (la talasocracia) y la Tierra (la telurocracia). Su par sinónimo es Occidente y Oriente, donde Oriente y Occidente son considerados no como meras nociones geográficas, sino como bloques de civilización. Occidente, según la doctrina geopolítica, es igual al Mar. Oriente equivale a la Tierra.

En el momento actual, lo que nos interesa es un resumen de la historia traducida en términos geopolíticos, el punto escatológico que se observa claramente al nivel de la economía. Desde ese punto de vista, el Trabajo batalló con el Capital y perdió. Vivimos en un tiempo de derrota, que la escuela económica liberal considera final (de ahí el tema del “fin de la historia” de Fukuyama, o el “orden monetario” final de Jacques Attali). ¿Es posible ver algún tipo de analogía de este estado de cosas en la geopolítica?

Sorprendentemente así es, tal analogía no sólo existe, sino que es tan obvia y evidente que nos conduce plenamente en dirección a algunas conclusiones muy interesantes.

La dialéctica de la geopolítica es la lucha entre el Mar y la Tierra. El Mar, o la civilización del Mar, encarna la movilidad permanente, la “agitación”, y una ausencia de centros fijos. Los únicos límites reales del Mar son las masas continentales en sus bordes, es decir, algo opuesto a sí mismo. La Tierra, o la civilización de laTierra, por el contrario, encarna los principios de la permanencia, la fijación y el “conservadurismo”. Los límites de la Tierra pueden ser estrictos, claros y naturales, y en diferentes espacios de la propia tierra. Y es sólo la civilización de la Tierra la que proporciona la base para los sistemas de valores sagrados, legales, o éticos. La Tierra (Oriente) es el orden. El Mar (Occidente) es la disolución. La Tierra (Oriente) es masculino. El Mar (Occidente) es femenino. La Tierra (Oriente) es la Tradición. El Mar (Occidente) es la modernidad. Y así sucesivamente.

Estos dos sujetos de la historia geopolítica apuntan a la expresión más completa y discernible en el movimiento desde un sistema complejo multipolar a un esquema global de bloques. La Tierra y el Mar adquirieron características planetarias sólo en el siglo XX, y sobre todo en su segunda mitad, cuando los contornos del modelo bipolar fueron finalmente establecidos. El Mar encontró su expresión final en los EE.UU. y la OTAN, mientras que la Tierra se encarnó en el conglomerado de países socialistas, el Pacto de Varsovia. Se llevó a cabo una división teleológica del plano en dos campos, cada uno de los cuales representaba la forma más pura de este par geopolítico, civilizacional. La civilización del Mar pasó a través de la historia de los EE.UU. y el atlantismo, aunque el camino no fue sencillo. La civilización de la Tierra se encarnó en formas similares en la URSS. Atlantis y Eurasia se integraron estratégicamente, y las tendencias geopolíticas latentes ingeniosamente reconocidAs por Mackinder en términos de la lógica histórica de los espacios terrestres adquirieron un impresionante peso y una visibilidad suprema en la “Guerra Fría”.

Pero, en el punto de culminación de la historia geopolítica en el siglo XX, se presenció un pivote geopolítico que en un momento nubló la transparente lógica del modelo geopolítico. El surgimiento en Europa de un bloque estratégico separado – los países del Eje – en la década de los años 20 y 30, se convirtió en el mayor obstáculo que impedía el desarrollo orgánico de la civilización de la Tierra en un sujeto geopolítico de pleno derecho, y por lo tanto sentó las bases para una eventual derrota.

Los países del Eje intentaron hacer valer su independencia geopolítica y su autosuficiencia. Al hacerlo, rechazaron todos los hechos y las recomendaciones de las escuelas académicas [geopolíticas]. El fascismo europeo era, desde un punto de vista geopolítico, una barrera a la expansión natural, eurasianista, de los soviéticos hacia Occidente, pero también se negó a obedecer y a poner en práctica una estrategia puramente atlantista. Esta ambigüedad perturbó gravemente el mapa bipolar del mundo y dio lugar a guerras y conflictos intercontinentales que impedían con dureza al sujeto eurasianista de la tierra continental la plena realización de sí mismo y la afirmación de su propia estrategia geopolítica coherente. El fascismo europeo generó una irresponsabilidad geopolítica y la ilusión insostenible de los intereses comunes entre el Mar (Occidente) y la Tierra (Oriente) en la forma de una especie de tercera identidad que, desde el punto de vista de la doctrina geopolítica, no puede ser otra cosa que ficticia y no tiene suficiente nivel geopolítico, geográfico, histórico, o de civilización. Europa (fascista o no) sólo tiene dos perspectivas geopolíticas: o bien ser el puesto de avanzada occidental de Oriente (como, por ejemplo, en el ortodoxo Imperio Romano antes de la escisión), o actuar como una zona costera estratégica bajo el control del Mar y dirigida contra la masa continental de Eurasia. La estrategia de los países del Eje no fue ni la primera ni la segunda. La derrota de Alemania era ya evidente cuando comenzó una guerra en dos frentes. Una aventura antinatural así no sólo era un sucidio a sabiendas para Alemania (y para Europa en general), sino que también dispuso una base geopolítica a medio cocinar, sin terminar, para todo el continente euroasiático que, al final, llevó a la muerte y al colapso de toda la civilización de la Tierra. Este último comentario se basa en el brillante análisis de Jean Thiriart del colapso de la URSS y el Pacto de Varsovia, al que él llegó 20 años antes de que éste se convirtiera en un hecho. Thiriart puso de manifiesto que, desde un punto de vista geopolítico, el espacio estratégico controlado por los países socialistas estaba sin terminar y no sería capaz de soportar la confrontación prolongada con Occidente. Thiriart consideraba que la razón principal era el problema de la división de Europa, que dio todas las ventajas estratégicas a la potencia de ultramar a expensas de la URSS. Thiriart argumentó que, con el fin de resolver este problema radical que Eurasia heredó de las políticas suicidas de Hitler, sería necesario, o la conquista de Europa Occidental incluyendo los países del campo socialista o, por el contrario, insistir en la retirada de los activos y las tropas estratégicas de la URSS de Europa del Este con la disolución paralela de la OTAN y la eliminación de todas las bases estratégicas de Estados Unidos. Esto habría dado lugar a la creación de un espacio neutral en Europa que habría proporcionado a Moscú la posibilidad de centrarse totalmente en dirección sur y librar una batalla posicional decisiva en Afganistán y el Lejano Oriente y Oriente Medio.

Pero la civilización del Mar estudió cuidadosamente las teorías geopolíticas de Mackinder y Mahan, no sólo comparándolas con su estrategia, sino comprendiendo la gravedad de la amenaza planteada por una Eurasia integrada progresiva, continentalmente, bajo los auspicios de los soviéticos, e hizo todos los esfuerzos posibles en todas las formas para prevenirla. Y una vez más, como en el caso de la lucha entre Trabajo y Capital, no sólo actuaron fuerzas históricas objetivas, sino que se fue testigo de la intervención activa y directa del factor subjetivo, es decir, los agentes de influencia occidental hicieron todo lo posible para evitar la puesta en práctica de un “bloque continental”, un pacto Berlín-Moscú-Tokio, el proyecto que había sido presentado por el mayor geopolítico alemán, Karl Haushofer. Junto con el desarrollo de la investigación geopolítica, el Mar encontró un aparato lógico, eficaz, intelectual y conceptual para actuar en la historia no por mera inercia, sino conscientemente.

En términos geopolíticos, el fin del bloque soviético y el colapso y la desintegración de la URSS significaron la victoria del Mar sobre la Tierra, de la talasocracia sobre la telurocracia, de Occidente sobre Oriente. Y de nuevo, como en el caso de la pareja Trabajo-Capital, vemos en la historia del siglo XX una identificación teleológica de dos grandes sujetos geopolíticos – sólo que esta vez se trata del Mar y la Tierra – anteriormente no manifestados plenamente, su duelo planetario y la victoria final del Mar y de Occidente.

Si comparamos la trama de la reducción económica con el modelo geopolítico para explicar la historia, salta a la vista un paralelismo distinto que puede ser rastreado en todas las etapas. Existe la impresión de que la misma trayectoria se repite en diferentes niveles paralelos que no están directamente relacionados entre sí. Por lo tanto, se sugiere la siguiente identificación:

El destino del Trabajo = el destino de la Tierra y de Oriente. El destino del Capital = el destino del Mar y Occidente. El Trabajo se fija, mientras que el Capital es líquido. El Trabajo es la creación de valores y el ascenso [2] mientras que el Capital es la explotación, la alienación, la caída de las cosas [3]. La civilización del Mar es la civilización del liberalismo. La civilización de la Tierra es la civilización del socialismo. Eurasia, la Tierra, Oriente, el Trabajo, y el socialismo son un grupo sinónimo. El atlantismo, el Mar, Occidente, el Capital, y el liberalismo son también una agrupación sinónima.

La comparación de la economía política y la geopolítica ofrece una imagen conceptual excepcionalmente sistemática.

El “fin de la historia”, en términos geopolíticos, por lo tanto, significa “el fin de la tierra”, el “fin del Oriente”. ¿No recuerdan el simbolismo bíblico del “diluvio universal”?

Notas

[1] Véase Elementy. Evraziiskoe obozrenie de 1997, N° 9, con una colección dedicada a este fenómeno

[2] Aquí Duguin compara la etimología de “Vostok” (en ruso “Oriente”) y “voskhozhdenie” (o “ascenso”).

[3] Aquí Duguin compara la etimología de “zapad” (en ruso “Occidente”), que literalmente puede significar “hundimiento” o “caída” con la naturaleza oscura del Capital y Occidente asociado con la caída.

Continuará…

Fuente: Katehon



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