viernes, 6 de mayo de 2016

Brasil y las etapas de un golpe enmascarado


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Brasil y las etapas de un golpe enmascarado

 

 

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Aunque el voto definitivo está en manos del Senado y que Dilma no está dispuesta a convalidar con su renuncia los chanchullos parlamentarios, el golpe está en marcha y Brasil vive momentos de grave y dolorosa crisis política y económica. El tema es analizado en los siguientes artículos de Gilberto Maringoni, Luiz Gonzaga Belluzzo y Gabriel Galípolo.
Tiene cara de legal y forma de legal, pero no pasa de un golpe
Gilberto Maringoni
Rápido. La Cámara consumó el golpe hondureño o paraguayo, según los gustos de cada feligrés.
No más tanques y tropas en torno al Palacio, sino un berenjenal confuso de acusaciones a la mandataria, envasado en flexibles lecturas de la Constitución. No más “cuarteleras alborozadas que van a molestar a los granaderos y provocar extravagancias del Poder Militar”, como decía el ex dictador Humberto Castello Branco (1897-1967). Las cuarteleras prefieren ahora molestar a los financistas y jueces, todo bajo el manto legal y avalado por “renombrados juristas”, la categoría de la hora.
Aunque el proceso sigue en el Senado, la suerte está echada: terminó el gobierno de Dilma. Mejor dicho: llegamos al final de 14 años de lulismo. Tenemos en el Palacio una presidenta que ya no dirige al país.
El gobierno será- en pocas semanas – tomado por asalto por lo que hay de más pútrido y corrupto en la política brasileña. Sectores sin voto y sin ninguna condición para alcanzar el poder por una elección popular, se acuartelarán en el Planalto, en la explanada y en las empresas estatales y continuarán aplicando una versión dura del libreto que Dilma Rousseff ya venía adoptando, desde que tiró a la basura sus promesas y entró de cabeza en el programa de su adversario de 2014.
Es preciso denunciar el golpe para avanzar. Tan real como esta afirmación, es forzoso decir: sin apuntar opciones y errores cometidos, no se avanzará. No se trata de ir atrás de los culpables, sino de saber que la responsabilidad por los 7 a 1 no es de los alemanes, sino de nuestro propio equipo.
El PT construyó, a lo largo de los últimos 14 años, un mito. El de que es posible cambiar Brasil sin conflictos o rupturas.
Durante un tiempo de crecimiento económico – por factores externos- ese camino parecía factible. En una época de recesión, no más.
Austeridad
No habrá cambios de rumbo en un gobierno de Michel Temer. Ellas serán de ritmo e intensidad. En las condiciones actuales, eso constituirá una gran diferencia.
¿Cuál era el programa de Aécio (Neves) /1/, que Dilma eligió para gobernar? En rápidas palabras, hacía una lectura de que los crecientes déficits presupuestarios tendrían que ser solucionados con un tratamiento de shock. Habría un estallido inflacionario y la receta tendría que ser una trompada ortodoxa. Esto implicaría realismo tarifario en los precios administrados, austeridad presupuestaria, aumento de los intereses y todo el prospecto del manual neoclásico.
El ajuste que se lanzó al inicio de 2015 significó recortes de inversiones y financiamiento, quita de derechos a los trabajadores, encarecimiento del crédito y ajustes en el presupuesto público.
El recetario, al contrario de lo que se divulga, obtuvo un éxito espectacular. Nunca fue propósito del ajuste promover el desarrollo o cosa parecida. A través de él, se realineó el tipo de cambio, se redujo la actividad económica, se derrumbó el PIB, se privatizó más de 20 empresas estatales – en especial del sector eléctrico -, aumentó el desempleo (una de las piezas maestras para reducir los salarios) y se agravaron los conflictos sociales. Todo era perfectamente predecible, especialmente en medio de la mayor crisis capitalista planetaria de las últimas ocho décadas.
Curiosamente, se cumplía allí la máxima neoliberal: no hay alternativas. Gobierno y oposición tienen el mismo diagnóstico y remedio. O, en el sentido común lulista, todos se pueden sentar alrededor de una mesa y llegar a un consenso sobre lo que es mejor para el país.
Hay un problema en ese razonamiento: puede ser ejecutado, pero no puede ser dicho. Durante la elección, se volvió para la campaña petista el programa que no se atreve a llamarse por su nombre, para usar eufemismo de Oscar Wilde para mencionar el amor entre los hombres.
Aécio y Dilma tenían en mente el mismo ajuste. Él lo anunciaba como la salvación, ella reprobó tal posibilidad. Y ganó
Estelionato electoral
Tal vez todavía demore en caer la ficha de los petistas sobre la inmensa gravedad de aquello que quedó popularizado como “estelionato electoral”. Evalúan -pienso yo – que se trata de un problema, pero no tanto, porque Fernando Henrique Cardoso (FHC) hizo lo mismo en 1998. Prometió estabilidad y, poco después de asumir el cargo, hubo fuga de capitales, crisis cambiaria y aumento de la Selic /2/del 44.95%, en marzo de 1999. El tucano cosechó una elevada tasa de rechazo a lo largo de su segundo mandato y perdió las elecciones de 2002. En tanto había una fuerza política que se consolidaba como nueva organizadora del sistema – el PT – la institucionalidad no fue sacudida.
O sea, que el partido de Lula comenzaba a cumplir el papel de nuevo vector alrededor del ordenamiento político, en torno del cual las disputas se articulaban. Un papel análogo fue cumplido por el PMDB en la segunda mitad de los años 1980 y por el PSDB en la década siguiente.
En las elecciones de 2014 el cuadro era otro
Un año y medio antes, Brasil fue convulsionado por movilizaciones espectaculares. Sin comprender el malestar social que se diseñaba, las respuestas oficiales fueron insuficientes. Pero las movilizaciones expresaban en las calles un enfrentamiento entre la derecha y la izquierda, que saldría a la luz más tarde.
En 2014, tuvimos las más disputadas y politizadas elecciones presidenciales desde 1989, cuando Lula y Fernando Collor confrontaron armas en las redes nacionales. En la refriega que llevó a Dilma Rousseff a su segundo mandato, el diferencial fue sobre la independencia del Banco Central, el comportamiento de los principales medios de comunicación, el repudio al ajuste y a la pérdida de derechos. ¡Algo raro en términos mundiales! Con un factor adicional: el enfrentamiento se dio sin que hubiese un nuevo vector organizador a la vista. A todos los efectos, el PT seguía cumpliendo ese papel.
La historia que siguió es conocida. Tres días después del cierre de las urnas, el Banco Central elevó la tasa de interés – contrariando el discurso desarrollista de campaña – varios personajes ligados a la derecha fueron nominados para los ministerios, medidas drásticas fueron anunciadas en la economía y la popularidad de la mandataria se derrumbó pronto en los primeros meses.
El electorado sintió que había sido engañado. Lo sintió en la cuenta de la luz, en el precio de la gasolina, en el aumento del desempleo y la caída de sus ingresos. Y ni siquiera recibió una explicación plausible para tan sorprendente desafección.
El estelionato fue equivalente a un torpedo disparado contra el principal pilar de la democracia: la legitimidad del voto. El elector escoge a partir de una expectativa, anclada en la prédica de los candidatos. Cuando se rompe la conexión entre el voto y la acción concreta ¿Cuál es el valor de las elecciones?
La acción petista descalificó no sólo su gestión, sino la propia práctica democrática. Y erosionó los principios del funcionamiento de la institucionalidad. Si la opción popular nada vale, se puede todo, vale todo.
El avance de la derecha
Al girar contra las bases sociales históricas del PT y perder su apoyo, Dilma se convirtió gradualmente en una presidenta de una enrarecida legitimidad. Entonces, a mitad del 2015, uno podía preguntarse “¿al final, a quién representa la Presidenta?”.
Las respuestas son encontradas. La tabla de salvación pasó a ser la de alegar los 54,5 millones de votos.
Pero el número da testimonio de una situación específica del día 27 de octubre de 2014. Asegura la legalidad del mandato, pero no expresa un proceso de pérdida objetiva de apoyo.
Es justamente ese punto, la pérdida de apoyo, lo que abre el espacio para la derecha.
Las fuerzas conservadoras no cambiaron. Siguen siendo elitistas, excluyentes y antidemocráticas como siempre lo fueron. Pero quedaron contenidas por más de una década mediante la altísima legitimidad de los Presidentes Lula (2003-20010) y Dima Rousseff, en su gobierno inicial (2011-2014). Esto garantizó que el pacto de convivencia, establecido en 2002, fuese mantenido. Al percibir que el muro de contención, materializado por su representatividad social, fue implosionado por la propia mandataria y que la práctica democrática fue debilitada, la derecha avanzó en toda la línea ya sea en el Congreso, en los medios de prensa y en las calles.
Dilma aplica el programa de la derecha, pero no es totalmente confiable a la derecha. Ella puede entregar el Pré-Sal, formular la ley antiterrorista, sancionar la ley mordaza contra la izquierda en las elecciones, puede privatizar, financierizar, etc.etc., pero no basta.
Aparecieron dos problemas
El primero es la profundidad de la crisis. Con el final del súper ciclo de las commodities, no hay más excedentes para distribuir. Terminó el gana-gana para ricos y pobres y es necesario preservar los intereses de la parte de los de arriba. Esto se está haciendo vía recesión y desempleo.
Para ser más claro, terminó el pacto establecido en 2002, entre el PT y las clases dominantes. La Carta a los brasileños, en síntesis, decía: pueden gobernar, siempre y cuando no toquen nada de lo que es esencial. De este modo, se preservó la política económica de FHC, no se tocó ni la Ley de Amnistía; los monopolios de los medios de comunicación, la propiedad de la tierra y las ganancias de la punta de la pirámide social quedaron intactas. El segundo, ahora, para alcanzar estos logros, es esencial reprimir a los de abajo. Y esto, hasta ahora, el gobierno de Dilma no hizo, incluso por los vínculos históricos del PT con el movimiento popular.
En una situación de agudización de la lucha de clases, enfrentar a estos sectores es imprescindible. Es urgente seguir el ejemplo de los Estados de São Paulo, Paraná y Goiás – gobernados por el PSDB-, donde un Estado de excepción informal ya está vigente.
El golpe de estado
Es en este contexto que aparece el atajo del impeachment , para dar el golpe que no se atreven a llamarlo por su nombre. Es por la manipulación de magistrados arribistas, instrumentalizando a la Policía Federal – frente a la omisión gubernamental – y usando a los medios de comunicación (financiados y prestigiados por la administración federal) que se llega al resultado 367 (votos a favor) 137 (en contra) en la Cámara de Diputados.
El golpe no vino de afuera de la coalición gubernamental, sino de su interior. No fue un choque clásico de oficialismo versus oposición, sino la expresión clara del agotamiento del Pacto. No fue un golpe en una noche de verano. Fue cuidadosamente construido por los dos lados.
La noche del 17 de abril de 2016 pasará a la historia como una infamia. La basura de la política se desgañitó en el micrófono para agradecer a Dios, a la familia (y la propiedad, podríamos decir) y canceló un tapetão /3/ institucional en la democracia brasileña. El problema de esta no es el hecho de ser joven y tierna. Es el hecho de ser una democracia de clase, en un país con enormes diferencias sociales. Por eso ella es inestable.
Desobediencia
Resta a los demócratas la denuncia, la rebelión, la desobediencia civil y la lucha. Y la necesidad urgente de reconstruir no sólo la izquierda, sino un nuevo vector progresista.
La gran novedad fue la constatación de que existe una izquierda de masas viva y pujante. Tal vez los frentes surgidos en esta guerra – El Pueblo sin Miedo y Brasil Popular – sean embriones de un nuevo polo organizativo.
No nos engañemos: el gobierno Temer tendrá inmensas dificultades para estabilizarse. La crisis es profunda. Incluso usando el discurso de la “herencia maldita”, blandido por el PT hace más de una década, sin mejorar mínimamente la vida del pueblo, su ya escasa legitimidad irá por el desagüe. En fin, es hora de lamer heridas.
Pero es urgente la necesidad de examinar los errores y las insuficiencias de este período. Solo así será posible avanzar y no sudar en una cinta caminadora, en la que se tiene la ilusión de correr sin salir del lugar.
Notas:
1) Aécio Neves da Cunha, candidato a presidente por el PSDB para las elecciones de 2014, ex gobernador de Mina Gerais;
2) Selic, indicador de referencia establecido por el Banco Central para la tasa de interés; tapetão, de la jerga del mundo futbolístico, cuando un partido se pierde en el juego y se pretende ganar en el Tribunal.
* Ensayistas brasileños
Fuente: http://www.gracus.com.ar/2016/05/04...

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