domingo, 6 de marzo de 2016

ASESINOS DE PRESIDENTES (5ª PARTE)

ASESINOS DE PRESIDENTES (5ª PARTE)





Para entender quién ordenó la muerte del presidente Abraham Lincoln, en 1865, es necesario comprender las causas económicas que llevaron a la guerra civil norteamericana. Lincoln fue atacado el Viernes Santo de 1865, a sólo seis escasos días de haber obtenido la rendición total de los ejércitos del Sur en la cruenta Guerra Civil, luego de la sangrienta batalla de Appomattox. Esta fue la batalla que vio capitular al Sur.

Los remanentes de los grandes ejércitos del Sur se arremolinaban bajo la bandera rebelde del General Lee. Los Unionistas, conocedores de la debilidad de los sureños, redoblaron sus esfuerzos para bloquear el camino del ejército enemigo, con una sorprendente marcha de 96 km en tan solo tres días. El objetivo de tan gran esfuerzo fue situar todas las tropas posibles alrededor de los maltrechos restos del ejército confederado. Lee, desconocedor de esta situación, se reunió con sus mejores oficiales para explicarles la táctica a seguir el día siguiente, el 9 de abril de 1865. El objetivo era abrirse paso entre las líneas unionistas sin entablar batalla, a fin de poder reestructurar el ejército en Virginia.

Pero cuando el ejército sureño comenzó a replegarse, se topo con la pinza que los soldados de la unión habían preparado. Lee se vio perdido y, tratando de evitar un baño de sangre, rindió la bandera rebelde al joven General Custer.

Hasta el estallido de la guerra civil, los Estados Unidos eran un país con dos sistemas económicos que funcionaban simultáneamente. Los estados del Norte, a diferencia de los del Sur, habían abolido la esclavitud hacía décadas, en tanto apostaba por el sistema económico industrial que buscaban empresarios y políticos del Norte, menos apto para cultivos como el algodón, exportado a Inglaterra desde los estados del Sur. La esclavitud nunca podría funcionar bien en un sistema económico basado en la industria y con una población mayoritariamente urbana, pues la moneda y el dinero son factores cruciales para una organización social de estas características. De todas maneras, la cama y comida a cambio de trabajo a destajo que existía en las economías esclavistas bien podría ser suplantada a cambio de un salario de subsistencia que alcanzara para lo mismo, o sea cama y comida. La diferencia principal entre lo que recibían en el siglo XIX el esclavo del amo y el asalariado del patrón, era que al recibir un salario el trabajador posee una limitada capacidad de elección personal acerca de que bienes consumir o dónde vivir, mientras que en la economía esclavista el esclavo es un ser inferior, equiparable a las bestias que se usan para el trabajo en los campos y que no puede poseer siquiera el derecho a su propia vida, de la cual puede ser despojado por el amo.

La posibilidad de la existencia de dos sistemas económicos, industrialismo y esclavismo latifundista, estaba garantizada por una ley que reglamentaba las zonas geográficas donde cada sistema podía operar. Hacia mediados del siglo XIX la economía norteamericana todavía era muy limitada en comparación con la británica, aunque se encontraba en claro crecimiento. Si bien ya había acaudaladas familias banqueras, terratenientes e industriales en suelo norteamericano, el poder financiero real estaba situado en Londres. Por su parte, el Imperio Británico estaba en su apogeo y poco tiempo antes había liderado dos cruentas guerras contra el imperio chino, a fin de que el emperador chino dejara pasar el opio que los británicos producían en la India, merced al trabajo de millones de indios.

Los británicos querían vender el opio libremente en China, dada la afición de su pueblo a esa droga, y sabiendo que un ejército adicto al opio sería fácil de derrotar, por lo que China se convertiría en un imperio fácil de controlar y dominar. Los británicos buscaban equilibrar la deficitaria balanza comercial que poseían con China, que exportaba productos a Gran Bretaña pero no le compraba prácticamente nada. La producción de opio en la India, controlada por los ingleses de la British East India Company, de la cual eran socios la corona británica y las más ricas familias de la élite financiera, serviría para impedir la pérdida de reservas británicas de oro, expoliando las chinas, mantener a Londres como centro financiero y comercial del mundo, y debilitar al Imperio Chino.

Las teorías del libre comercio florecieron especialmente en esa época, la primera mitad del siglo XIX, dado que constituían una poderosa arma ideológica para que China no prohibiera las importaciones de opio ni les cargara arancel alguno, a pesar de la altísima nocividad de esa droga. Buena parte de toda la ideología liberal alrededor del individualismo y el libre comercio se basa en esas necesidades comerciales y geopolíticas que los británicos empezaron a experimentar, y no sólo con China, tras la definitiva derrota de Napoleón Bonaparte en 1814. Dentro de este panorama, en el que Londres era la metrópolis mundial, su esquema de dominio del planeta se completaba con el comercio de esclavos y la compra de materias primas muy baratas, a fin de mantener la solidez que la industria británica venía experimentando desde la revolución industrial de mediados del siglo XVIII.

Si bien esos bienes industriales no podían ser vendidos en China, Europa era un comprador incondicional y los Estados Unidos también los necesitaban. Por lo tanto, el panorama comercial y financiero británico se completaba con el tráfico de esclavos desde África a los Estados Unidos, la compra de materias primas norteamericanas, provenientes de sus propias colonias, que resultaban muy baratas al ser producidas con mano de obra esclava. También era importante la transformación de esas materias primas en Gran Bretaña y la venta de sus productos industriales, tanto en Europa como en los Estados Unidos, a cambio de oro.

Dentro de este esquema el esclavismo norteamericano era fundamental para los intereses británicos. La derogación de la esclavitud, que Abraham Lincoln promulgó al inicio de su mandato, incrementaría considerablemente los costos de las materias primas que Gran Bretaña compraba en los Estados Unidos, consolidando a este país como un importante rival comercial e industrial. Ello fue la causa fundamental en la decisión tomada por la élite inglesa para financiar a los estados agrícolas y esclavistas sureños, a fin de que declararan su independencia del Norte industrialista, se armaran hasta los dientes y sostuvieran una cruenta guerra civil.

En realidad, la banca inglesa financió en un inicio a ambos bandos, como era su costumbre, pues podía obtener beneficios de una larga confrontación. El país percibido como rival, los Estados Unidos, podía debilitarse muy considerablemente con una guerra civil, tal como efectivamente ocurrió.

Pero los objetivos iban mucho más allá. El deseo británico era dividir a los Estados Unidos en dos países diferentes, o propiciar un triunfo de los estados sureños, con la consecuente restauración legal del sistema económico esclavista. A pesar de financiar la compra de armas por parte de ambos ejércitos, el Sur era mucho más domesticable con respecto de los intereses británicos que el díscolo y peligroso Norte. No hay que olvidar que el Partido Demócrata estaba controlado financieramente por un agente de la casa Rothschild. Se trataba de August Belmont. Y es que hasta bien entrado el siglo XX, exactamente hasta la depresión de los años treinta, el partido que defendía los intereses de los pobres y los desposeídos en los Estados Unidos no era el Demócrata, salvo durante el corto liderazgo de William Jennings Bryan, sino el Republicano.

Franklin Delano Roosvelt
Fue Franklin Delano Roosvelt durante sus largas presidencias (1932-1945) quien introdujo ese cambio al dar trabajo a negros y pobres con políticas keynesianas para salir de la recesión. No es casual que casi todos los presidentes muertos asesinados antes de Kennedy, como Lincoln, Garfield o McKinley, fueran todos republicanos. Hasta la irrupción de Franklin Delano Roosevelt el partido de la gente común era el Partido Republicano de Lincoln, primer presidente de esta organización.

Pero es cierto que el Partido Republicano empezaría a ser también un sólido aliado de la élite desde que, en 1901, Theodore Roosevelt accedió al poder. Una muestra de esta anterior independencia de los republicanos la daba Lincoln durante la propia guerra civil, dado que fue él quien decidió dejar de endeudarse con la banca británica, que resultaba especialmente onerosa para los Estados Unidos, dados los altos intereses que imponía. Asimismo decidió emitir una moneda nacional sin respaldo en oro ni plata, tal como hoy ocurre con todas las monedas del mundo. Se trataba del greenback, originariamente llamado así por su color, pues su primera función fue pagar al Ejército, cuyo uniforme era verde.

Esa decisión de Lincoln terminó de enfurecer a la élite inglesa, ya distanciada de él por sus políticas antiesclavistas y contrarias al libre cambio, y selló su suerte. Se había convertido en un personaje incontrolable para la élite y podía llegar, tras la guerra, a decidir continuar con las emisiones de greenback, con lo cual los Estados Unidos, si seguían unificados como nación, podrían independizarse financieramente de la tutela británica, basada en el anclaje de las diversas monedas al oro o la plata, que eran custodiados, sobre todo, por los bancos ingleses basados en Londres.

Lincoln estaba bastante más solo de lo que se cree, como muchos años más tarde lo estaría Kennedy. Ya durante la guerra civil recibía presiones, a veces de su propio partido, a fin de hacer concesiones a la banca británica. Fruto de esas presiones nació la National Banking Act (Ley de la Banca Nacional), mediante la cual se creaba una especie de banco central norteamericano anterior al FED. Ese banco central era privado como su sucesor y sus acciones estaban en manos de la banca inglesa y sus agentes más prominentes de Wall Street. Sin embargo, Lincoln y sus partidarios habían logrado que tuviera severas limitaciones. En primer lugar, la emisión de papel moneda estaba limitada y supervisada por el Congreso. En segundo lugar, si bien se estipulaba que el Estado depositaría en él sus reservas, ello no revestía un carácter obligatorio. En tercer lugar, y en forma muy importante, no se trataba de un banco monopolista en la emisión de papel moneda.

Como se observa, la élite inglesa y su socia menor de Wall Street habían conseguido sólo a medias su objetivo de controlar la emisión de moneda y las reservas de los Estados Unidos. Por lo tanto no sólo la emisión de greenback ponía a los banqueros ingleses en una actitud muy recelosa con respecto a Lincoln. Las leyes decididas por Lincoln les hacían suponer que tarde o temprano su presencia como presidente de los Estados Unidos se convertiría en un grave problema. En esas circunstancias, si el Norte vencía, las consecuencias iban a resultar aún peores. Fue precisamente por esta causa que, en las postrimerías de la guerra, en Gran Bretaña se llegó a pensar muy seriamente en intervenir militar y oficialmente a favor del Sur.

Fue la actitud del zar Alejandro II, asesinado años más tarde, que amenazó claramente a los ingleses con ayudar tanto económica como militarmente a Lincoln en caso de que intervinieran, lo único que los disuadió de participar en una confrontación ajena, motivada y financiada por ellos. Era tan serio el conflicto entre el gobierno norteamericano y la asociación de la banca inglesa y sus aliados de Wall Street, que aun durante la guerra y poco antes de ser asesinado, en 1865, pronunció una célebre frase en un discurso efectuado, al no poder evitar la National Banking Act, introducida en el Congreso por iniciativa de Salomon Chase, secretario del Tesoro hasta 1864 y agente de los Rothschild en los Estados Unidos. El Chase Manhattan Bank, hoy J. P. Morgan-Chase, fue bautizado así en su honor.

Dijo Lincoln: “El poder del dinero es un parásito de la nación en tiempos de paz, y conspira contra ella en tiempos de guerra. Es más despótico que las monarquías, más insolente que las autocracias y más egoísta que las burocracias. Veo en el corto plazo una crisis aproximándose que me inquieta y me hace temblar por el futuro de la nación: las corporaciones han sido entronizadas, una era de corrupción en los más altos cargos le seguirá. El poder del dinero intentará prolongar su reinado trabajando entre los prejuicios del pueblo hasta que la riqueza sea acumulada por unas pocas manos y la república sea destruida“.

En 1865 Lincoln acababa de ser reelegido, cosa impensable unos meses antes, dado que no se preveía la rápida derrota del Sur hacia mediados de 1864, lo que incrementaba su impopularidad. Lincoln ya estaba totalmente enfrentado a los intereses de la industria londinense, que quería algodón barato del Sur y exportar sin trabas sus productos industriales a los Estados Unidos. Pero aún estaba más enfrentado con la banca británica y muy buena parte de los intereses de Wall Street. El repunte de su popularidad antes de las elecciones de finales de 1864, y su victoria en las mismas, también iban a significar su muerte.

Andrew Johnson
Dentro de los estrechos márgenes en los que se movía, Lincoln sólo pudo seleccionar como vicepresidente a Andrew Johnson, un demócrata sureño, de un partido lleno de políticos generalmente racistas y socios incondicionales de la banca inglesa en aquella época. La élite se puso muy contenta, dado que bien podía aprovechar su victoria y a la vez preparar el asesinato de Lincoln sin poner en jaque el sistema vigente en los Estados Unidos.

El asesinato de Lincoln se llevó a cabo días después del fin de la guerra, en el teatro Ford. Un actor, John Wilkes Booth, lo asesinó de un tiro por la espalda, se lanzó al escenario y ante la sorprendida concurrencia exclamó: “Así mueren los tiranos. El Sur ha sido vengado“, tras lo cual huyó.

En lo que respecta al asesinato de Lincoln, nadie puso en duda de que se trató de una conspiración, dado que un grupo de personas fue ahorcado a los pocos meses por complicidad con Booth. Pero se trató de otra pista falsa. El problema, que nunca se dilucidó oficialmente, a lo cual contribuyeron tanto la prensa norteamericana como los historiadores oficiales, fue entender cuáles habían sido los reales alcances de la conspiración. Todo indica que sólo se cortaron los escalones más bajos de ésta.

Se sabía que los servicios secretos de los estados sureños, organizados a imagen y semejanza de los británicos, hacía tiempo que estaban planeando matar a Lincoln. Para esos fines se habría utilizado una sociedad secreta llamada “Knights of the Golden Circle” (Caballeros del Círculo Dorado). Esta oscura sociedad ya había cambiado tres veces de nombre en sólo unas pocas décadas de vida. Y ello mostraba la gran habilidad de las sociedades secretas para aparecer y desaparecer sin disolverse. El cambio de nombre torna inocente a la nueva sociedad con respecto a los delitos de la anterior.

De hecho, apenas producida la muerte de Lincoln, el mismo año 1865, esta sociedad secreta volvió a cambiar de nombre. Bajo la asesoría del general sureño Albert Pike, el masón más importante del mundo en aquella época, junto al italiano Giuseppe Mazzini, aquella sociedad se convirtió en el lamentablemente famoso Ku Klux Klan.

Pero no bastaba con que una poderosa sociedad secreta estuviera detrás del asesinato de Lincoln. Se necesitaba un alto grado de complicidad interna para que fuera llevado a cabo. Al respecto, Edwin Stanton, el secretario de guerra de Lincoln y opositor suyo varias veces durante la guerra, habría sido uno de los principales traidores, ya que retiró a Lincoln la custodia personal que tenía al dirigirse al teatro Ford. Distribuyó inicialmente a la prensa fotos del hermano de John Wilkes Booth, en vez de las del propio asesino, cosa que lo tornó invisible. También prohibió al general Ulysses Grant que concurriera al teatro Ford aquella noche, dado que debía sentarse al lado de Lincoln y su fuerte custodia podía llegar a impedir el asesinato. Y, por si ello fuera poco, liberó de vigilancia un camino de salida de Washington, curiosamente elegido por Booth para escapar.

Si bien la historia oficial señala que un policía pudo encontrar y matar a Booth a muchos kilómetros del lugar del hecho, lo cierto es que nadie presenció el episodio ni reconoció el cuerpo, ni siquiera durante el juicio que se desarrolló sobre el caso, dado que Edwin Stanton se negó a declarar dónde estaba la tumba. Según otras crónicas, habría huido a Gran Bretaña, donde habría vivido el resto de sus días de manera muy lujosa, no sin antes visitar a su madre residente en los Estados Unidos, según señala una pariente suya, Izola Forrester, en un libro titulado This One Mad Act (Este acto de un loco), que desapareció rápidamente de las librerías.

John Wilkes Booth, asesino de Lincoln
La complicidad del Sur y de la banca de Londres en el asesinato de Lincoln va más allá de toda duda. La orden final la habría dado el ministro de Finanzas del Sur, Judah Benjamin, estrechamente ligado al clan Rothschild. La complicidad del vicepresidente Andrew Johnson también es señalada por muchos autores, dado que luego de muchos años se descubrió que mucho tiempo antes había sido compañero de andanzas de Booth en el estado de Tennessee, donde hasta intercambiaban sus amantes. Más aún, el propio Booth dejó una tarjeta personal con una inscripción manuscrita en el hotel donde se hospedaba Johnson el día antes del asesinato, la cual luego fue descubierta en el bolsillo de su traje.

Y las cosas no terminan ahí. En un escándalo sainetesco. Simon Wolf, jefe de B’nai B’rith, otra organización secreta estrechamente ligada con los intereses de la banca londinense, admitió muchas décadas más tarde, en su obra Presidents I have known (Presidentes que conocí), que el día del asesinato tomó unas copas con Booth y conversó un buen rato con él, a pesar de no conocerlo de antes, sólo por no ser descortés. Lo más curioso es que en la misma obra de 1918, no reeditada, Wolf señala que su propio parecido físico con Booth, que era realmente sorprendente, lo llevó a posar para un pintor que quería retratar el asesinato de Lincoln en la escena del crimen. Es curioso, pero lo cierto es que el compañero de copas de Booth del día del atentado terminó realizando para la ficción lo que Booth ejecutó en la realidad. Por si ello fuera poco, cabe preguntarse si horas antes de cometer el asesinato, Booth estaba lo suficientemente relajado para tomarse unas copas y charlar con un desconocido que casualmente era jefe de una sociedad secreta contrapuesta a los intereses de Lincoln.

Además, debemos señalar que tanto Stanton como el propio vicepresidente de Lincoln, Andrew Johnson, eran también miembros de sociedades secretas. Ambos figuran en la misma lista de prominentes masones que el especialista masónico Alien E. Roberts muestra en su obra House Undivided (La Casa Indivisa ), en la que muestra que los masones del Norte y del Sur se ayudaron todo el tiempo entre sí durante la Guerra Civil, impidiendo que las logias fueran quemadas en los asaltos de diversas ciudades, mientras que las demás propiedades eran a veces devastadas hasta los cimientos.

Es sabido que, al menos desde 1717, el jefe máximo de la masonería mundial es, en teoría, la Corona británica, y que su obra está al servicio de los intereses financieros británicos y ahora estadounidenses, por más que los propios masones, excepto los de la cúpula, no lo sepan. Lo cierto es que con el asesinato de Lincoln y el acceso al poder de su vicepresidente sureño Andrew Johnson, se dejaron de emitir los greenback sin respaldo, se rescataron todas las emisiones anteriores por moneda con respaldo en plata y oro, como Londres y su banca deseaban, y se promulgó una Ley de Quiebras en todo el país, que facilitó enormemente que los terratenientes de enormes latifundios del Sur, técnicamente quebrados por la guerra, pudieran mantener la propiedad de sus cuantiosas tierras. Y los esclavos obtuvieron la libertad de volver a elegir al mismo amo como patrón. Por eso, la tierra, en vez de ser trabajada por esclavos ahora lo era por libertos que seguían viviendo en las mismas y, a veces, mucho peores condiciones que antes.

(Fuente: http://despiertaalfuturo.blogspot.com.es/)

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