miércoles, 2 de diciembre de 2015

Éstas son las técnicas de la CIA para desprestigiar teorías de conspiración en los medios

Éstas son las técnicas de la CIA para desprestigiar teorías de conspiración en los medios
 
Imagen: wakeupwiki.com
Por Pijamasurf
La versión oficial de un hecho sólo puede volverse masiva gracias a los medios de comunicación. Estas técnicas fueron diseñadas en los años 60 para desestimar a los críticos sobre el asesinato de John F. Kennedy, pero se han vuelto práctica cotidiana.
El término “teoría de conspiración” tiene una interesante historia, que puede rastrearse hasta un memorándum publicado por la CIA en los años 60: el documento 1035-960 (publicado gracias a una petición de información del New York Times con respecto al reporte de la Comisión Warren, el polémico informe sobre el asesinato de John F. Kennedy) permite observar el nacimiento de una serie de técnicas empleadas por las agencias de gobierno y medios de comunicación para desacreditar sistemáticamente a sus críticos.
En este punto de la historia, un “teórico de la conspiración” es simplemente aquel que no ha sido convencido de la hipótesis del “tirador solitario” en el caso Kennedy, mucho antes de que la teoría de conspiración fuera una etiqueta aplicada a otro tipo de inconsistencias en el manejo de la información (especialmente la que involucra al gobierno en temas como vida extraterrestre o caídas en la bolsa de valores). La conspiración-en-sí, la madre de todas las conspiraciones, consiste en cualquier teoría que ligue al gobierno de Estados Unidos con el asesinato de JFK; de su carácter siempre inconcluso nace el apelativo “teoría” como término peyorativo, que resta seriedad a los críticos.
Las técnicas tienen la finalidad de “contrarrestar y desacreditar los alegatos de los teóricos de la conspiración, de manera que se inhiba la circulación de tales alegatos en otros países”, y consisten en un básico y frontal juego de hipocresía legitimada institucionalmente, como acercarse a editores de periódicos y personas influyentes para recordarles la integridad de la Comisión Warren. También se detallan maneras de colocar argumentos que desprestigien a los críticos sugiriendo vínculos comunistas, algo así como el enemigo ideológico por excelencia a mediados del siglo XX (lo que serían los yihadistas hoy, tal vez.)
Según el investigador James F. Tracy, la CIA estaba infiltrada en más de 250 medios de comunicación durante los 60, y gastó miles de millones de dolares para hacer propaganda de la “versión oficial” (algo que nos recuerda el modus operandi de los gobiernos en general). El memorándum indica claramente cómo deben comportarse los agentes de contrainformación cuando estén en una discusión pública o privada respecto al asesinato de Kennedy: casi podemos escuchar el espíritu de estas frases alimentando a los medios oficiales respecto a temas incómodos para el gobierno:
  • Ninguna evidencia significativa ha aparecido que la Comisión [Warren] no haya considerado.
  • Los críticos a menudo exageran el valor de elementos particulares, ignorando otros.
  • Una conspiración de la escala a menudo sugerida, sería imposible de mantener oculta en Estados Unidos.
  • Los críticos siempre han padecido de una especie de orgullo intelectual: se les ocurre alguna idea y se enamoran de ella.
  • [Lee Harvey] Oswald no hubiera sido un candidato a co-conspirador adecuado para ninguna persona sensible.
  • Acusaciones tan vagas como que “más de 10 personas han muerto de manera misteriosa” [durante la investigación de la Comisión Warren] siempre pueden explicarse de forma natural, por ejemplo: los individuos involucrados han muerto sobre todo por causas naturales.
Hay que recordar que los medios de comunicación –salvo honrosas excepciones– son negocios que tienen la premisa fundamental de mantenerse al aire. La relación de los gobiernos con los medios no siempre es transparente, al igual que la de los intelectuales formados en hábitos de pensamiento donde las premisas de la desacreditación de la disidencia (modeladas en gran parte por la CIA) han sido absorbidas y normalizadas dentro de contextos “objetivos” o de pretendida objetividad.

 

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