sábado, 5 de septiembre de 2015

AMLO, Roosevelt y las bases republicanas


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AMLO, Roosevelt y las bases republicanas

 

“Si yo trabajara en una fábrica, lo primero que haría sería afiliarme a un sindicato” dijo una vez Franklin D. Roosevelt con su acento de patricio neoyorquino. La frase aparece en un cartel del viejo Congreso de Organizaciones Industriales (CIO por sus siglas en inglés), la central sindical militante de los años treinta, que adorna uno de los pasillos en las oficinas donde trabajo. Sobre la presidencia de Franklin Roosevelt y el New Deal hay montañas de libros escritos y muchísimas interpretaciones diferentes. El movimiento sindical estadounidense mantiene la memoria de una administración comprometida con la protección de los derechos laborales, sobre todo los de sindicalización y contratación colectiva. El Acta Nacional de Relaciones Laborales (“Acta Wagner”, en honor a su impulsor, el Senador Robert Wagner) de 1935 fue la primera pieza de legislación federal en Estados Unidos en garantizar un mínimo de derechos que ya tenían 18 años plasmados en la Constitución Mexicana y cuatro en nuestra Ley Federal del Trabajo.
Para Andrés Manuel López Obrador, lo que mejor representa la gestión del segundo de los Roosevelt, “el mejor presidente que ha tenido Estados Unidos”,  fue el combate al desempleo y el impulso a la reactivación económica mediante el reclutamiento masivo de trabajadores desocupados en las grandes obras de infraestructura de la época. Ese es el modelo económico que el ya candidato presidencial para 2018, propone para México, según se expone en este spot  y en documentos anteriores.
El entusiasmo de López Obrador por una de las políticas más emblemáticas del New Deal se intersecta con la añoranza, muy entendible, de sindicatos y sectores de centro-izquierda en Estados Unidos por los años dorados del pleno empleo, la alta movilidad social y el papel central del mercado interno en el crecimiento económico. Sin embargo, la conciencia de la complejidad y los aspectos más oscuros de ese periodo dificultan la promoción acrítica de sus políticas fuera del contexto histórico.
El programa que tanto emociona al dirigente de Morena fue un componente dentro de un paquete de políticas e instituciones que solo pudieron ver la luz a partir de la creación de una amplia alianza política y parlamentaria: la famosa New Deal Coalition, que dominó el escenario político estadounidense entre 1933 y 1964. Esta era una alianza sui géneris de sindicatos –algunos de tendencia comunista–, organizaciones industriales, maquinarias clientelares urbanas, la élite liberal ilustrada del noreste –de donde provenían el presidente y su esposa– y los demócratas segregacionistas del sur.
Antes del acercamiento de los sindicatos al Partido Demócrata, la base más activa y leal de esta organización estaba en el sur, compuesta por los beneficiarios del statu quo racista que mantenía a millones de afroamericanos en la pobreza y la marginalidad política. La participación de los blancos sureños en la coalición del New Deal tuvo como consecuencia la preservación, casi intacta, del aparato de segregación y poder blanco (las leyes Jim Crow), desde Virginia hasta Florida y Texas, durante las tres décadas en las que se construyeron las instituciones de seguridad social y redistribución de la riqueza en los Estados Unidos. Roosevelt y sus partidarios sabían perfectamente el costo de obtener el apoyo de los demócratas del sur para sus reformas laborales y económicas y decidieron pagarlo.
Sin embargo, más problemática a largo plazo para los demócratas de Roosevelt fue la paradoja de que el éxito rotundo del New Deal creó en gran medida la nueva base del Partido Republicano que habría de controlar el poder político entre 1969 y 1993. Los Jack Arnolds de los años setenta, sobrevivientes de la Gran Depresión gracias a las políticas de bienestar, trabajadores calificados con acceso a buenos empleos y crédito abundante, pioneros de los suburbios subsidiados por las obras de infraestructura de los años treinta y cuarenta, y representantes de un nuevo estilo de vida profundamente individualista que en esas épocas se exportó como el verdadero American way of life.
No tenemos que ir muy lejos para apreciar cómo los gobiernos progresistas crean a sus propios críticos de derecha e izquierda. En México, las clases medias urbanas beneficiarias de las políticas sociales desde el cardenismo y el crecimiento económico de la postguerra le devolvieron al régimen priísta las simpatías panistas de los papás y el activismo radical de los hijos.
En un sistema democrático, los partidos de izquierda aspiran a llevar a cabo su programa entendiendo de antemano que su ciclo se agotará en cierto momento y, tras entregar el mando, deberán reinventarse para acceder nuevamente a la conducción de un nuevo proceso, inspirado en los valores fundamentales de la organización, pero necesariamente anclado en el presente. Es por esta razón que la izquierda del Partido Demócrata, encabezada por la senadora Elizabeth Warren y apuntalada desde afuera por la candidatura del socialdemócrata Bernie Sanders, plantea varias propuestas, sobretodo de regulación de los grandes capitales y de combate frontal a la desigualdad social, que recuerdan el New Deal, pero las alianzas para impulsarlas son radicalmente diferentes de la táctica de Roosevelt. Eso ha quedado claro con el diálogo –ríspido, intenso, pero hasta la fecha fructífero- que sectores progresistas del Partido Demócrata han sostenido con el movimiento anti-discriminación Black Lives Matter, por ejemplo.
¿Qué lecciones quedan para México? Por supuesto, una posibilidad es tomar una o dos medidas aplicadas hace ochenta años y promoverlas como la base de la política económica en caso de resultar electo en 2018. Pero más enriquecedor sería analizar, en serio, el proceso histórico que hizo posible una amplia coalición en favor de grandes reformas de bienestar y seguridad social, así como sus costos. A partir de ello, habrá que tratar de vislumbrar los actores sociales y la naturaleza de las alianzas que se necesitan para enfrentar la desigualdad social de nuestro país. Y, finalmente, habrá que entender que los cambios sociales son parte de un ciclo histórico mucho más amplio en el que las fuerzas que los impulsan a veces estarán al mando y a veces no. Lo que equivale a decir: combatir decididamente la tendencia a perpetuarse en el poder para defender un supuesto legado que termina por disiparse ante la cancelación del pluralismo y la consolidación de liderazgos autoritarios. 

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