viernes, 7 de noviembre de 2014

Democratizaciòn Genuina o Estallido Social.

Democratizaciòn Genuina o Estallido Social.

OCTAVIO PAZ.
1415322562057-torre_tlatelolco.jpg
Plaza de Tlatelolco.
DEMOCRATIZACIÒN GENUINA O ESTALLIDO SOCIAL.
Nota de la web: Casi se tiene finalizado el libro de Proyecto L.U.C.I.D. serà publicado en cuanto se terminen los capitulos finales y se edite.
La plaza de Tlatelolco està imantada por la historia. Expresiòn del dualismo mesoamericano, en realidad Tlatelolco fue un centro gemelo de Mèxico-Tenochtitlan. Aunque nunca perdiò enteramente su autonomìa, despuès de un conato de rebeliòn reprimido con severidad por el tlatoani Axayàcatl, viviò en estrecha dependencia del poder central. Fue sede de la casta de los mercaderes y su gran plaza albergaba, ademàs de los templos, un cèlebre mercado que Bernal Dìaz y Cortès han descrito con exaltaciòn minuciosa y encantada, como si contasen un cuento. Durante el sitio ofreciò tenaz resistencia a los españoles y fue el ùltimo puesto azteca que se entregò. En la inmensa explanada de piedra, como si hiciesen una apuesta temeraria, los evangelizadores plantaron, èsa es la palabra, una iglesia minùscula. Aùn està en pie. Tlatelolco es una de las raìces de Mèxico: allì los misioneros enseñaron a la nobleza indìgena las letras clàsicas y las españolas, la retòrica, la filosofìa y la teologìa: allì Sahaugùn fundò el estudio de la historia prehispànica. La Corona y la Iglesia interrumpieron brutalmente esos experimentos y todavìa mexicanos y españoles pagamos las consecuencias de esta fatal interrupciòn: España nos aislò de nuestro pasado indio y asì ella misma se aislò de nosotros. Tlatelolco viviò despuès una vida obscura: prisiòn militar, centro ferroviario, suburbio polvoso.
Hace unos años el règimen transformò el barrio en un conjunto de grandes edificios de habitaciòn popular y quiso rescatar la plaza venerable: descubriò parte de la piràmide y frente a ella y la minùscula iglesia construyò un rascacielos anònimo. El conjunto no es afortunado: tres desmesuras en una desolaciòn urbana. El nombre que escogieron para la plaza fue ese lugar comùn de los oradores del 12 de octubre: Plaza de las Tres Culturas. Pero nadie usa el nombre oficial y todos dicen: Tlatelolco. No es accidental esta preferencia por el antiguo nombre Mexica: el 2 de octubre de Tlatelolco se inserta con aterradora lògica dentro de nuestra historia, la real y simbòlica.
Lo que ocurriò el 2 de octubre de 1968 fue, simultàneamente, la negaciòn de aquello que hemos querido ser desde la Revoluciòn y la afirmaciòn de aquello que somos desde la Conquista y aùn antes. Puede decirse que fue la apariciòn del otro Mèxico o, màs exactamente, de uno de sus aspectos. Apenas si debo repetir que el otro Mèxico no està fuera sino en nosotros: no podrìamos extirparlo sin mutilarnos. Es un Mèxico que, si sabemos nombrarlo y reconocerlo, un dìa acabaremos por transfigurar: cesarà de ser ese fantasma que se desliza en la realidad y la convierte en pesadilla de sangre. Doble realidad del 2 de octubre de 1968: ser un hecho històrico y ser una representaciòn simbòlica de nuestra historia subterrànea o invisible. Y hago mal en hablar de representaciòn pues lo que se desplegò ante nuestros ojos fue un acto ritual: un sacrificio.
Vivir la historia como un rito es nuestra manera de asumirla; si para los españoles la Conquista fue una hazaña, para los indios fue un rito, la representaciòn humana de una catàstrofe còsmica. Entre estos dos extremos, la hazaña y el rito, han oscilado siempre la sensibilidad y la imaginaciòn de los mexicanos.
En 1969 se rompiò el consenso y apareciò otra cara de Mèxico: una juventud encolerizada y una clase media en profundo desacuerdo con el sistema polìtico que nos rige desde hace 40 años. Los tumultos de 1968 revelaron una grieta en el interior de la sociedad mexicana que podemos llamar desarrollada, es decir, en ese sector predominantemente urbano que forma cerca de la mitad de la poblaciòn y que ha pasado en los ùltimos decenios por un acelerado proceso de modernizaciòn. Pero lo que otorga dramatismo y urgencia a la crisis del Mèxico moderno y desarrollado es su trasfondo: el otro Mèxico en andrajos, los millones de campesinos pobrìsimos y las masas de semidesocupados que emigran a las ciudades y se convierten en los nuevos nòmadas. Los nòmadas del desierto urbano.
Enderezar al paìs no puede ser la obra de un hombre o de un grupo sino de una generaciòn.
Es claro que lo primero que hay que hacer es echar a andar la naciòn, es decir, devolverle la iniciativa y la libertad de acciòn. El principal obstàculo es la centralizaciòn que padecemos. Es una realidad que naciò con la gran ciudad mesoamericana., Teotihuacàn, y que prosperò con el virreinato y los regìmenes que lo han sucedido hasta nuestros dìas. Aunque el centralismo es econòmico, administrativo y cultural, su raìz es polìtica. Su persistencia, como la del patrimonialismo, revela que en muchos aspectos nuestra sociedad todavìa es premoderna. La familia patriarcal, con su moralidad de cìrculo cerrado, sigue siendo el modelo inconsciente de nuestra vida social y polìtica. La sociedad vista como una proyecciòn de la familia. Pero la extraordinaria vitalidad del patrimonialismo y del centralismo y su resistencia al cambio no son explicables ùnicamente como supervivencias de nuestro pasado. Los aliados de ambos son la ausencia de crìtica polìtica y de vida social democràtica. En el caso del centralismo hay que decir que se apoya en la nueva clase burocràtica. Centralismo y burocracia son vasos comunicantes que se alimentan mutuamente. El centralismo es la expresiòn de los grandes monopolios econòmicos del Estado (y de muchos privados que son sus aliados), de los monopilios culturales en las grandes ciudades y , en fìn, de los monopolios polìticos. Tenemos que acabar con todo esto. El ùnico mètodo para lograrlo es la democracia.
 No necesito repetir que, por sì sola, la democracia no puede resolver nuestros problemas. No es un remedio sino un mètodo para plantearlos y entre todos discutirlos. Ademàs (y esto es lo esencial), la democracia liberarà las energìas de nuestro pueblo. Asì, la renovaciòn nacional comienza por ser un tema polìtico: ¿còmo lograremos que Mèxico se convierta en una verdadera democracia moderna?. No pido (ni preveo) un cambio ràpido. Deseo (y espero) un cambio gradual, una evoluciòn. Detener esta evoluciòn serìa funesto y expondrìa al paìs a gravìsimos riesgos. Las soluciones autoritarias gastan a la autoridad, exasperan a los pueblos y provocan estallidos. El compromiso històrico que resolviò en 1929 la disyuntiva entre el règimen de caudillos revolucionarios y el establecimiento de una genuina democracia, hoy nos enfrenta a otra disyuntiva: estancamiento o democracia. El estancamiento no sòlo es inmovilidad, sino acumulaciòn de problemas, conflictos y agravios, es decir, a la larga, convulsiones y estallidos.
He dicho varias veces que solamente hay dos alternativas (a la presente situaciòn polìtica de Mèxico): la alternativa democràtica o la de la fuerza, la de la dictadura. La democratizaciòn, me apresuro a decirlo, no significa la soluciòn automàtica de los problemas de Mèxico pero es la vìa, la ùnica vìa, para que aparezcan a la superficie esos problemas. Los problemas, y sobre todo, las soluciones, las posibles soluciones. Nuestros problemas son graves. El mayor es la disparidad entre el Mèxico desarrollado y el Mèxico marginal. Al lado de este problema realmente inmenso, hay otros tambien muy importantes. Por ejemplo, la terrible desigualdad social y cultural en el Mèxico desarrollado; el problema demogràfico, el de nuestra polìtica internacional: es urgente redefinir nuestras relaciones con Estados Unidos. Finalmente, hay algo que a mi me parece decisivo: la reorientaciòn de nuestro desarrollo. Hasta ahora el desarrollo econòmico de Mèxico se ha hecho teniendo en cuenta el modelo norteamericano. No sòlo eso: ha sido un desarrollo impuesto por los intereses del capitalismo mexicano y del imperialismo norteamericano. Ahora bien, el espectàculo de Nueva York o de cualquier otra gran ciudad norteamericana, muestra que este desarollo termina en la creaciòn de vastos infiernos sociales. Asì pues, nosotros tenemos que elaborar, de acuerdo con nuestra historia y nuestra tradiciòn, programas distintos de desarrollo. Algo imposible si no hay una atmòsfera democràtica en Mèxico.
Fuente: Libro "Palabras en Espiral" de Octavio Paz. (Esta antologìa recoge los intereses intelectuales, polìticos y sociales de Octavio Paz y en consecuencia los registros de su voz como poeta, ensayista y pensador).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario