domingo, 19 de octubre de 2014

Entre el veneno y la violencia

Entre el veneno y la violencia

En municipios como Tuxpan, Tamazula y Ciudad Guzmán todo está bajo control de La Garra, líder de una célula del Cártel de Jalisco Nueva Generación. En la región, según los lugareños, los delincuentes imponen su ley y nadie se atreve a cuestionarlos. Pero sobre todo se quejan de los invernaderos, una de las industrias más prósperas del estado, pues los trabajadores se exponen a sustancias químicas de alta toxicidad al fumigar los cultivos. Y cuando se enferman, deben abandonar su trabajo sin indemnización.
TUXPAN.– En este municipio colindante con Tecalitlán, Zapotlán El Grande y muy cercano a la zona de Tierra Caliente de Michoacán, una banda criminal liderada por un sicario al que todos llaman La Garra impone su ley a los apacibles habitantes, quienes le temen tanto como a las sustancias que se utilizan en la fumigación de los invernaderos.
Casi nadie quiere hablar, menos aun con los desconocidos. La mayoría de los habitantes se muestran resignados, como Manuel –quien trabajó durante cuatro años en un invernadero en el que se cultivaban berries, jícamas y frutas variadas.
“Aquí nos tocó vivir”, dice, y pide a la reportera identificarlo sólo con ese nombre para evitar represalias. Durante un recorrido por las calles empedradas y adoquinadas del pueblo los vecinos se manifiestan desconfiados.
Lo que más les incomoda es hablar sobre la seguridad. Sin embargo, comentan: quienes realmente controlan la cabecera de Tuxpan, así como Tamazula y Ciudad Guzmán y dan las órdenes de quien debe ser arrestado o liberado es La Garra, un pistolero de 35 años, muy cercano a Nemesio Oseguera Cervantes, El Mencho, a quien las autoridades estatales y federales consideran el jefe del Cártel de Jalisco Nueva Generación.
“Por la noche, en la periferia, hacen recorridos en camionetas. Si te topas con ellos, te apuntan con un arma y te dicen que es mejor que te regreses a tu casa”, asegura uno de los entrevistados.
El colmo es la actuación de los policías investigadores de la Fiscalía General del Estado: cuando traen una orden de aprehensión, antes del arresto piden permiso a La Garra.
Además de la complicidad entre autoridades y la delincuencia en Tuxpan impera la impunidad. En el último año y medio desaparecieron dos abogados. El caso más reciente fue en abril de 2013: cuando uno de los defensores fue a cobrar un adeudo de 10 mil pesos a una persona presuntamente relacionada con la maña, éste le comentó que no le iba a pagar, pues le salía más barato pagar 5 mil pesos para que lo desaparecieran.
“El licenciado no creyó que le fuera a pasar nada. Dos semanas después lo desaparecieron. La familia pegó su foto en los postes y pagó spots en la tele local, pero tuvieron que quitar todo tras recibir una amenaza de los delincuentes. Hasta los de la fiscalía les dijeron que no había esperanza de que apareciera”, relata uno de los lugareños.
Cuando se les pregunta sobre la desaparición de los abogados, cambian de tema. Y empiezan a enumerar las 53 fiestas anuales de Tuxpan, donde cada mes se venera y se honra a los diferentes patrones del pueblo, como San Sebastián y San Antonio Abad.
Pesticidas mortales
Las opciones de trabajo, además de los invernaderos, son mínimas, comenta Manuel, de 23 años. Los últimos cuatro han sido difíciles, cuenta, sobre todo desde que se negó a seguir en el negocio familiar de talabartería y prefirió irse a fumigar los plantíos sin más protección que un cubrebocas y un overol de plástico muy delgado y para colmo, tenía que cargar todo el día el tanque con las sustancias químicas que, además, tenía una fuga.
Todos los días, de las 7:00 a las 15:30 horas se exponía a los pesticidas. “Me caían en la espalda, y cuando le decía a mi supervisor, sólo me daba una bolsa negra para ponérmela. A veces llegaba a la casa bien mojado de la espalda”, relata.
Y comenzaron los problemas. Sus primeros síntomas fueron dolor de estómago y náuseas. “Después me puse más malo. Empecé a vomitar, no quería ni comer”. Manuel fue al médico, quien le preguntó qué había comido o si le había sucedido algo anormal.
“Le respondí que anduve fumigando. Y me preguntó: ‘¿Y tu protección?’ Le dije que nada más era un cubrebocas y un traje. Fue cuando me dijo que estaba intoxicado. Me quedé internado en el centro de salud. Las enfermeras me pusieron suero y descansé una semana”, relata Manuel.
Desde entonces dejó de trabajar en los invernaderos, donde ganaba 140 pesos diarios; todo se lo daba a su madre, quien por cierto se opuso a la entrevista. “Por temor a represalias”, dijo la mujer de la tercera edad.
El entrevistado, quien sólo estudió hasta secundaria, lleva dos meses dedicado a la albañilería, e insiste en que sólo se le identifique como Manuel.
Fue internado por intoxicación en dos ocasiones, dice. En la última le advirtieron que si seguía expuesto a las sustancias químicas, si las inhalaba, podía darle un paro cardiaco y hasta ahí llegaba. Y lo dieron de alta.
Durante los cuatro años que fue fumigador utilizó sustancias de alta toxicidad, entre ellas el carbofurano que se distribuye con la marca registrada de Furadan. Y pese al riesgo que él y sus compañeros –alrededor de 70– corrían por la exposición a ese y otros químicos, nunca tuvieron Seguro Social ni prestaciones; tampoco recibieron capacitación cuando fueron contratados.
“Varios compañeros se quejaban del pesticida, pero así seguían chambeando. Una vez, uno se nos puso muy mal y tuvimos que llevarlo a hasta Ciudad Guzmán para que le hicieran un lavatorio. Tenía sólo tres meses en el trabajo. Tuvo que dejarlo.”
Y aun cuando admite respirar con dificultad, Manuel minimiza sus síntomas: “Sólo tengo la sangre contaminada, envenenada; tengo que ir a revisión cada semana al centro de salud a realizarme exámenes de sangre y orina. Nada más me tomo un medicamento que es como paracetamol y me siento un poco mejor”.
Cuenta que cuando el personal de la Secretaría de Salud realiza campañas contra el dengue, las sustancias que aplican le empiezan a picar en la nariz. “Siento mareo y no puedo estar mucho rato bajo el sol, pero todo está bien”, comenta.
Los desprotegidos
Guadalupe es otra de las afectadas por el uso inadecuado de los pesticidas. Trabajó durante un año en los invernaderos donde se dedicó a “guiar la planta”, pero se intoxicó y decidió renunciar, dice a la reportera; y le pide referirse a ella con ese seudónimo, pues su marido todavía labora en un invernadero. “No quiero que se quede sin trabajo. Si le pasa algo, ¿de dónde vamos a comer?”, comenta.
En el lugar donde trabajaba había como 200 personas, relata. La enviaron a un lugar donde acababan de fumigar con azufre. Apenas llegó, empezó a sentir mareos, incluso vomitó; luego se le paralizó la boca. Sus compañeros la llevaron al comedor y ahí esperó hasta que el tortillero la trasladó en su vehículo a la clínica 19 del Instituto Mexicano del Seguro Social de Tuxpan.
“En el hospital me pusieron suero y me internaron. Cuando salí me dieron incapacidad por una semana. El médico me dijo que el azufre no es veneno y que no sabía por qué me había puesto así. Y le pregunté: ¿entonces por qué fue? Yo las manos las traía llenas con algo que parecía azúcar. El médico me volvió a decir que él sabía que el azufre no es venenoso”, recuerda Guadalupe.
Sin embargo, ella investigó en un sitio web de agricultura orgánica. Ahí, dice, se habla de “grados de intolerancia al químico (azufre). Desde la aparente tolerancia hasta un cuadro alérgico grave a sulfitos que (quien se exponga a esa sustancia) necesitará de hospitalización y medicación para evitar llegar al grado más extremo, la muerte por choque anafiláctico”.
Guadalupe se intoxicó con el azufre dos veces; la segunda fue más fuerte. “Traía mucho vómito… es que me cayó el polvito en la lengua. De inmediato me fui a enjuagar la boca. Es que va uno trabajando y le va cayendo a uno esa azuquítar; quedan las manos como si uno trajera miel”.
–¿Por qué no usaba protección para evitar el contacto con el azufre? –se le pregunta.
–A nadie se le permite hacerlo. Ni siquiera usamos cubrebocas; se nos pedía también no traer las uñas largas ni aretes, sólo cachucha.
Como “guiadora de plantas”, Guadalupe y sus compañeros cobraban 740 pesos a la semana, mientras los cosechadores recibían 850, los regadores 920 y los empacadores mil 100 pesos.
–Y por qué no se metió de empacadora, para evitar riesgos.
–En eso no quiero estar. Se te dañan los pulmones, porque estás todo el día metida en un refrigerador enorme. Cuando sales y hace calor te puede dar pulmonía o artritis. Ya he visto que le pasó eso a algunas compañeras.
–¿Conoce usted a otras personas que hayan sufrido una experiencia similar de envenenamiento?
–Si ha pasado, no dicen nada; se quedan callados. Les da miedo hablar, porque como no hay trabajo aquí, es la única opción los invernaderos. El trabajo está bien escaso.
Recuerda el día en que le picó un alacrán: “El que checa la salida me preguntó: ‘¿En serio le picó un alacrán?’ La encargada de mi grupo le comentó que sí. El señor se nos quedó viendo. Le expliqué que cuando me doblé el pantalón, porque me arrastraba, sentí que me picó algo. Y vi el alacrán, bien amarillo. La encargada tuvo que ir por el alacrán, pues ella lo mató. Y le dijo: ahí está, ire”.
Guadalupe explica que para esas contingencias –piquete de alacrán o víbora– sí hay camionetas; para las otras cosas (las intoxicaciones) no. Cuenta el caso de una muchacha con cinco meses de embarazo a la que le vino el sangrado cuando andaba en los cultivos. “Supe que la llevaron al baño, pero no al seguro”, comenta.
La siembra
En Tuxpan se siembran pastos, maíz, agave, jícama, chile, sorgo, elote, café y caña de azúcar. De ésta última, el año pasado se cosecharon 170 hectáreas en éste y otros municipios, entre ellos los de Ayotlán y Zapotlanejo. Pero los cultivos de berries van en aumento, comenta un lugareño.
En 2008 se instalaron invernaderos en un espacio de 90 hectáreas para la siembra de arándano, frambuesa y zarzamora que, según el ayuntamiento de Tuxpan, darían empleo a más de mil personas. Las corporaciones beneficiadas son Hortifrut, Paradise, Biofrut, Aba Vargas y Discrolls, con matriz en Estados Unidos. Esta última invirtió 13 millones de dólares en un complejo en Zapotlán El Grande.
La cabecera de este municipio se encuentra a 15 minutos al norte de Tuxpan, cuya población es de 13 mil habitantes. La empresa ya cultiva en un superficie de 2 mil 600 hectáreas y, de acuerdo con la Secretaría de Desarrollo Rural (Seder), da empleo directo a 20 mil personas.
Los productores de berries exportan más de 70 millones de cajas anuales a diferentes países. El 90% van al mercado de Estados Unidos y Canadá, el resto a Japón y a países europeos.
Hoy, Jalisco ocupa el primer lugar a nivel nacional en producción de berries, al concentrar 80% de las cosechas de los municipios de la región sur y en Jocotepec, de acuerdo con la Seder.
Pero esa “prosperidad” no es bien vista por los productores de maíz y caña, quienes se quejan por el uso de los cañones antigranizos que usan los invernaderos. Los agricultores de Tuxpan, Tecalitlán, Zapotlán El Grande y Zapotiltic aseveran que cada año disminuyen sus cosechas.
“Las cerca de 700 hectáreas de invernaderos distribuidos en estos cuatro municipios afectan al temporal por el uso de cañones, que no son utilizados para acabar con el granizo, sino la presencia de cualquier nube; las disipan para que no llueva”, dice uno de ellos.
De hecho, entregaron a este semanario copia de un video tomado con un celular en el cual se observa una especie de luz que desbarata las nubes. “La falta de lluvia afectó a cerca de 200 mil hectáreas de cultivo cíclico”, sostienen los productores de la Guardia Agrícola del Sur.

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