lunes, 25 de noviembre de 2013

Aprender a Morir

Aprender a Morir
La libertad prohibida
Hernán González G.
N
o elegimos cómo nacer, pero podemos elegir cómo morir. Sin embargo, en el Documento de Voluntad Anticipada esta opción es excluida, y en su rechazo a toda forma de eutanasia y de suicidio asistido se refugia en el vago término ortotanasia o muerte correcta.
Un listado delirante dice que el moribundo tiene derecho a: 1) Ser tratado como un ser humano vivo hasta el momento de su muerte. 2) Ser cuidado por personas capaces de mantener una situación de optimismo por cambiantes que sean las circunstancias. 3) Expresar sus sentimientos y emociones sobre su forma de entender la muerte. 4) Participar en las decisiones que incumben a sus cuidados.
5) Esperar una atención sanitaria y humana continuada, aun cuando los objetivos de curación tengan que transformarse en objetivos de bienestar. 6) No morir solo. 7) No experimentar dolor, sin medida del costo. 8) Que sus preguntas sean respondidas con sinceridad. 9) No ser engañado. 10) Disponer de ayuda de y para su familia a la hora de aceptar su muerte.
11) Morir en paz y con dignidad. 12) Mantener su individualidad y no ser juzgado por decisiones propias que puedan ser contrarias a las creencias de los otros. 13) Discutir y acrecentar sus experiencias religiosas o espirituales, cualquiera que sea la opinión de los demás. 14) Esperar que la inviolabilidad del cuerpo humano sea respetada tras su muerte o según su voluntad, y 15) Ser cuidado por personas solícitas, sensibles y entendidas, que intenten comprender las necesidades del moribundo y sean capaces de obtener satisfacción del hecho de ayudarlo a afrontar su muerte.
Además de las remotas posibilidades de contar con personas optimistas que, por solidaridad o un sueldo, nos cuiden los años, los meses o las semanas previas a nuestra partida física, el deseo de esperar una atención adecuada y continua, ¿garantiza ésta? Y algo tan importante como evitado: el hecho de manifestar mis sentimientos y emociones sobre mi forma de enfocar no la muerte, sino mi muerte, ¿incluye respetar mi voluntad de morir aunque no padezca dolores ni agonías? Esta libre decisión de dejar de vivir, ¿no es respetable si contraviene órdenes del Estado y amenazas de las religiones?
Con miedos y castigos, el humanismo hipócrita prohíbe la opción del individuo para acabar de estar en este mundo. Pero libre albedrío y autodeterminación resultan más factibles entre quienes asumen, con madura claridad, su tiempo de morir.

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