martes, 9 de julio de 2013

Las espinas de la "primavera árabe" en Egipto

Las espinas de la "primavera árabe" en Egipto

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Egipto es una avalancha de acontecimientos que se suceden a una velocidad de vértigo desde que el pasado miércoles el comandante en jefe del ejército, Abdel Fatah al Sisi, suspendiera la Constitución y depusiera al primer presidente elegido en las urnas en la historia del país, Mohamed Morsi.

En estos momentos, el nuevo presidente de Egipto es el jefe del Tribunal Constitucional, Adli Mansur y, desde el pasado sábado, el primer ministro es Mohamed el Baradei, Premio Nobel de la Paz y ex presidente del OIEA (Organismo Internacional de la Energía Atómica). Todo en un ambiente de interinidad en el que ambos políticos son meros figurantes, mientras el poder real recae en la cúpula militar del país. De hecho, las funciones que se esperan de Adli Mansur y de Mohamed el Baradei son las de limpiar la maquinaria del estado de los representantes de los Hermanos Musulmanes, reformar la Constitución egipcia y convocar elecciones en 2012, procurando una transición política lo más pacífica posible.
Las flores de la supuesta primavera árabe se han agostado. Una primavera que se vendió como una oleada popular revolucionaria que buscaba acabar con los regímenes dictatoriales enquistados desde el final de la época del colonialismo. Sin embargo, en la mayoría de los países las revueltas no ha traído la libertad deseada. Los partidos democráticos no han sido capaces de aprovecharse de sus frutos por su debilidad y dispersión, siendo las bien organizadas agrupaciones islamistas las que han reconducido la ira de las masas en su beneficio para establecer severos gobiernos teocráticos. Egipto, como ocurrió en Túnez, no ha sido una excepción y los islamistas se hicieron las riendas del estado.
El descontento de la población por la delicada situación económica ha socavado el crédito de Morsi. Actualmente, Egipto tiene problemas con el suministro de bienes de consumo y de energía, sus ciudades sufren continuos apagones, mientras florece un mercado negro del crudo. El paro se ha disparado y se ha acentuado el problema de la desnutrición, sobre todo entre los menores de cinco años.
El turismo, una de las principales fuentes de ingresos de la economía egipcia, sufrió un considerable bajón debido a los disturbios masivos que acabaron con el anterior régimen de Hosni Mubarak. Lamentablemente, el flujo de visitantes no se ha recuperado, a pesar de la agresiva política de ofertas y precios. En estos momentos, la balanza comercial es deficitaria y el crecimiento económico del país se ha ralentizado. Egipto ha consumido ya la mitad de sus reservas de divisas, quince mil millones de dólares, y se mantiene a flote gracias a los créditos concedidos por el gobierno de Qatar.
Pero los problemas económicos del país solo son un factor más en la caída de Mohamed Morsi, uno de varios. La realidad es que Hermanos Musulmanes llegaron al gobierno aprovechándose de las especiales condiciones de vacío de poder creadas en el país. El discurso anterior a los movimientos revolucionarios de esta organización islamista era muy conservador, claramente partidario del capitalismo y anticomunista. Pero las protestas ciudadanas contra la figura de Mubarak les abrían una puerta al poder y no dudaron en radicalizar artificialmente su propuesta. Todo estaba a su favor pero solo consiguieron el triunfo en las elecciones por un exiguo 51 % de los votos.
Por otra parte, el control de Hermanos musulmanes sobre los organismos del estado y, por ende, sobre el país, siempre ha estado cogido con alfileres. Las elecciones presidenciales se celebraron frente a un candidato del antiguo régimen, descalificado casi de antemano: no había rivales de verdad. Hesham Qandil, el primer ministro, había sido elegido directamente por el presidente. Todas las competencias del parlamento elegido por el pueblo se traspasaban, según la Declaración Constitucional efectuada por Morsi, al Senado, sin poder legislativo, pero dominado por los Hermanos Musulmanes y las corrientes islamistas. Los gobernadores regionales también eran todos islamistas, pero estaban nombrados a dedo por Morsi y no tenían legitimación popular.
El problema de la maltrecha economía era que, a pesar de haber asumido todos los mecanismos de la era Mubarak y de adoptar una agenda neoliberal para intentar reanimar al país de forma ineficaz, los grandes empresarios afines a Hermanos Musulmanes únicamente controlaban el 10 % de la economía.
El ministerio del Interior estaba dominado por los islamistas, pero la verdadera fuerza del país, los militares, permanecía independiente y era un factor desestabilizador del conjunto.
Como también lo fueron los medios de comunicación. El gobierno de Morsi dominaba los medios públicos, los principales diarios y la televisión. Sin embargo, la prensa privada efectuaba continuos llamamientos a la rebelión y llevaba a cabo una tarea de acoso y derribo del régimen que terminó por desacreditarlo por completo.
Todo este panorama, aderezado con una serie de decisiones políticas desafortunadas durante el año de mandato, terminó por crear la imagen entre la opinión pública de que los islamistas habían llegado al gobierno para trabajar para sí mismos, para medrar y para vengarse de sus contrincantes políticos. Además, poco a poco fueron saliendo a la luz los contactos de la agrupación islamista con Turquía, Qatar y, sobre todo con EEUU. Países estos con políticas que encajan malamente con la presunta propuesta revolucionaria anti imperialista de Hermanos Musulmanes.
La comunidad internacional ha reaccionado muy tibiamente, de forma poco habitual ante este tipo de acontecimientos, lo cual deja pistas sobre el trasfondo de intereses geopolíticos de la crisis egipcia.
El país de las pirámides entra en una nueva y larga etapa con muchas variantes y consecuencias políticas e ideológicas en toda la zona de Oriente Medio. La voluntad del pueblo, probablemente de la mayor parte, supone una verdadera revolución en Egipto. El país todavía está en peligro de verse envuelto en una guerra civil por la oposición de los partidarios de Morsi. La inestabilidad de la influencia islamista ha dejado al descubierto todo un montaje internacional para llevarla al poder. El proyecto de un Gran Oriente Medio surgido durante el mandato de George W. Bush y que Barack Obama ha intentado que cuajara durante la llamada primavera árabe, pero cuyas fichas no terminan de encajar.
La pieza maestra, África, un continente con una tremenda importancia estratégica, un espacio con una enorme cantidad de reservas de materias primas básicas para el desarrollo tecnológico. Unos recursos vitales para occidente y también para China, los dos principales polos de desarrollo del futuro inminente. Además, el continente africano es también un mercado muy importante para absorber excedentes de productos elaborados procedentes de un mundo desarrollado ya saturado. EEUU (y todo el bloque occidental) están muy interesados en frenar los crecientes apetitos chinos que ya dominan en el continente negro.
La tragedia africana acaba de empezar. El continente negro es el campo de batalla del futuro. Egipto, Siria, Malí, Libia…
fs/lj/sm

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