domingo, 21 de julio de 2013

El reducto zeta

El reducto zeta
Ver y callar, ley no escrita en Anáhuac, donde cayó El Z-40
Miguel Ángel Treviño Morales por aquí se paseaba tan tranquilo sin hacer problemas
La llegada de militares no detiene el ritmo trepidante de quienes viven a salto de mata
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Entrada a los llanos del estepario del noresteFoto Sanjuana Martínez
Sanjuana Martínez
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 21 de julio de 2013, p. 2
Anáhuac, NL.
Esta región, conocida como los llanos del estepario del noreste es estratégica para el trasiego de droga a Estados Unidos y también es territorio, escondite y semillero zeta.
Los jefes de la letra se apropiaron de estas llanuras desérticas llenas de brechas donde ubican su centro de operaciones y campos de entrenamiento. Al norte limita con Laredo, Texas, y Nuevo Laredo, al poniente con Juárez, Coahuila, y al oriente con Guerrero, Tamaulipas.
Por los alrededores han capturado o abatido a importantes responsables de esta organización criminal, como Heriberto Laz­cano Lazcano, El Lazca; Salvador Alfonso Martínez, La Ardilla; Cristóbal Flores López, El Golón, y otros de los 23 zetas fundadores. La última detención de una célula la hizo la Marina cuando capturó a 19 integrantes en un rancho de la carretera a Colombia, en este municipio ubicado a 200 kilómetros de Monterrey.
Aquí está el nido, la mera mata, el semillero; el escondite, pues, dice sin temor a equivocarse Ramón Garza, el taxista del pueblo en los últimos 56 años. El Z-40 por aquí se paseaba tan tranquilo sin hacer problemas. Dicen que tiene un rancho por la laguna Salinillas, al rato lo vemos otra vez por aquí. Allí están la mujer y los hijos, también la mujer de La Barbie”, dice refiriéndose a Édgar Valdés Villarreal, arrestado el 30 de agosto de 2010.
La captura del máximo líder del cartel de Los Zetas, Miguel Ángel Treviño Morales, en este municipio, ha causado revuelo. Aquí todo mundo se conoce. A los de la última letra se les identifica fácilmente por sus trocas último modelo y su prepotencia.
La captura
El Z-40 andaba por estos caminos de terracería evadiendo los retenes del Ejército y la Armada de México con total facilidad. Nadie escuchó el helicóptero que los marinos usaron para detener la camioneta pick-up en que viajaba con sus dos escoltas, Abdón Federico Rodríguez García y Ernesto Reyes García, también detenidos sin disparar un tiro.
Tampoco han visto el dron, avión no tripulado, propiedad de las agencias estadunidenses que, según la Marina, fue utilizado para detectar el traslado del capo mediante equipos de intercepción telefónica denominados Finfisher/Finspy y Hunter Punta Tracking/Locksys.
Lo cierto es que en la plaza principal de este “nido zeta”, los halcones al servicio de la letra, casi todos en bicicleta y algunos a caballo, dan cuenta de los recién llegados, forasteros, intrusos que se atreven a pisar la guarida, el santuario de los últimos siete años, a veces profanado.
En estos días han llegado más de 200 elementos de seguridad, entre militares, marinos y policías estatales y municipales. Aun así, no se detiene el ritmo trepidante de quienes han elegido vivir a salto de mata entre los tres estados que confluyen aquí.
“Estos son los corredores de ellos, por aquí se van para Monclova, Piedras Negras, Nuevo Laredo, San Fernando, Monterrey... El Z-40 ya tenía años por aquí, paseando por la Salinilla; al lado, en Progreso, le mataron al Lazca y luego aquí mismo detuvieron al Golón... Estamos en el punto, ni modo, nos tocó”, dice Enrique Martínez, comerciante nacido en este lugar.
Ese se entregó, ya estaba cansado, por más millones de dólares que tengan no son felices. ¿Creen que metiéndolo en la cárcel se termina el problema? Esto no se acaba. Detienen 20 y salen 200, es como un hormiguero. Aquí estamos nosotros para dar fe, dice otro comerciante frente a la plaza principal.
La vida en Anáhuac, como en la mayoría de los pueblos en el noreste de México, cambió drásticamente con la llegada de Los Zetas. Aquí se dormía con la puerta abierta, se caminaba de noche para trasladarse de un municipio a otro y la gente paseaba por las calles y plazas hasta la madrugada.
Cuando el territorio empezó a ser disputado al cártel del Golfo, Los Zetas impusieron su ley. Secuestros y matanzas –como la de los 265 migrantes en San Fernando, Tamaulipas, o los 49 torsos de Cadereyta, Nuevo León– sembraron el terror.
El Z-40 tiene en su contra siete órdenes de aprehensión y está incluido en 12 averiguaciones previas por delincuencia organizada, homicidio, ilícitos contra la salud, tortura, lavado de dinero y portación de armas de uso exclusivo de las fuerzas armadas, entre otros. Nació en Nuevo Laredo, Tamaulipas, en 1973. Su madre aún vive. Según la Marina, Treviño Morales iba a ver a su hijo recién nacido a Laredo, Texas, cuando fue detenido. Parte de la población de esta frontera vive entre México y Estados Unidos; tienen familia, trabajo y estudios.
Su poder se extendía a toda la región. Compró voluntades, silencios y complicidades. En este pueblo, como en tantos otros, no hubo seguridad pública durante meses. El año pasado una docena de policías fueron detenidos por su connivencia con Los Zetas, incluidos el secretario de seguridad pública municipal, Rubén Múzquiz Riojas, así como el director de policía, Jesús Mario Mata Hernández, y el agente municipal Juan Jesús Méndez Rodríguez.
El Z-40 pagaba 40 mil pesos quincenales al titular de seguridad pública, según las autoridades de Nuevo León, aunque el ex alcalde panista Santos Javier Garza García defendió a los detenidos calificándolos de excelentes servidores públicos.
La célula zeta de los jefes policiacos de Anáhuac estaba compuesta por otros siete integrantes que confesaron una serie de crímenes. Contaron que incineraban con diesel y leña los cuerpos en dos ranchos. Las autoridades acudieron a los lugares para confirmar que había restos óseos parcialmente calcinados de un agricultor de Anáhuac identificado como Óscar González, así como otros cinco de sus familiares, y el de un comerciante de 53 años y tres personas más.
Ya tenemos policías. No sabemos si son buenos, pero por lo menos corrieron a todos los anteriores. Los demás siguen en la cárcel. Más allá de la inseguridad, lo que la gente del pueblo quiere es trabajar, dice un joven vendedor de gorras en un negocio de videojuegos.
En el noreste del país la actividad productiva fue disminuyendo paulatinamente con la inseguridad. El campo quedó arrasado con el robo de ranchos y tierras de cultivo: Aquí se acabaron prácticamente la ganadería y la agricultura. No tenemos agua, se acabó la Salinilla y la Martin. Estos señores terminaron con todo. Las presas están secas y el gobierno ignora la situación, dice uno de los pocos ganaderos que quedan en la zona.
Del trasiego de droga a Estados Unidos se pasó al consumo local. La cocaína y la mariguana abundan; se venden en cualquier esquina. Tanto el narcomenudeo como el halconeo están estrechamente vigilados por los lugartenientes del Z-40.
“Aquí vienen y se sientan en la mesa los halconcillos, casi todos chamacos de 15 a 18 años. Hay también muchachas. Me da mucha pena verlos cómo los envician tan chiquillos. Se drogan con piedra y andan con los celulares y nomás ven al Ejército o la Marina y se esconden para dar aviso. ¿Qué hago?.. ¡No los puedo correr!”, dice Gerardo, dueño de uno de los restaurantes del pueblo.
Un retén militar fue instalado en la garita de la aduana, pero la Marina tiene puestos de control en el camino de terracería al lado de la carretera la Ribereña con dirección a Piedras Negras, Coahuila, y uno más en dirección a Reynosa, Tamaulipas, aunque la presencia de las fuerzas armadas no es permanente.
Fueron los puestos de control lo que permitió detener al Z-40, según la Marina: Eso ya estaba arreglado, dice Jacinto Flores, mientras descansa en una banca de la plaza. “Ellos me han parado varias veces. Tienen retenes donde quiera. De buenas a primeras nomás me preguntan: ‘¿adónde va?’ y me dicen ‘pásele’, pero el día que no ¿qué pasará? Aquí vivimos a puro tirón. Es tierra de nadie. Está duro, tirante. Se acabó todo, nomás nos quedó el puro mugrero. Vivimos en el miedo, hay temor hasta para salir de casa”.
La ley no escrita de este pueblo es ver y callar. La dueña de un negocio de acumuladores prefiere no hablar sobre el Z-40. Un cliente que está a punto de terminar su compra interviene: Hay puro monte, brechas sin control, todo muy lejano, propicio para el negocio de ellos. Por eso nadie se mete. ¿La detención? Eso es mentira, el pelado se entregó. El pobre se quiso entregar, andaba sufriendo mucho. En su mente sólo podía pensar una cosa: que lo iban a matar. Estaba todo preparado.
La pax del narco se siente. La soledad de la carretera coincide con la tranquilidad de un pueblo sometido. Raymundo vende aguas frescas en la plaza: Todos andan por aquí, a lo mejor les vendo raspados. ¿Cómo sé quiénes son? Lo único que tenemos claro es que esta es su cabecera y seguirá siéndolo. Dios nos ha de ayudar.

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