lunes, 1 de abril de 2013

¿Primacía simbólica del goce?



¿Primacía simbólica del goce?

Por: Carlos Najera // Escritor Invitado //  Fuente Plataforma Distrito Cero
 
 
¿Qué especie de paradigma constituye el orden subjetivo en la actual edad histórica? Luego de que el propósito supremo de la Modernidad, equivalente al acondicionamiento institucional en aras de la felicidad individual como social, sin recurrir al auxilio metafísico ni a la divinidad religiosa; fuese desbordado a pesar de haber aplicado su esencial rigor racional en cuanto al desarrollo de semejante proyecto, aparecen nuevos y renovados discursos interpretativos correspondientes a nuevos y complejos acontecimientos humanos, sin embargo; tales discursos aseguran la certeza gracias a los resultados de su “objetividad metódica”. Ante este escenario cuyo actor principal figura el insólito fenómeno de la destrucción, mismo que hizo de la razón un eficiente instrumento según la lectura crítica de la Escuela de Frankfurt a propósito de las dos guerras mundiales (especialmente de la segunda) del siglo pasado, surge la siguiente pregunta: ¿qué propició el fracaso de la Modernidad y cuál es el diagnóstico contemporáneo de la subjetividad occidental?

            Resulta innegable rechazar el conflicto originado entre la diversidad epistemológica y la realidad social. De ello no sólo ofrecen testimonio el doloroso desencanto de la profecía marxista por un lado y el ejercicio monopolista de la democracia capitalista por el otro, sino que, y he aquí la observación acertada de la teoría posmoderna; la extrema meticulosidad de la investigación científica contribuye a mantener confuso el conocimiento sobre la claridad de las cosas, la física cuántica es uno de los ejemplos más representativos al caso. Mas ¿por todo ello se detiene el movimiento socialmente sistémico y ( acudiendo a la terminología fenomenológica) abandona el sujeto la intencionalidad de su conciencia? Definitivamente no. Entonces ¿qué motor pone en marcha al aparato institucional y qué persigue el sujeto en el mundo, y así, tal vez; responder a la pregunta formulada en el inicio del presente texto? Esta cuestión exige, no sin justicia, un amplio y profundo análisis; sin embargo y dado la modestia del espacio nos vemos obligados a sacar algún provecho.

            Más allá de cualquier ataque intelectual a la categoría de Totalidad, lo cierto es que el terreno social pertenece al imperio del Mercado. De éste, el despliegue elitista de la política y el fortalecimiento ideológicamente multireferencial aseguran la potestad del capital como eje rector de la sociedad, de acuerdo con el pensamiento de ciertos teóricos estructuralistas como Louis Althuser; de modo que si partimos de esta posición, la articulación subjetiva se fundamenta gracias al paradigma ideológico cuyo valor salvaje consiste en la competencia por la cima de la estratificación social. No así el único diagnóstico. Para quienes configuran su punto de vista a partir del juego de lenguaje de carácter lacaniano, señalan que la red simbólica instalada en el espacio del orden social responde a la exigencia del goce, así pues; la tradicional instancia del yo psicológico queda anulada a causa de la paradójica inversión moral, a saber: los estatutos ideológicos sustituyeron su tarea de brindar al sujeto una guía ética que, a la vez que le protegiera  de la irracionalidad de los deseos, le encaminaba a la sublimación existencial de acuerdo a los fines de la cultura, por la de insistirle en la turbulenta necesidad de gozar. Sin duda ambas conclusiones ayudan a vislumbrar el problema de la consolidación subjetiva. Pero  ¿en caso de, cómo saber la forma de interactuar entre la lógica del capital y el mandato del goce, y, cómo distinguir, si así fuese; el límite de cada cual? Por encima de toda especulación vaga o exacta, tal parece que, en palabras del cineasta sueco Ingrid Bergman; en el sujeto gobierna el sueño imposible de ser. Por lo tanto ¿qué hacer frente a la avalancha decadentista de nuestra era? ¿dejarnos arrastrar por la corriente relativista de la vida, ora en el individualismo neoliberal, ora en la autenticidad trascendental del dasein heideggeriano, ora en la meditación redentora del espíritu cultural de Oriente, etc. y desatendernos de la responsabilidad histórica? ¿dedicarnos de una vez para siempre a la satisfacción incuestionable de nuestros deseos, inmunes al veneno del remordimiento? o ¿ será vital, considerando la esperanza en el respeto humano y la belleza social, por utópico que parezca a la mayoría; retomar el camino del eterno retorno comenzando por buscar la mirada de Dios?

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