martes, 15 de enero de 2013

Legisladores mexicanos y suecos, en las antípodas

Legisladores mexicanos y suecos, en las antípodas

Bibiano Moreno Montes de Oca @BibianoMoreno mar 15 de enero de 2013
La Legislatura federal LVII (1997-2000) es considerada histórica por haber sido la primera en la que la aplanadora del PRI perdió la mayoría en la Cámara Baja del Congreso de la Unión, lo que significó que el priísmo por sí solo ya no pudo efectuar reformas a su arbitrio. Sin embargo, más histórica hubiera sido si los legisladores de oposición (que tenían la mayoría) se hubieran fijado salarios un poco más republicanos.
Por supuesto que no sucedió así: muy de oposición y toda la cosa, pero ni al más enano de los diputados federales de esa legislatura se le ocurrió proponer que las mal llamadas dietas (puede ser lo que sea, pero con ese tipo de dietas nadie bajaría un gramo) se vieran reducidas para no seguir resultando un insulto para los que ganan el mínimo de 3 mil pesotes mensuales.
Lejos de acordar ser austeros, los sueldos de los diputados federales (y no se diga de los senadores) han aumentado una enormidad de entonces a la fecha. Los padres conscriptos, incluidos los de izquierda, no han movido uno solo de sus varios dedos que tienen distribuidos entre pies y manos para que no se vea la carrera legislativa como una invitación a la impunidad, al derroche y al desenfreno.
Aquí sí, citando al escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, bien podrían argumentar los diputados federales de izquierda: “Soy marxista de la corriente de Groucho Marx”. El mismísimo comediante podría salir en su auxilio y reforzarlos con una de sus  muy conocidas frases: “Estos son mis principios; pero si no le gustan, tengo otros”.
En la actual LXI Legislatura los diputados tienen ingresos de cerca de los 300 mil pesos mensuales, donde se contemplan boletos de avión, vales de gasolina, secretarias, asistentes, asesores, gastos médicos mayores para toda la familia, etcétera. Los senadores, empero, se volaron la barda: se autorizaron un pago único de 250 mil pesos para comprarse un auto y una lap top, en virtud de que su raquítico ingreso apenas les da para movilizarse en metro o en trolebús, pues ni pensar en el taxi.
Bien mirado, los ingresos de los legisladores federales valen madre si tomamos en consideración la de negocios que se pueden hacer al amparo del cargo. ¿A un empresario de las comunicaciones le interesa la modificación, aprobación o abrogación de alguna ley? Sencillo: cabildea con los integrantes de la comisión de comunicaciones de las dos cámaras. ¿Resultado? La ley se modifica, se aprueba o se desecha, según lo que pida el cliente.
No es raro, por tanto, que al terminar su periodo constitucional de tres o de seis años, según donde la buena fortuna los haya llevado, el ex diputado o el ex senador resulta socio de X o de Y empresa. ¡Y cómo no, si en su desempeño en la comisión correspondiente siempre se prestó a todo tipo de enjuagues y cochupos! Por eso digo: a veces, el mismo ingreso legal vale madre frente a la montaña de negocios que se pueden hacer impunemente en el Poder Legislativo.
Todo lo anterior me lleva al punto de partida de esta columna: en la década de los 90 (la misma en la que México tuvo su histórica LVII Legislatura federal, con una mayoría de oposición al PRI), cuando Suecia venía de una crisis fiscal, el gobierno tuvo que reducir el estado de bienestar sueco; además, procedió a privatizar bienes y servicios públicos.
No voy a discutir aquí si es bueno o no que se privaticen bienes y servicios públicos: lo importante fue que al pueblo sueco le funcionó el modelo y comenzó a ver una mejoría en su economía, al grado de encontrarse actualmente en la posición 20 de las más grandes del mundo. Un video difundido por SDPnoticias da cuenta de la forma tan austera en la que viven los diputados de Suecia, un país con una monarquía democrática.
En la década de los 90 fue cuando los diputados suecos comenzaron a vivir en unos apartamentos de 40 metros cuadrados durante los días que tenían que sesionar en Estocolmo, la capital del país. Los apartamentos no tienen mayores lujos, pero lo más importante del asunto es que los legisladores tienen que hacer fila para poder lavar la ropa sucia en la lavandería comunitaria. La cocina también es compartida. Y ni por equivocación cuentan con secretaria, chofer y automóvil a la puerta. En suma: no hay lugar para lujos ni privilegios.
¿Alguien se puede imaginar a Don Beltrone lavando calcetines agujereados y calzones lampareados, mientras discute sobre la reforma educativa o la reforma laboral con los higadazos Emilio Gamboa Patrón y Ernesto Cordero? La mera verdad, la imagen se antoja como un homenaje al cine surrealista.
Cuando menciono las antípodas en el título de esta columna no me refiero a las islas deshabitadas que se encuentran cerca de Nueva Zelanda, sino a lo que el diccionario define como la “persona o cosa que está en situación opuesta a algo o a alguien”. Otra acepción es: “En una posición radicalmente opuesta”. Así, los legisladores mexicanos están en las antípodas de sus homólogos suecos, lo cual es una verdadera vergüenza para México.
Suecia, que es una monarquía, tiene en sus austeros legisladores a la autoridad suprema del gobierno, pues el rey Carlos XVI Gustavo es simple figura decorativa con poderes bastante limitados. Y México, que se precia de ser país republicano, tiene a los legisladores más caros y cínicos del mundo. ¿Qué tal?

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