jueves, 27 de diciembre de 2012

¿Ya siente cómo la realidad se acerca? ¿La ve venir en el horizonte? ¡Prepárese, viene a cobrar!

La euforia empieza a ceder; la cruda realidad, arrinconada durante estos días de fiestas y fiebre consumista, reclama su lugar permanente en nuestras vidas. Parece que se acerca —con una velocidad de vértigo— el momento de la verdad; el de empezar a sumar las notas de lo comprado durante estos días de borrachera consumista.
Las cosas, esta vez, parecen un poco más inciertas de lo que han sido en años anteriores por estos mismos días; nosotros, que hemos copiado el hábito consumista de una sociedad que parece haber comprendido que tal conducta a nada bueno conduce salvo a la quiebra (por lo que ha empezado a reducir el monto de lo que adeuda y también a ahorrar), deberemos enfrentar la realidad que hemos creado producto de nuestras acciones.
Las condiciones que privarán en países que como el nuestro se han negado, por decenios, a actualizar su marco jurídico, enfrentarán en 2013 una situación más compleja de lo que debería ser si hubiéramos cambiado en la debida oportunidad.
Las grandes discusiones que tendrán lugar en ambas Cámaras del Congreso, no tendrán que ver con la profundización de reformas que otros países hicieron hace 30 o 40 años; para nuestra desgracia, tendrán que ver con la posibilidad de concretar dichas reformas las cuales, dada la correlación de fuerzas en el Congreso de la Unión y la visión anclada en los años 30 del siglo pasado de no pocos de nuestros políticos, es muy probable que sean “reformitas” y no, como gustan decir algunos, “reformas de gran calado”.
El bienestar de una sociedad depende, en buena medida, del marco jurídico que hace posible la llegada de montos cada vez más elevados de inversión extranjera y la formación acelerada del capital humano que dichas inversiones demandan.
Este bienestar, resultado de un buen empleo, permite a millones de trabajadores y empleados ascender en la escala económica y así poderse pagar hábitos de consumo los cuales, de otra manera, son sólo una quimera, una aspiración jamás satisfecha.
Nosotros, debido quizás al atraso cultural y educativo que nos mantiene atrapados en una visión ya caduca en casi todo el mundo, copiamos sin el menor análisis conductas que la propaganda nos presenta como la expresión más acabada de una realización personal exitosa. Por supuesto, quien promueve este tipo de conducta, nada dice de la irresponsabilidad financiera personal que la soporta.
A medida que los años pasan y la situación del país permanece anclada en el pasado, las ansias de parecernos más y más a una clase media que en otros países se ha formado a lo largo de decenios de trabajo duro y vida austera, alcanzan niveles peligrosos. Comprar, se vuelve algo compulsivo; es casi la razón única de vivir.
Hoy, esa realidad amenaza nuestra existencia “de mentiritas”; amenaza la permanencia de los críos en la afamada escuela privada y las vacaciones a Disney World; también, el viaje de compras cada semestre a San Antonio, Houston o New York.
La realidad, esa terca señora que no entiende razones pues desecha todos nuestros argumentos a favor de querer parecer y ser miembros de la clase media de otro país, viene con la espada desenvainada y dispuesta a cobrar. ¡Por favor, prepárese!

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