domingo, 2 de diciembre de 2012

Sobre... El “sinsombrerismo”

Sobre... El “sinsombrerismo”
 
Antes de 1950, el sombrero resultaba en la capital, y aún en todo México, prenda de vestir imprescindible. Muchos políticos se cubrían la cabeza con un tejano Stetson de innumerables “x”; había también el modelo “cuatro piedras” usado por hombres altos, los actores de esa época portaban elegantes modelos de fieltro. Los deportistas lucían estilizados ejemplares de ala ancha o angosta. Todo el mundo usaba sombrero; casi equivalía a paria no llevarlo; incluso los más humildes lo portaban, pero de palma. Para los burócratas, de oficial de quinta para arriba, era parte de su atuendo.
En aquellos tiempos, que la nostalgia invoca, existían dos grandes sombrererías, cuyos productos literalmente cubrían la República: una pertenecía (y pertenece) a la Familia Tardán, de origen francés, cuya publicidad por todas partes vista y oída proclamaba que “De Sonora a Yucatán se usan sombreros Tardán.” Quién sabe quién sería el autor de la frasecita. Acaso Salvador Novo, o quizás Juan Rulfo cuando anduvieron en esos mitotes publicitarios.
La otra gran empresa del ramo era precisamente la que encabezaban ciudadanos españoles aquí radicados, quienes hacían del conocimiento público sus últimos modelos en Brasil 18, Brasil 21 y Allende 72; en esos locales podían verse fotografías retocadas de las figuras del momento: toreros, beisbolistas, futbolistas, actores, luchadores y boxeadores luciendo el último grito de la moda en sombreros. Para esta empresa, el epigramista yucateco Humberto G. Tamayo ideó un estribillo radiofónico: “La Nutria, La Nueva Nutria y Roxy, Brasil 18, Brasil 21 y Allende72, siempre cubriendo estrellas. ¡por algo será!”. Cuando terminaba Tamayo su anuncio, el inmarcesible Pedro El Mago Septién le arrebataba el micrófono (ambos personajes, por supuesto, ensombrerados) para narrar con lujo de detalles y variopintas exageraciones lo que realmente ocurría en “el juego de pelota”, en el inolvidable Parque Delta donde se vio, en los años 40 el mejor beisbol del mundo que en aquel entonces todavía no había sido arrollado, sin metáfora, por el futbol con su característico y harto molesto grito de ¡goooooool!, invención posterior de Ángel Fernández.
Mas hablábamos de sombreros. El señor licenciado Miguel Alemán poco lo usaba, por no decir que nunca; entró a la Presidencia y a los Pinos en diciembre de 1946 y para 1948 ya eran muy pocos los valientes (casi siempre personas mayores) que seguían usando esa prenda en México. En las películas mexicanas, entonces las más taquilleras, sí se continuaba viendo a los artistas con sombrero, pero casi siempre de charro. Sólo Juan Orol procuró en sus filmes y en la vida real conservar la tradición del sombrero clásico.
Don Adolfo Ruiz Cortines, sucesor de Alemán, lo llevaba en la mano, más como medio de defensa para que no lo abrazaran y mancillaran “la investidura”, como solía llamar a su alto cargo, tan gran señor y hábil político.
El hecho fue que el sombrero se dejó de usar en México. No ha regresado y me temo que no volverá.
La Nutria, La Nueva Nutria y Roxy desaparecieron; la famosa sombrerería Tardán, cuyos dueños gastaron una fortuna en acondicionar su lujosa tienda de ventas frente al Zócalo, cayeron cerca de la quiebra; aún se sostiene aunque precariamente ese local. También se hundieron en el olvido los establecimientos donde se reparaban esas prendas. De la noche a la mañana nadie usó sombrero. Cuando el día anterior no se consideraba bien vestido un caballero que no lo portara. ¡Qué cosas tiene la vida! Las modas pasan; en casi todas las fotografías que conservan las efigies de revolucionarios y políticos de antaño se les ve con sombrero: Madero con uno pequeño, Carranza y Zapata con modelos tejanos, Villa de salacot, Obregón de elegante bombín, Calles luciendo un fieltro de ala ancha, Cárdenas de sobrio panamá en el trópico; otros muchos de carrete en verano y hasta Manuel Ávila Camacho invariablemente tocado de sombrero gris o azul marino. Todos ellos, y millones más, usaron cotidianamente esa prenda. Después de Alemán, poco o casi nada se le vio, y ya con López Mateos —quien jamás se puso sombrero— desapareció totalmente. Es casi imposible que retorne. Mas en modas no hay nada escrito. Allí están las corbatas anchas que van y vienen a discreción, las solapas que se ensanchan o achican y el chaleco formal que aparece y desaparece. Así, que quién sabe.
Como se fue el sombrero, tampoco regresará el frac en la formal ceremonia de toma de posesión del Presidente de la República. Ese ritual terminó en el instante en que don Lázaro Cárdenas recibió, en sereno y sobrio traje oscuro, la banda presidencial de manos de Abelardo L. Rodríguez, mandato que tan bien utilizaría, con o sin sombrero, durante su régimen. Esa actitud presagió lo que sería su régimen. Algo nuevo y desconcertante.
La política y el sombrero, quién iba a decir que aquella eliminaría a éste.

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