lunes, 26 de noviembre de 2012

Las trampas de la presidencia

Las trampas de la presidencia
Otto Granados
 
Los gobiernos exitosos suelen serlo en especial por tres razones. Una es que saben elegir sus prioridades, sus batallas, sus aliados y adversarios. La segunda porque entienden bien que si realmente quieren hacer reformas significativas y de impacto duradero, deben tener una estrategia de largo plazo pero alcanzar objetivos a corto plazo que les den credibilidad. Y la tercera porque cuentan con habilidad suficiente para evitar las trampas que propios y extraños tienden.
Las prioridades son claras y pocas: crecer por arriba del ya previsible 4 por ciento anual, terminar con los monopolios, mejorar visiblemente la calidad de la educación y atenuar la desigualdad.
Pero las trampas son más difusas. La primera es la cuestión de la legitimidad. Algunos presidentes mexicanos sienten que no basta con una elección incontestable y con cumplir las promesas serias sino que todo el tiempo buscan cómo congraciarse con los opositores o con los medios.
Por ese sendero caen en lo que, con propiedad, alguien llamaba gobierno corcho, es decir, aquel que, por querer conciliar a todos, acaba por no gobernar. Esto, desde luego, en una democracia representativa, es un error elemental.
La segunda trampa es que, en un régimen presidencialista, la integración de un gabinete no es para formar un gobierno de coalición, fundar un club de amigos o satisfacer a la galería: es para hacer un gobierno efectivo que ofrezca resultados (el famoso delivery) y no explicaciones. Ignorar esta regla lleva a una feroz descoordinación, ausencia de compromiso, falta de un programa común y, al final del día, a luchas intestinas que gravitan en contra del presidente mismo y hunden a su gobierno.
La tercera trampa es dejarse seducir por la tiranía de las encuestas o de la, así llamada, opinión pública. Cuando no existe el incentivo de la relección cabe recordar que se gobierna sólo por seis años pero las decisiones que se tomen pueden cambiar la historia.
Nadie se hubiera imaginado en México, en su momento, que la fundación del PRI, la expropiación petrolera, la nacionalización eléctrica y bancaria, la represión del 68 o la suscripción del TLC con Estados Unidos, por ejemplo, tendrían una influencia seminal y prolongada en la cultura cívica, la política o la economía.
Finalmente, el presidente no es un ciudadano común ni debe parecerlo. En la película de Oliver Stone sobre Nixon, éste pregunta a su asistente: ¿Por qué adoraban a Kennedy? , y la respuesta es demoledora: “Porque nos hizo ver las estrellas. Pues bien, el Presidente de México es y debe parecer eso: presidente.
Como explicaba Ortega y Gasset, las virtudes del hombre de Estado no son las del buen padre de familia y, por tanto, el jefe del Estado encarna una institución y una autoridad pero debe construir algo más: un liderazgo real y poderoso que le sirva para alcanzar los objetivos centrales de su gobierno.
A la hora del balance, la historia ha sido implacable con quienes cayeron en las trampas.

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